Isaías siempre certero. Aparece en el momento oportuno. Continúa ayudando a la humanidad a saber preguntarse por lo esencial. Nos invita a partir de las experiencias vitales y cotidianas para, inmediatamente, trascenderlas. Isaías 55: "Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? Escuchadme atentos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis". Lo que aquí digo, me lo digo a mí mismo, no sé si también a ti: ¿Cuánto dinero llevas gastado en lo que no es, te enferma, te desgasta, o te hunde en tus propios límites? ¿Cuánto? Haz un cálculo y saca la cuenta de lo que has substraído o sisado, según prefieras, al sostenimiento de los hambrientos, abandonados y tantos hijos amados de Dios. Cuánta parte de la inmensa deuda acumulada por nuestro país no se habrá tirado por las alcantarillas y gastado en asuntos innecesarios. Cuánto daño y cuánto mal te has podido hacer a ti mismo, o habrás hecho, directa o indirectamente, a otros seres humanos, a tus hermanos, por el mal uso dado a tu dinero. Lo bueno, lo noble, lo bello, lo sano, lo que da vida, lo que produce fruto abundante, es gratuito, se te da gratis, y tú también, si lo das, lo das gratis. Lo bueno y malo de las cervecitas inofensivas que te tomas con los amigos es que te quitan la sed física, pero quizá pueden también, si abusas, embotarte la mente y el cuerpo, incapacitándote para que puedas experimentar y dar cauce a tu verdadera sed; te la anulan. Acude, amigo, al agua viva y gratuita, al trigo y la comida de balde. Abandona tu pose altanera y engreída, inclina con humilde corazón tu oído ante el misterio del Dios escondido, y escucha atento. “Ven a mí”, te dice; “escúchame, y vivirás”. Impresionante, y siempre viva y actual, la profecía de Isaías.
Salmo 144: "El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente." La palabra del Salmo te conduce por el mismo camino. Te afianza, desde la fe del pueblo sencillo, en la vivencia del poder benéfico de la Providencia, y en la convicción profunda de la absoluta protección que Dios, justo y bondadoso, realiza en ti, y en el mundo a través de sus acciones: de su esparcida y discreta creación, de su salvación en la humildad de una cruz, de su amor desparramado en Pentecostés por cada rincón del planeta, y de la amistad constante y cotidiana con el Hijo Amado, siempre presente en ti y en tu comunidad, en todo momento y circunstancia. Donde estés tú y estén tus hermanos, allí, en medio, está Él. Da gracias. Invócale con sincero corazón, y aparecerá en su momento.
Y, cuando el Amado aparece en la vida, infectada o a punto de naufragar, es cuando te renacerá la luz y la esperanza. La fortaleza del Cristo resucitado y de su Espíritu en tu vida, en la de tu comunidad, y en la vida de los pobres, es la buena noticia que esperabas ver llegar a tu vida. Él es el Agua Viva que quita la sed, y hace renacer esa otra sed del alma, la que busca calmar la cierva en las corrientes de agua, la que orienta nuestra vida por el Camino. Y, una vez que es saciada la sed por Él, te renace una sabiduría deslumbrante en su humildad, y que te asegura que nada ni nadie podrán apartarte del amor de Dios, del Agua Viva, que se da en Cristo Jesús. Romanos 8: "Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro."
Mateo 14: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces. Traédmelos. Tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio. Comieron todos hasta quedar satisfechos". Esta humilde y espaciosa comida lo cambió todo. Cuando el corazón ve, y se ilumina con la presencia, todo tu ser cambia e inicia una nueva vida. A ella estás llamado. No creas en grandezas, no gastes ni te desgastes, no canses ni te canses. Adorna todo lo pequeño y cotidiano de la vida, de la familia, de la comunidad, o del barrio con palabras de luz y con ojos de esperanza. La comida de Cristo, ese gran banquete del equilibrio, presidido por los pobres y los sufridos, es una comida a la altura de los corazones más humildes, buscadores y serviciales. Es una comida promesa. Desde lo poco y humilde, se reconstruye, con la ayuda inequívoca del Espíritu, lo necesario, y esto sobra en abundancia. "Dadles de comer". Sentad a los hermanos a la mesa, convidadles al trabajo solidario, y al servicio. Tú, tu Comunidad, y la Tierra, con todos sus trabajadores, estáis preparados para servir y alimentar a todos los que aquí habitan, y para que sobre con creces. Cree, confía, y entrégate.
Antonio García Rubio.