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viernes, 6 de noviembre de 2020

XXXII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO



Hemos de estar atentos para no perder ese último tren que puede pasar por nuestra puerta. "¡Que llega el esposo!" Este es el pitido del tren que lo anuncia en lo secreto. Y no sabemos cuándo volverá a pasar, ni tampoco tenemos capacidad ni conocimientos para saber las oportunidades que nos ofrecerán de nuevo la vida y la fe. Atento al momento. Mateo 25: "Mientras (las vírgenes necias) iban a comprarlo (el aceite) llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta". Preciosa, imaginativa, atractiva y curiosa parábola la de las vírgenes necias y las sensatas. Es la parábola de la atención, la concentración, la quietud que enseña a percibir lo que es auténtico y transparente. Porque lo transparente sólo se adivina tras un vistazo o flechazo de luz y amor, o tras un tiempo prolongado de silencio interior que nos coloca ante lo que es, ante la gracia, que es invisible a los ojos. Sólo las entrañas ardientes y enamoradas en el Espíritu, que ora en nosotros, nos pueden capacitar para este tipo de visión. La llegada del esposo se nos esfuma y escapa si no estamos concentrados y atentos ante el misterio insondable de Dios y del hombre, sobre todo del fracasado y del pobre. Y es ahí donde radica la prudencia de estas vírgenes, que mantuvieron siempre llena la alcuza del aceite de la búsqueda, de la quietud, de la atención, de la limpieza de unos ojos amantes. Las vírgenes necias se despistaron, perdieron el punto de la quietud que percibe lo que es, la visión que transciende el presente, el corazón que intuye la llegada por la celeridad de sus latidos, el alma que anda en amor y sabe esperar, el flechazo raudo que mantiene la memoria, el anhelo y la certeza de que el tren siempre está a punto de pasar; y perdieron el saber de que de su concentración depende la abundancia del aceite de la espera y la acogida.

Sabiduría 6: "Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta.
Meditar en ella es prudencia consumada. Y les sale al paso en cada pensamiento". Cómo nos gustaría cuidar nuestro ser, nuestro cuerpo-espíritu, nuestra capacidad de concentración y percepción, nuestra entrega y compromiso. Pero en muchos momentos, determinados por las circunstancias adversas, sufrientes e injustas, o por las alegres, divertidas y superficiales, nos despistamos, perdemos el equilibrio, nos desviamos, nos dejamos embaucar por drogas, sabores, ilusiones, apegos, dineros, viajes, lujos, envidias, ambiciones, vanidades, atracciones fatales, demencias, sensualidades, arbitrariedades o contradicciones. Y una vez metidos en esos bosques espesos, ya no somos capaces de encontrar la paciencia y la atención del que persigue encontrar 'la aguja en el pajar'. Sólo quien madruga, quien está en vela interior en el sosiego del amor, quien mantiene los ojos abiertos en medio de la noche, quien medita con paz sin abandonar la entrega y el servicio cotidianos, que comprometen la vida por sus semejantes, sin perder el pie puesto en la peregrinación solidaria y fraterna en este mundo, sólo ese encuentra el don, el saber, la luz, la nueva conciencia, el hombre nuevo... y el Espíritu de Dios le sale al paso en cada pensamiento y en cada acción solidaria.

Salmo 62: "Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios. Toda mi vida te bendeciré. Velando medito en ti, porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo". Rosalía de Castro, en el poema Negra Sombra, nos da pistas poéticas para entender también nosotros, el significado de esta ‘gracia que vale más que la vida’, y que siempre nos acompaña: "En todo estás y tú eres todo, para mí y en mi misma moras, ni me abandonarás nunca, sombra que siempre me asombras". ‘A la sombra de tus alas canto con júbilo’. ‘Te cubrirá con su sombra’. Es tanto y tan bello lo que se esconde en lo poco, apenas nada, en lo que es invisible y que no ocupa lugar, y que, sin embargo, todo lo llena y lo hace rezumar de vida, de sentido y de gracia, de esa que vale más que la vida.

Todo pende de un hilo. El hilo de lo invisible, lo sublime, lo santo, lo trascendente, lo que en verdad es. ¿Quién es el Resucitado que vive, que trae la paz, que nos resucita, el sol que nace de lo alto, que nos ilumina en medio de la noche y nos invita a su seguimiento y discipulado? ¿Quién es este Hijo Amado, que nos refiere al amor y a la cruz para encontrar la salida del laberinto? ¿Quién es este del que habla 1 Tesalonicenses 4?: "El Señor descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras". Palabras transidas de consuelo, en este domingo de noviembre, en el que la muerte nos sigue desgastando por la pandemia, y la memoria de nuestros seres queridos difuntos nos viene de lleno a la conciencia. Al final, todos seremos arrebatados en la nube, en el aire, al encuentro del Señor. Mantengamos la calma, la acción transformadora, la oración y la espera. El tren está a punto de pasar por nuestra vida.

Antonio García Rubio.