Hemos de transformar nuestro modo de ser y de pensar. No se trata de que pongamos parches o hagamos reformas de lavado de cara. Se trata de nuestra fe y felicidad, nuestra coherencia y paz, y nuestra humilde influencia, de la mano del Espíritu, en la marcha de la historia. Tesalonicenses 1 nos da la señal: "Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada". Un grupo de hermanos, por su nuevo modo de ser y vivir en Cristo, provoca un tsunami de novedad, belleza, bondad y verdad que corre de boca en boca. Y, además, nada hay que explicar, no hay planes que hacer, ni marketing que poner en marcha, todo fluye y acontece con la naturalidad que llega a través del buen corazón del hombre, desde su libertad tocada de fuego, y del corazón de Dios, desde su amor trinitario, desde su Palabra. Es natural, y de Dios, que desarrollemos comunidades vivas de mujeres y hombres libres y llamados. Y que cada uno vivamos una vida nueva, entregada y transfigurada. Para ello es preciso volver a empezar, y hacerlo a través de la purificación que supone abandonar los viejos y caducos pensamientos que nos habitan, sus miedos, prejuicios, apegos, condicionamientos, y todos los actos que rompen la justicia, la solidaridad y la libertad.
Éxodo 22: "Así dice el Señor: No oprimirás ni vejarás al forastero. No explotarás a viudas ni a huérfanos. Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol. Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo." Éxodo nos recuerda que nada nuevo hay bajo el sol. Cada generación y cada persona han de realizar su aventura de cambio, de transformación y conversión. Un hombre, una mujer, un grupo de hombres y mujeres convertidos, renacidos por el agua y el Espíritu en hombres y mujeres nuevos, han de estar preparados, despiertos y disponibles para iniciar una nueva aventura con el Evangelio en el corazón y en sus manos. Vivirán una nueva espiritualidad que les nace del dolor personal y el dolor del común, que grita desde la explotación y el desamor, desde la inequidad y la injusticia, o incluso desde el individualismo desgarrador. Y vivirán también una ética que aprenderá a vibrar con pasión y compromiso en medio de una sociedad enfrentada y desquiciada. Esos son los cimientos para un nuevo renacer: ética y espiritualidad. Ambas a la par, ambas complementándose. No sabrán vivirán una sin la otra.
"Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte". El Salmo 17 manifiesta de modo bellamente reiterado la luminosidad de una fe agradecida y afianzada en la fragilidad y el sufrimiento humanos. La belleza inequívoca de una fe bien arraigada en el alma, y envuelta en el manto protector de un Padre Dios invisible, pero que nos hace sentir y sabernos protegidos ante todo peligro. Este es el bien esencial. Gracias a Él nos urgimos a caminar unidos, gozosos, en comunión, y creando comunidades que sean hogares cálidos, lugares de encuentro y comunicación, espacios desde los que salir, con fuego en el corazón, a servir y a ofrecer aliento de vida, de fe, de esperanza, de amor. Una persona que se sabe edificada y asentada sobre la Roca viva, puede caminar en oscuridad, y tocada de dolor, pero segura, tanto en medio de la pandemia, como de las flechas que vuelan en todas las direcciones.
Mateo 22: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Fraternidad y amistad social, que enseña Francisco. Camina entre fuegos con un sólo mandato, con un solo verbo en el corazón y la mente: AMAR. Con esta palabra te ha de bastar. Sobran los discursos, y sobran los pensamientos alterados y reiterados en la negatividad ambiental. Demasiadas palabras ruidosas nos sobran, y algunas esenciales nos faltan. "El Alma que anda en amor ni cansa ni se cansa". Es hora de nacer de nuevo, desapégate de lo que no es, de lo caduco y viejo por los años y por la manipulación, de lo que no te ayuda a recrear la eterna novedad del Evangelio. Desaféctate de una historia que ya no es. Emprende de nuevo la frágil aventura de poner en práctica cotidiana el Mandamiento. Y no olvides que ese mandamiento es para todos, y has de vivirlo entre todos y con todos, prestándonos unos a otros la vida y el amor dados y recibidos. Jesús lo recordó para común orientación, y para memoria y misión de la humanidad entera, en toda su diversidad. ¡Amemos!
Antonio García Rubio.