Jesús se va. Volverá, pero se va. Sus discípulos asumen su misión con humilde responsabilidad. ¿Cómo encaminarán sus pasos? La herencia de Jesús, el Paráclito, garantiza su presencia y aliento. El Espíritu los confirma en la fe, y les invita y urge a iniciar la misión de hacerlo todo nuevo. Jesús se va. Asciende. Y la energía de su amor, desplegada por su Espíritu, impulsa a los bautizados, con su poder efectivo, a iniciar un alto vuelo, inalcanzable para su gravedad: llegar a todos los corazones. Y así les hace renacer como hombres nuevos y espirituales, capacitados de los dones de sabiduría, conocimiento, iluminación, comprensión, esperanza y acción en favor del bien. Efesios 1: "Que el Dios os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros".
La novedad de este tiempo de pandemia es que nunca tantos tuvieron tanto deseo de plenitud. Lo vivimos con los ojos atónitos de los discípulos. Este es tiempo presente, de la Iglesia madre y espiritual, quiere hacer posible la corresponsabilidad del hombre con Dios, y de los hombres entre sí. Nunca tantos, en tiempo de exigua religiosidad, han experimentado ese anhelo de volar alto de un modo tan natural. Veinte siglos después, el Señor nos envía discípulos desconocidos, para hacer nacer un hombre y un tiempo nuevo, de gracia. En esta época descreída, se percibe el calor del Espíritu, que acaricia donde quiere, desobedece las consignas humanas, y renace por cada grieta secreta e inimaginable de la humanidad. Sólo las comunidades o ‘grupos estufa’, ciegos o cerrados en sí, serán incapaces de ver. Habrán de recurrir a sus místicos y profetas para desvelar lo que sucede.
El Espíritu de Jesús desborda hoy los cauces oficiales. Nada nuevo. La urgencia de recomposición de un mundo ecológica, económica y humanamente descompuesto, le lleva a encarnar su misión, como siempre, entre los sencillos, que tienen noble, sufriente y limpio corazón, "porque así le parece mejor al Padre". El Espíritu auxilia a la humanidad herida. Y, aunque “no tenemos ovejas en el redil, ni vacas en el establo”, que oraba Habacuc, el Espíritu habla de diversas maneras y en infinidad de lenguas y corazones. Esta presencia, concretada en cada época de la historia, y capaz de trascender a todas ellas, invita a participar de su vida y sus dones a todos los hijos de Dios. Y ahí estamos convocados los bautizados en Cristo, y los hombres y mujeres de buena voluntad dispuestos a abandonar los cauces obsoletos de lo caduco, y a comprender y aceptar lo nuevo, inmerso y naciente en la rica diversidad de los plurales hijos de Dios. Hechos 1: "No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos… hasta los confines del mundo. Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista".
Los discípulos actuales, a la vez que renuevan sus iglesias y casas de oración, con la luz y la sabiduría del Evangelio, son invitados a salir de la comodidad de sus pensamientos y sus aposentos empolvados por la historia, y a abajarse a los márgenes de los caminos de los hombres pecadores, incrédulos y pobres. Son llamados a convertir las calles en templos, los hogares en oratorios, los rincones sórdidos en lugares de salvación, y los oídos y corazones de los desconfiados en ámbitos de escucha y salvación. Son convocados a recuperar el poder del amor universal, de “los nuevos cielos y la nueva tierra” creados “por, con y en” el Crucificado. Un poder para el bien. Mateo 28: Jesús les dijo: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". ¿Qué mandó? "Esto os mando, que os améis". Mandato nacido en las entrañas de la Trinidad, que vuelve a ser la única enseñanza, el único camino, el único mandato guardado en el corazón de una humanidad evangelizada durante dos mil años. Guardado en el corazón de Aquél en el que "vivimos, nos movemos y existimos", y que encamina la historia. "Yo soy el Camino" dice el Señor. Hoy son los pequeños, los sufrientes de la pandemia, los de corazón limpio, los humildes que no cuentan, los que comparten con renovada caridad en nuestros barrios, son ellos los que nos evangelizan a todos en lo esencial. Es el bendito y amado pueblo de Dios el que asume la misión de dar de comer al hambriento y de vestir al desnudo. Y ahí, en la pobreza de ese amor, es donde se sitúan y encarnan los discípulos de Jesús.
Y tú sal de casa, sal a los caminos, vuelve a tu ser de caminante y peregrino. Deja tus seguridades; sal desde la trastienda o la bodega en las que se almacena y cultiva durante 20 siglos el pan y el vino. Y compártelo de modo nuevo, con sensibilidad distinta, inserto en la cultura de este momento de pandemia. Y hazlo con el firme propósito de no imponer nada, y menos verdades manidas o manejadas por poderes mundanos. Sal a escuchar y compartir los bienes fraternos; a respirar el anhelo espiritual, presente en nuestra Memoria, y que renace, rebrota y se extiende por todo el pueblo de Dios; Sal a formar parte de un pueblo inspirado por el Espíritu; un pueblo que recoge y explora la voluntad de vivir, conocer y compartir cada mano tendida, cada salida ingeniosa y cada aportación humana, cultural o religiosa; un pueblo que reactiva el anhelo de vivir la fraternidad, el don de ser hermanos sin coaccionar al otro, sin que nadie esté por encima de nadie; un pueblo pobre que anhela justicia, renta mínima, pan para la familia, trabajo decente; un pueblo formado y conformado por las gentes sencillas de la tierra de Dios.
Así dice el Salmo 46: "Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas". Así se marchó María. El martes, junto a su esposo, celebramos la primera y emotiva eucaristía en la parroquia. Ella había muerto el 23 de marzo. Su cadáver permaneció en su casa, junto a él, dos días y dos noches. Tremendos días de penuria humana. Pero ella, como tantos otros, está ya junto a Jesús, a la diestra del Padre. Unos tras otros salen volando, -‘levanta del polvo a los humildes’-, con corazón generoso, elevándose junto al Espíritu, hasta encontrarse en las manos del Padre. Así Dios asciende entre las aclamaciones del pueblo humilde. Y lo hará también contigo y tu comunidad, que este domingo volveréis felices a alimentaros de la Mesa del Señor.
Antonio García Rubio.