Atrevámonos a decir, junto a tantos hombres y mujeres espirituales y de buena voluntad, con la humildad de quienes confían en Dios en medio de sus noches heridas, que estamos obligados a comprender y a vivir con hondura este apasionante texto, uno de los más auténticos del profetismo de Israel. Jeremías 20: "Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir. Me forzaste y me pudiste. La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Y era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía". Adéntrate en el tiempo del fuego de la seducción y de la misión, en el 'ven y sígueme', de la tradición y la radicalidad evangélica. O te mantendrás perdido, dividido, confrontado con el muro de tu ego o el de tus compañeros de camino, atomizado y mundanizado en el peor sentido de esta palabra. Ábrete a la seducción, a la hermosura del Creador y Padre, que seduce mediante la belleza de su obra, y cautiva al soñador; ábrete a la autenticidad del Salvador, el Hijo, Palabra de acogida, que te llama en tu dolor, y te envuelve con el suyo; ábrete al viento del Iluminador, el Espíritu Santo, que mediante el fuego alienta, renueva e ilumina.
Estás, desde el punto de vista de la naturaleza, armónicamente preparado para ser cautivado y seducido por Dios. La humanidad está sedienta de su hermosura, su dulzura y su determinación. Andas anhelante de Él. Y al no alcanzarle, al ver que se te escapa, que has de esperar, sufres y, muchas veces te desgarras, te pierdes y alocas, como si fueras un inquieto adolescente que no encuentra lo que busca. Así, no le encontrarás en las Iglesias, ni en los atardeceres, ni en las relaciones, ni en tu propia alma. Ni acertarás a descubrir la llama de amor viva que te hiere, purifica, y te da el consuelo y la orientación que buscas. Salmo 62: "Mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. Tu gracia vale más que la vida. Mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene". Andas inquieto en la búsqueda de la felicidad que sólo Dios puede despertar en tu interior, y lo haces hasta llegar al colmo radical que expresa el salmo: "Tu gracia vale más que la vida". En Dios se encuentra una nueva vida renovada y preparada para hacer el bien. Pero no sabes susurrarlo en otros oídos. Y quizá sea así porque "la palabra del Señor se ha vuelto para ti -y para muchos-, oprobio y desprecio todo el día". Si no la escuchas, si no experimentas su fuego de amor en tus entrañas, si no la pones en práctica, es evidente que no comprenderás la verdad que porta, y quizá te salpique el oprobio del que habla Jeremías.
Cuánto trabajo desarrolla tu cuerpo físico, en lo oculto y secreto de tus células y órganos, para que funcione cada día con normalidad. Y, del mismo modo, cuanto trabajo has de realizar, espiritualmente hablando, para que te sea posible la transformación y la renovación de la que habla San Pablo. Romanos 12: "Os exhorto a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir". Pareciera que el centro de operaciones de la conversión estuviera en la mente del hombre. Pero nada más lejos. El aprendizaje de una vida nueva, necesitando de cada uno de ti, es, sin embargo, pura obra de Dios. La renovación de tu mente aspira a tener los pensamientos, los sentimientos y la identidad de Cristo Jesús. Y eso sólo lo puede hacer el Espíritu Santo. El centro siempre será el Dios Trinitario, Señor y dador de vida. Si la centralidad de la determinación en la vida espiritual la pones en ti y tu fortaleza patinas, seguro. Estarías ajustándote a este mundo. Y de lo que se trata es que descanses en Dios, que te prestes a su acción, que confíes libre y silenciosamente junto a Él. Sólo en Dios.
Mateo 16: "Quítate de mi vista, Satanás; tú piensas como los hombres, no como Dios.
Dijo Jesús: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. El que la pierda por mí la encontrará". Tienes mucha tarea por delante. Con el debido respeto para la historia, has de aprender mucho, y de nuevo, de cuestiones esenciales, y, a veces ya olvidadas: el silencio orante, una liturgia fraterna, comunitaria, ámbito del Misterio de la relación entre Dios y el hombre, los hábitos transparentes, las decisiones colegiadas, compartidas y sinodales, la humildad como modo de comportamiento, el gozo por la claridad y la verdad, la sana igualdad de todos como hijos y hermanos, la aceptación de las diferencias, o poner a los pobres como los primeros y los preferidos... No seas del equipo de Satanás. Que no te tenga que decir el Señor que te apartes de su vista. Abre la posibilidad de lo nuevo, lo santo, lo bello, lo comunitario, lo perfecto. La comunión es lo perfecto. Y la Comunión pide escuchar y callar ante el Espíritu; pudrirse y ocultarse con Jesús; pide aprender a vivir desde la nueva identidad que da Cristo, ser y sentir como Él, y así renunciar al ego, y vivir envuelto de bondad y misericordia, sin renunciar a la cruz, al sacrificio de la vida, a la entrega sincera. Encontrar la vida sólo es posible perdiéndola. El que se agarre a esta vida, que se abstenga de seguir a Jesús. Será una farsa continuada si lo intentas y, peor aún, si le das carácter de oficialidad.
Antonio García Rubio.