Salmo 39: "Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la charca fangosa." ¿Qué otra cosa hace Dios desde que se hizo uno más entre nosotros? La Encarnación de Cristo nos cambia la conciencia de Dios, al verlo inclinado ante nosotros, tomando nuestra condición, escuchando nuestros lamentos, sacándonos de todos los charcos, y afianzando y comprometiendo nuestro peregrinar. Dios siempre responde a los que le buscan y esperan en su misericordia. Pero, ¿cómo y qué hacer para que su mensaje lo escuchen los indiferentes, los agnósticos, los ateos, los individualistas, los espiritualistas, los que no tienen sensibilidad humana ni social y los hedonistas que sólo pelean por vivir la vida, y gozarla, olvidándose de pobres y sufrientes?
Desde luego, no con miedos o indiferencias generalizadas. Así nos cerramos en vidas acomodaticias, nos paralizamos, y acabamos apoyando a ideólogos populistas, carentes de ética, y manifiestamente irrespetuosos con las víctimas de la injusticia o la violencia. Tampoco envalentonándonos en los sofás con los que juzgan vidas, obras, o pensamientos de los que no son como ellos. Eso es lo que hicieron con el profeta Jeremías (38): "Los dignatarios dijeron al rey: 'Hay que condenar a muerte a ese Jeremías, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados y al resto de la gente. No busca el bien del pueblo, sino su desgracia.'" Los juicios inmisericordes, alentados y pagados por los que manejan los hilos del poder, traen violencia y destrucción sobre los justos. Para que tu testimonio llegue a los que no nos creen, cuida de no juzgar al otro, desatendiéndolo, y sin misericordia. Esa postura es una infamia. Tú, como Jesús, has de cuidar a todos hasta el último suspiro y no abandonarles a su suerte. Tú, bautizado, serás capaz de defender, como Jesús, a los abandonados. Ningún hijo le sobra a Dios; todos lo somos. También los que se encuentran sin puerto y a la deriva de nuestra indiferencia en el Mediterraneo.
Gracias al bautismo recibido, estamos llamados a ser, en este alborear del siglo XXI, un pueblo santo que sabe renacer de sus propias cenizas y pecados reconocidos. Un pueblo dispuesto a correr la carrera que le corresponde. Para ello, renuncia a lo que no eres. Y, acepta la bendita cruz, símbolo de la entrega del Señor, sin renunciar a ser clavado en ella. Jesús lo fue por amor y por desprecio consciente del poder de la ignominia y la maldad insolente e insensible. Ponte a correr y servir como un atleta de Dios; huye del gozo inmediato, del hedonismo individualista y cerrado en sí. Y no apartes los ojos de la meta, que es Jesucristo. En este tiempo, de tanta fragilidad e inconstancia, los bautizados han de aportar fortaleza y constancia. Hebreos 12: "Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia."
La imagen del fuego fascina, altera y enferma a los pirómanos. Hay pirómanos de bosques y de ciudades habitadas. Pirómanos de tres al cuarto que arrasan la naturaleza quemándola; y pirómanos del poder que engendran en su seno lobos violentos que destrozan vidas pobres, como el que nos ha herido a todos en el Paso, o como los señores de la guerra, cuyo paso vemos a diario en televisión, y que destruyen ciudades enteras o generan terrorismos capaces de amedrentar y matar al pueblo, a ciudadanos normales, que pasean o caminan a sus trabajos por nuestras ciudades. Jesús hoy nos habla de otro fuego, éste sano, santo y capaz de purificar y transformar la vida del hombre y de los pueblos. El fuego del Espíritu nos capacita para llegar a su cenit de altura moral, humana, fraterna y espiritual.
En el evangelio de Lucas 12, leemos: "He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división." Jesús habla del Espíritu Santo. Las llamas de fuego se posaron sobre los Apóstoles, y la vida nueva, anunciada tras la Resurrección del Señor, comenzó a prender como un fuego renovador sobre la ribera del Mediterráneo.
1. Vives un tiempo nuevo, difícil, complejo, raro, duro, áspero, pero que te obliga, como a cada bautizado, a una renovación bien trabajada. Lo viejo ha pasado. Comienza lo nuevo. Ponte a correr la marcha. María, a la que hemos celebrado como la luz del verano, nos alienta en la carrera.
2. Jesús te prende la "Llama de amor vivo, llama que nace del fuego de amor, del fuego que arde en el alma", que cantan los dichos de san Juan de la Cruz; y lo hace en tu corazón. Que esta Llama te depure, y purifique también a tu comunidad de fe.
3. Recobra la vivencia del bautismo. Y no te asustes por las consecuencias de hacerlo con autenticidad. Déjate arrollar por la fortaleza del Espíritu Santo. Y ponte a servir, ya renovado, donde Él te proponga.
4. Y mientras llega el día definitivo de la Comunión amada y anhelada, aún te quedan días de división y enfrentamientos. Que este fuego en ti, no sea para alimentar el odio y la división, sino para purificar y enardecer los deseos de paz y solidaridad, de justicia y fraternidad, de esperanza y generosidad, de este pueblo que espera verdaderos motivos y testimonios para creer.
Antonio García Rubio
