Por haber recibido el Bautismo, o cualquiera otro de los Ministerios Eclesiales, no podrás nunca ofrecer una hoja de servicios impecable, ni un estado de pureza y honestidad de vida en la que nadie te pueda sacar los colores, es decir, ningún cristiano será otra cosa más que un pecador en la cola de los pecadores, un último entre los últimos. Y si un día fuiste llamado por Jesús a esta vocación, nunca fue por tu valía, honestidad o valentía. Fuiste llamado por el Amor y por amor. Sólo su gracia, su amorosa voluntad, dieron contigo, que estabas perdido, enredado en lo tuyo. Su amor te sedujo, y provoca en esta humanidad, carente de conciencia de ser amada, un verdadero terremoto, y te pone en la búsqueda sincera de la luz. Sólo Él. Él, el primero. La historia humana nace en sus manos. Él te ha salido al encuentro. Y el ser humano posee un afán por juzgar que destruye el modo de entrega de muchos convertidos, que viven en su pobreza el espíritu del Evangelio. Sabiduría 2: "Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada". Los que buscan la paz y la justicia, la liberación de los oprimidos y un mundo de iguales, el respeto a las minorías y el cuidado del planeta, son acechados, buscados y tentados. El libro de Sabiduría abre una vocación de acoger y cuidar en este mundo revuelto y carente de alma: Cuidar a los líderes positivos, a los profetas, a los que ofrecen la vida gratuitamente a Dios, y rezuman amor, cariño, y servicio, a los amigos de los solos y abandonados, a los que confían en la Palabra de Cristo, y se dejan transformar como personas, hijos, hermanos. No los desprecies, no los lances dardos heridos de maldad, no los socaves. Serán voz de tu conciencia, una palabra, un estilo de vida que mueve la reflexión. Cuida a los profetas que ayudan a encontrar la salida del laberinto.
Y si sientes la fuerza de una vida valiente, entregada y profética que te viene de parte de Dios, de tu mirada sensible o de tu compartir el dolor de los pobres, no te dejes sucumbir por los juicios malvados sobre tu pasado o tus pecados. Confía en la gracia de Dios. Fortalécete en su gracia. Él cuida de ti. Hay una soledad que viene con la vida entregada. Acéptala. Es buena. Ora en ella junto a tus hermanos. Salmo 53: "Unos insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte. Pero Dios es mi auxilio". Los salmos salen en ayuda del profeta que regala la vida en humildad y pobreza, que se sacrifica sólo por amor, pues sabe que amor se paga con amor. "No temáis a los que matan el cuerpo". Eso sí, también el llamado puede sucumbir y venirse abajo, dejarse tentar. Y verse enzarzado en lo que no es, en el espíritu del mundo. Y así, entre los llamados, puede darse la denuncia de Santiago 3: "Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males... No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones". Así, la vida de la Iglesia se complica, se confunde, se envuelve en una niebla oscura, e impropia de los hijos de la luz. Y puede darse que el llamado se vuelva a perder, y entre en el reino de la confusión, nombrando a Dios, pero con su corazón lejos de Él, satisfaciendo sus oscuras pasiones.
El tiempo presente está confuso. Nos visita una gran crisis y un cambio de época. Las relaciones humanas están estancadas y enfrentadas. La humanidad duda en su interior y crecen sus heridas y la soledad. Mucho pareciera cabeza perdida. Por eso, los llamados han de volver a bañarse en el Evangelio, a sumergirse en sus aguas, en su escucha paciente y amorosa. Es tiempo de pensar y sentir con lo esencial, con el encuentro en pequeños grupos o comunidades de hermanos, con la lectura y escucha compartida de la Palabra de Jesús; de la que renacen las claves para la vuelta al Camino. Marcos 9: "Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado". Aquí están las llaves con las que abrir la puerta de acceso al Niño; a la Casa, el Padre; a la Mesa.
PRIMERA LLAVE: Atento a los niños. Estás muy adulto. Vuelve al niño. Renuncia a pensamientos y pasiones de adulto. Confía como un niño. Acoge y contempla al niño. Renace como niño.
SEGUNDA LLAVE: En ti hay anhelo de felicidad, pervertido al desatar tus pasiones. Anhela volver a Casa, al Padre. Si estás hastiado y derrotado en ti, ponte en camino hacia el Padre. Vuelve a Él. Confía. En sus brazos, abiertos, está la felicidad. Él te espera. Está entregado a ti.
TERCERA LLAVE: Te espera la Mesa del encuentro. No la que vende el cervecero. Vuelve a Cristo, la fraternidad. Recréala. Sírvela. La Mesa espera con la colaboración amorosa de todos. Vuelve a la Eucaristía. Revitalízala, renuévala, compártela. Cuida tu fe y la de tus hermanos.
Antonio García Rubio.