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viernes, 9 de octubre de 2020

XXVIII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO


Quizá sea bueno empezar hoy por Filipenses 4: "Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta". Pablo sugiriere algo evidente aunque poco conocido y trabajado de forma consciente por la mayoría. Vivimos con poca reflexión, y nos dejamos llevar o bien por el empuje de la tradición o bien por el impulso de la innovación o de la ruptura a la que nos empujan los Medios. A diario conjugamos dos estados de vida: el del poder y el del entrenamiento. Y así vamos gestando en ellos el tipo de poder al que aspiramos y, consecuentemente, el modo de entrenarnos para ejercerlo. El poder se nos presenta con su erótica, su grandeza y con manifestaciones diferentes en los diversos niveles o estratos de la sociedad, incluido el nivel místico-espiritual. El poder espiritual se diferencia radicalmente del poder de los codiciosos o dominadores.

El que aspira a ejercer un poder, se entrena para ello, y el que ejerce un poder espiritual también ha de entrenarse. Pablo pasó por la prueba de un poder religioso-dominador en el judaísmo político. Tras su conversión, orienta su vida por el camino de un poder diferente. Un poder junto a Cristo, místico, profético, espiritual, fraterno. Y habla de estar entrenado para todo y en todo. En ese todo experimenta que todo lo puede en Jesús, que le conforta.

Como bautizado en Cristo Jesús: ¿A qué poder aspiro? ¿Con qué tipo de poder me identifico? ¿Para qué poder me estoy entrenando? Responde en tus entrañas a esa pregunta. Para ello, sube aguas arriba, mira desde el niño que eras, cuando tú madre te decía que eras el más guapo, el más listo y el más valiente de los niños; cuando tú padre quería que estudiases para ser el primero de todos y en todo. Mírate ahí, subido en el pedestal de tu ego juvenil. Mira a ver cuáles han sido tus derroteros, desde entonces, tus anhelos, tus frustraciones, tus heridas, tus éxitos, y tus modos de vivir, de fraternizar, de imponer, de oprimir, de manipular, de gozar. Cómo ha sido tu entrenamiento, y cuáles las secretas, y a veces inconfesables, aspiraciones de tu ego. Cómo siendo un hombre espiritual, pero tentado siempre por los deseos de tu ego,  has utilizado el poder que se te ha conferido. Cómo te encuentras y cómo lo ejerces hoy en la familia, con los amigos y compañeros, en tus empresas, en la vida social o política, o en tu servicio religioso.

Tras lo que te introdujeron en la mente los padres, profesores, tutores, amigos, tus sueños, tu ego exaltado o ideologizado por los grupos en los que has participado, llega a tu vida el Misterio de Dios, que te asalta como a Pablo, y te manifiesta: "Mi bondad y mi misericordia te acompañarán todos los días de tu vida". Y tu corazón, ante esa ternura de Dios, comienza a desvelar que posees un don maravilloso, diferente a los dones de este mundo, y con un potencial benéfico y de salvación para todos. Y experimentas que para ejercer el poder de la misericordia, necesitas entrenarse a fondo y con plena conciencia. Y, desde entonces vives para que haya vida y vida abundante, para que los corazones recuperen la armonía en su íntima y comunitaria relación con Dios y con su comunidad de hermanos. Y así va cambiando en ti el modo de comprender el ejercicio del poder, y el nuevo modo de entrenarte: silencioso, orante, servicial, fraterno. Y en él entiendes el llamado al cultivo y al renacer de la fraternidad universal, que pide Francisco en la Fratelli tutti. Desde el pedido del Papa, y con esa nueva conciencia entrenada ya en el ejercicio del poder del amor, renacen unas renovadas y necesarias relaciones de verdadera amistad entre los hombres y las mujeres, y con los pobres y los excluidos. Y así se da paso a un nuevo modo de vivir la justicia y la paz.

Isaías 25: " El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros. Se dirá: 'Aquí está nuestro Dios". Qué bueno que viniste y nos enseñaste, Señor, este nuevo entrenamiento y este renovado ejercicio del poder; no ya como el de los señores del mundo, que oprimen a los pueblos, sino como el que enjuga las lágrimas, y se expresa como servicio, entrega gratuita, generosa y como alabanza. La profecía de Jesús pesa sobre los frágiles hombros de la Iglesia. Mateo 22: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían… Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos". Es el nuevo Reino que se adelanta cada domingo en nuestras humildes eucaristías, mutiladas por la pandemia y el sufrimiento de los pobres y los mayores. El nuevo Reino que nos entrena para ser hijos amados de Dios; para obedecerle en el silencio orante y en la aceptación del dolor común; para ser hermanos, dejando de ser lobos unos para otros; y para crecer en el don de Dios, de su misericordia compartida, de su fraternidad soñada y trabajada en los pequeños gestos de un poder ofrecido para el amor, y nunca para la imposición.

Antonio García Rubio.