ESTA ES TU HORA, LA DE TUS MANOS. Quizá esta es la hora de que unas tu ser y tu esfuerzo al de tantos hombres y mujeres que, aún sin saber quién les mueve por dentro, sin embargo, están alumbrando en sí, en sus mentes y corazones, el espíritu que sigue moviendo en lo secreto el anhelo del misterio de Dios, de su bien, de su justicia; el ardiente deseo de una sociedad fraterna, de un espíritu que aliente el cuidado de la naturaleza, que no haga acepción de personas y que busque el desarrollo de los dones y carismas escondidos en cada ser humano que viene a este mundo; el espíritu de la unión que hace la fuerza, de la comunión que crea una sola alma. Isaías 50: "El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado". Hazte duro, valiente, decidido y fuerte como el pedernal. El Señor, que te envía su Espíritu, y que se hace tu espíritu, no defrauda al que cree y confía en Él, al que sigue apostando por el nuevo modo de ser en el mundo, que Jesús te enseña. Él es tu ayuda. Préstale tus manos, tus pies, tu razón, tu corazón.
ESTE ES TU TIEMPO, EL DE TUS OBRAS. Este es un tiempo de obras, y no de palabras, aunque las palabras sean las encargadas de impulsar las obras, y de alentar el espíritu que arde en ti. Santiago 2: "Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta. Alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe". Te han podido transmitir una fe mortecina, que ni cree en sí misma ni en las potencialidades puestas por el Espíritu en cada persona, pero eres heredero del Reino de Dios y del Espíritu de los hombres libres. Y este es tu tiempo.
ES TIEMPO DE CAMBIAR MENTE Y CORAZÓN. El Salmo 114 recuerda cuestiones esenciales sobre la fe recibida en la Tradición: "El Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó. Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida". La fe dejará de estar enrevesada en políticas, sutilezas o intereses históricos, y volverá a la sencillez, humildad y simplicidad. Nada has de temer. El Señor que te ha visitado, y te ha dejado su Espíritu, que te arranca del miedo, las lágrimas, las caídas y la muerte; y te encamina por la senda del Evangelio de Jesús, hasta que llegues a la plenitud de su Reino, al país de la vida nueva. Bastantes han dejado de creer en la posibilidad de un cambio que no sea traumático, violento, impuesto, dogmático, interesado, dictatorial y, al final, corrupto, opresivo, y provocador de heridas y sufrimientos incontables entre los pobres y los que no cuentan, entre los desamparados y los abandonados a su suerte. Pero eso no es verdad. No puede ser verdad. Todo creyente, como tú, sabe de la fuerza de Dios en ti y en nosotros. Es Él el que cambia los corazones y las mentes.
ES HORA DE VOLVER A LAS FUENTES DE LA RENOVACIÓN. ¿Cuántas veces diría Jesús a un obispo, un sacerdote o un consagrado por el bautismo: ¡Quítate de mi vista, Satanás, tú piensas como los hombres, no como Dios!? ¿Te consideras libre de este pecado, no sólo por lo que dices, sino sobre todo por lo que haces? Marcos 8: "Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios! Después les dijo: Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el ques pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará". El gran pecado contra el Espíritu Santo lo puedes fraguar con tu pensamiento y tu estilo de vida mundanos, y con tus palabras manipuladoras. No intentes salvarte, mientras condenas a otros. No matices, ni edulcores, retuerzas o desorientes interesadamente las palabras de Cristo y su Evangelio. No remiendes, ni apagues la chispa. No te quedes sin el poder del amor o sin gracia. Ese puede ser el gran pecado que los cristianos no confiesan desde siglos. Tu tarea, la de todos, es relanzar y revivir, vivir con nueva autenticidad, la vuelta a las fuentes, a los orígenes, a la Galilea, a la verdad de Dios escondida en el Hijo encarnado, en su muerte y resurrección; tu tarea es volver al espíritu de San Juan XXIII, al espíritu de sinceridad y autenticidad, de aggiornamento y reforma de la segunda mitad del siglo XX, tras las grandes guerras; es tarea tuya retornar al espíritu de los Padres Conciliares del Vaticano II. Tu tarea es volver al Evangelio en su estado más puro y humilde; la oración pura y a las obras de amor. Vuele a lo esencial. Renuévate. Es tu hora. Es tu tiempo.
Antonio García Rubio.