Salmo 145: "El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos." El salmo muestra la importancia y urgencia de rodearnos de buenas noticias. Y, sobre todo, de la necesidad de convertirnos y transformarnos en impulsores y hacedores de buenas noticias. Este mundo nuestro, cargado de infamias y desamores, de violencias y desprecios, anda y peregrina, atraviesa áridos desiertos y soporta densos nubarrones, sediento de Dios, con el anhelo del buen Dios, y de su amor. Y la misión de la Iglesia, y la del discípulo de Cristo, es facilitar a cuantos lo precisen el acceso sereno a su presencia y a su Palabra. Y el modo más humilde, sencillo, popular y evangélico que tenemos, y que puede ser aceptado con paz por nuestros compañeros de peregrinación o de travesía, está situado lejos de las palabras vanas o huecas, o de los discursos reiterativos o prepotentes. Y se expresa y comunica mediante gestos, acciones, detalles o hechos de vida que vayan cargados de amor, solidaridad, humanidad, humildad, servicio o, incluso, sacrificio de la vida personal o comunitaria por los demás. Esas son las buenas noticias que ensanchan el alma de los descreídos, los desafectados y los que desconfían. Esos nuevos y eternos modos de hacer les atraerán hacia una nueva comprensión del Misterio del amor entrañable que Dios tiene por sus hijos, y lo presentarán de un modo didáctico y cercano. Es en ese renovado sentido, y para esa armoniosa tarea, para la que hemos sido constituidos discípulos, y portadores de Jesús y su Evangelio: para abrir los ojos a los ciegos de corazón; para enderezar a los que andan doblados por el peso de la opresión o de la culpa; para mostrar la suavidad y la ternura de Dios hacia los pequeños, los pobres y los limpios de corazón; y para cuidar, guardar y proteger a los que viven en la calle, los discapacitados, los enfermos, los peregrinos, los inmigrantes y los refugiados.
Y cuida de no convertirte en un agorero de malas noticias, al modo de los ideólogos, religiosos o políticos empequeñecidos. Y aunque a veces sientas la tentación de pedir que baje fuego del cielo, como lo hicieron en alguna ocasión los primeros discípulos de Jesús, y especialmente cuando te veas cercado por el dolor ocasionado a los inocentes como consecuencia de la ambición desmedida de unos pocos, reza para no caer en la tentación. Pues ese no es nuestro camino ni tampoco es nuestra misión en esta tierra. Y menos lo es dedicarse a la buena vida como hoy nos denuncia el profeta Amós 6, lanzando graves advertencias contra los que se dedican a estas cosas: "Inventáis instrumentos musicales, bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes, y no os doléis de los desastres de José. Por eso irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos." La profecía es para ejercerla desde el corazón herido de Dios y del hombre; y expresarla con una conciencia bien iluminada y con una racionalidad positiva, llena de inteligencia, de pasión y de misericordia.
El modo de ser y vivir como cristianos, nos lo detalla 1 Timoteo 6: "Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos." Para combatir el buen combate de la fe, has de anteponer la llamada que has recibido, concentrarte en ella y construir todo lo demás desde ahí. Una llamada que recibiste en el seno de una comunidad cristiana, y que tiene como objetivo conducirte a la vida eterna que ya, gracias a Cristo Resucitado, está presente en ti y en tu comunidad, hoy, aquí y ahora. El día de tu bautismo, ante muchos testigos aceptaste ser discípulo de Cristo, y prometiste vivir para hacer posible su obra y su reino. Y te comprometiste a observar un solo mandato: amar a Dios y al prójimo con radicalidad, con prioridad, con pasión. Vives, pues, para amar, y sólo para amar. Y no has de olvidarlo ni de noche ni de día. Y si te apartas de ese gran y precioso guión de vida, has de saber que te sales enteramente de la Vida eterna; porque la vida eterna está en conocer y amar a Cristo Jesús, y en seguirle en la vida cotidiana y en los tiempos extraordinarios; y en hacerlo sin quejas egoístas y arriesgando, si es preciso, tu propia vida para que los demás “tengan vida y vida abundante”.
Lee con paz y sosiego la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. No te quedes en la letra de la parábola. Como todas las parábolas, pretende despertar en ti el agua viva que te cambiará la vida. Lucas 16: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba..." Léela entera. Y procura meterte en la piel de las dos figuras: Epulón y Lázaro. Identifícate con ellos; estúdialos con el corazón y escrútalos con los ojos de Cristo; hasta que los veas reflejados en tu propia alma, y en la vida de esta sociedad y de esta cultura. La pérdida de la conciencia esencial, la que te mantiene en el amor de Dios, te puede llevar al desvarío, y a exaltar obsesivamente tu ego, enfrentándole y haciéndole competir con el ego de tus compañeros de peregrinación. Recuerda de nuevo los versos del poema Pobreza Evangélica, de Casaldáliga No tener nada. No llevar nada. No poder nada. No pedir nada. Solamente el Evangelio. ¡Y “mais nada”! Desvíate de la vereda ancha del ego, que campea, además, a sus anchas, y con el alma limpia escucha a Cristo en tu corazón. Que no te suceda lo que advierte la parábola: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto." Rompe en pedazos la dureza de cuarzo de tu corazón.
Antonio García Rubio.