1 Reyes 19: "El Señor no estaba en el viento… El Señor no estaba en el terremoto…El Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva." Nos preguntamos por Dios, pues muchos, junto a nosotros, ante tantas mentiras, desprecios y miserias, se preguntan: ¿Dónde está Dios?
El texto anterior es de una gran belleza poética, sapiencial y educativa, y resulta sugerente y susurrante. Y las preguntas: ¿Dónde estás, oh Dios? ¿Dónde te escondes? ¿Por qué no te encontramos? ¿Por qué tantos amigos se tapan los oídos si decimos una palabra de Ti? ¿Qué nos pasa a los hombres contigo y a Ti con nosotros? ¿Por qué tantas desgracias y atropellos a la dignidad humana? ¿Dónde estás?
Ni en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego. Elías experimenta un movimiento hacia Dios en el momento de la gran calma, en el ligero silbido de una brisa tenue. Y este sigilo es la sugerencia de su presencia. Ahí está, en el mero susurro de una brisa, en una pizca de aliento, en un leve movimiento del alma del universo. ¿Quién eres que a unos atraes amorosamente, y a otros soliviantas?
¿No será Dios un fantasma, fruto de la mente humana dislocada? Esta pregunta, nos mantiene, como a Elías, despiertos y atentos ante su presencia. Saber que Dios busca sorprendernos, nos acerca a la sabiduría y a la espera. Practicar su escucha en silencio, y relacionarnos con los hermanos, viene a ser la oración. Nos lo sugiere hoy el Salmo 84: "Voy a escuchar lo que dice el Señor: 'Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.'"
Elías se tapa la cara. No quiere morir si ve a Dios. Pero se pone en pie, presto para salir de sí, escapar de su enredo, huir de su círculo autorreferencial. Sabe que el Señor llega sorprendiendo, sin que uno lo espere. Y cuando aparece, el hombre se mueve. Se acaba su descanso. Su voz le invita a salir, a emprender el vuelo, a entregar la vida, a tirarse al agua.
'¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!' Los apóstoles vieron un fantasma. Muchos se desafectan de Dios por fantasma. Esta es la hora de la ciencia y la técnica, de la emancipación del hombre, de la madurez y orgullo humano excluyente. Muchos se alejan de Dios al ver un dios menor, trasmitido de modo infantil, como castigador y provocador de miedo. Los discípulos ven un fantasma. Y muchos ven un dios fantasmal, el dios tenebroso del terremoto, del fuego y de la tormenta. Y han huido del fantasma. Han tenido miedo. Se han rebelado y alejado.
Pero, no es ese el Dios Padre y Amor en el creemos. En nuestro humilde saber, cuando Dios se acerca al hombre, viene con buenas noticias. El Padre no es un Dios agorero, que trae males y condenas, sino que trae la justicia y la paz para los humildes.
Nosotros, como Pedro, decimos:"Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua." Y Él nos dice: "Ven." Bajamos de la barca y andamos sobre el agua, con nuestra sana ingenuidad, llena de amor, y con el ímpetu de un primer enamoramiento, y nos lanzamos a la aventura de seguirle y marchar tras sus pasos. Pero, al sentir la fuerza del viento, del terremoto, del fuego, del desasosiego de los pobres y los inocentes; al ver el trabajo que nos espera; nos dejamos apresar por los miedos, y comenzamos a temblar, a dudar, a desconfiar. Y, poco a poco, parecen sucumbir nuestras fuerzas, y empezamos a hundirnos.
Bienaventurados los que, como Pedro, gritan en medio de la noche: "Señor, sálvame." Señor, sálvanos. En su fragilidad el creyente aprende que no puede ser ‘gallito’, y que el poder es de Dios. Sólo en su nombre, desposeído de su fuerza estéril, y revestido de Cristo Transfigurado, se pondrá en marcha, asido de su mano; dispuesto a realizar la misión entre los pobres y pecadores; determinado a vivir y colaborar a favor de una Iglesia en comunión y hospital de campaña para los maltratados por el poder de este mundo. Jesús extiende su mano, y nos dice: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”
Trabaja una espiritualidad, acompasada al Espíritu, que rompa con la mentira y los fantasmas y que haga resplandecer un Dios de paz y justicia, de emoción y belleza, para transformar la tierra. Dice Arregui: "Una espiritualidad de la vida. De la sensibilidad y del cuidado, de la emoción de la belleza, de la fe en la bondad. Una espiritualidad profética: realista, sí, pero también crítica e insumisa; pacífica, sí, pero también subversiva de todos los sistemas que nos ahogan. Una espiritualidad de la paz y de la justicia, pues no puede existir la una sin la otra."
Antonio Garc.ía Rubio