Los profetas mantienen una rigurosa severidad consigo mismos. No pueden aceptar que las obras que se realizan por su mediación, pero por pura voluntad y mandato de Dios, no sean de Dios. Sólo así, no arrogarán ningún agradecimiento, título u honor. Eliseo es un claro exponente de esta radicalidad. 2 Reyes 5: "Y tú acepta un presente de tu servidor. Contestó Eliseo: 'Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada.'" Sólo Dios. 'Sólo Dios basta', dice el canto atribuido a Teresa de Jesús. ¿Qué discípulo de Cristo es capaz en la actualidad de vivir esa radicalidad, y esa certeza de que Dios es el verdadero protagonista de nuestra historia de fe y de salvación? Lo que más bien espiritual nos ofrece, es no estar apegados a nada ni a nadie, a pesar de mantenernos en un ejercicio de servicio, compromiso y amor constantes.
Por eso, lo que nos sale del alma a cualquiera, es un cántico de alabanza y gratitud, como el del salmo 97: "Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. El Señor se acordó de su misericordia y su fidelidad." Andamos bañados por una misericordia infinita, que no abandona al que desarrolla sus capacidades de aceptación, paciencia activa, escucha y asombro ante el Misterio del 'Dios escondido', y presente al hombre y la mujer de fe.
El don de la fe, que te cambia y conduce a una vida más auténtica, te abre también a la experiencia de 2 Timoteo 2: "Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo." Todo, lo visible e invisible, cambia, si se mira con mirada de Jesús. La identificación con Él te eleva, te devuelve la dignidad perdida, te embelesa, y, además, te hace constructor de su Reino y portador de su paz. Te constituye en constructor de puentes, luchador por la justicia y defensor de los pobres; en persona abierta y capacitada para comprender y escuchar; en sencillo y austero; en orante confiado y en gente de la calle, con mirada limpia y sonrisa comunicadora. Él te hace como Él, semejante a Él, parte de Él. Y, aunque siendo con Él, te sabes en el mundo y sus contradicciones, siendo uno más entre tantos y tan variopintos caminantes, siempre bien dispuesto a compartir sin fronteras y sin barreras.
Pero, no olvides que uno de los peores males de este siglo es la indiferencia de los que se creen dueños de sus vidas y haciendas, y de las vidas y haciendas de los demás. De los que se creen con derecho a apropiarse descaradamente de los bienes, e incluso de las almas, de sus conciudadanos. Eso sí, son indiferentes, pero capaces de cometer todo tipo de atrocidades. Lucas 17: "Jesús tomó la palabra y dijo: '¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?' Y le dijo: 'Levántate, vete: tu fe te ha salvado.'" Tú, eres un hijo de la vida, y también lo eres de la fe. No olvides que lo que salva y renueva la vida, lo que provoca la liberación de este mundo, es la capacidad de creer, confiar, agradecer, reconocer que hay un Padre y que nosotros somos hermanos. No te rodees de la indiferencia de los arrogantes. Ten fe. Mantén la fe. Cuida tu fe y la de tu pueblo.
1.- Para que te puedas dedicar al cuidado del huerto de tu fe, has sido habitado por el Espíritu Santo. Este es un don que Él mismo concede, que has de negociar amorosa y humildemente con Él. Todo bautizado aspira a adquirir esta nueva identidad en Él. Iluminado y trasparentado por Él, serás purificado desde dentro, curado y sanado por su amor.
2.- Cae hoy de rodillas, o túmbate en el suelo, con humildad de corazón. Y, ponte a la escucha. Eres templo del Espíritu Santo. Eres un sagrario habitado por Cristo. Sal con esa conciencia de la eucaristía. No olvides que allí donde tú estés, allí estará Cristo. Vive con dignidad este don.
3.- No seas desagradecido ante el Hijo, que se ha entregado para que vivas una vida nueva, sana, perfumada por la gracia. Ya no eres un leproso. Estás curado. Da gracias. Vuelve a ser un puro corazón colmado de sencillez y austeridad.
4.- La Iglesia en Roma celebra el Sínodo por la Amazonía. Reza por él. Reza por los indígenas y las gentes de fe, que llevan años, meses enteros, trabajando por este acontecimiento especial. Están en juego la fe y la vida de una parte significativa del Planeta; y las de la mayoría de nosotros. Pide que se ilumine el rostro de la Iglesia con los rasgos indígenas. Y que, con la fuerza del Espíritu, la sinodalidad y la participación de los laicos, rejuvenezca la Tierra, la Iglesia y el rostro mismo de Cristo.
Antonio García Rubio.