"Si la sal se vuelve sosa..." Esa es la gran cuestión de nuestra fe. Que no se nos vuelva sosa. Hoy hay mucha vida que se expone a la desalinización que nos asedia y asola, o nos desala, y nos arrebata la gracia y el don. La existencia humana en el Planeta, acosada por poderes sin alma, se ha convertido en un gran juego de azar y necesidad sin lógica humana, sin finalidad moral, y sin sentido. Algunos llegan a decir en su decepción, que si hubieran sabido que esto iba a ser así, no habrían pedido venir a este mundo. Necesitamos la sal.
Así anda la percepción y constatación última, consciente y desesperanzada, de la sal que se ha mojado, y ya no sirve para nada. ¿Será que el hombre ha abandonado la fe en el Dios vivo, buscándose así mismo, y a la desesperada? ¿Nos estaremos cobijando en dioses falsos y mortecinos, en ídolos de luz artificial y fugaces? o, aún peor, ¿nos habremos centrado y bloqueado en nosotros mismos, en nuestros egos prepotentes, justicieros y enfrentados?
Y, a la vez, las otras preguntas de una fe tocada: ¿Será esta la hora de iniciarnos en un camino de conversión, transformación y superación, afianzándonos en Él? ¿Dejaremos que brille Él, y todo se torne luz de mediodía? Así lo dice la profecía de Isaías 58: "Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía."
Dos cosas están siempre vivas en el discípulo de Jesús que escucha una voz que le llama: 'Ven y sígueme'. Son estas: La firmeza en Él y la caridad. Salmo 111: "El justo jamás vacilará. Su corazón está firme en el Señor, está seguro, sin temor. Su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad." Para la mujer y el hombre de Dios, alzar la frente con dignidad no es una cuestión de orgullo, o de frente y ego altivo. No. Es cuestión de un amor concreto que nace y crece en la fuente trinitaria. Un amor que mana dentro de nosotros y es nuestro sustento, fundamento y firmeza.
¡Cuánto se aprende de Pablo y de los padres en la fe! Escucha y rastrea en silencio, en sus palabras, pura Palabra de Dios para la Iglesia, y hazlo, alejado de ideologías malsanas, de condicionamientos mentales o costumbristas, de todo apego emocional, y de todo miedo calloso o enquistado como un cáncer. Sólo los pequeños, los conversos, los que han dado un paso de valientes, los frágiles, los pecadores, los que tiemblan al hablar, los que no confían nada en sí, porque conocen las raíces de su debilidad, los que se han puesto descaradamente en las solas manos de Dios, con una confianza incondicional en Él, podrán entender la llamada de Jesús y seguirla hasta la muerte, sin dejar de saltar por el mundo y ofrecerle la luz de Cristo Resucitado y vencedor de la muerte. 1 Corintios 2: "Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios."
Como quisiéramos, hermanos, hablarnos al corazón. Hablarnos mutuamente al oído del alma, corazón a corazón; y hacerlo desde el corazón de la Trinidad y de la Iglesia, que es un mismo y solo corazón. Todos somos ese mismo corazón que arde, late, calienta, y ama al unísono. Oh, Señor, qué misión, qué tarea admirable, semejante a la perla preciosa que se va formando en la ostra de nuestra alma. Eso nos propone hoy en el evangelio de Mateo 5: "Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente... Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo." ¡Oh pobreza, fuente de riqueza! Las lágrimas asaltan a todo bautizado, cuanfo al constatar los dolores de su alma, que se confabulan entre sí, para no dejarle ser el discípulo amado que se sabe sal y luz diminutas, humildes, pero potentes, venidas de Dios en medio de esta sociedad desesperanzada.
1. Llora tus pecados. Que las lágrimas de amor y conciencia, provocadas por el Espíritu, nazcan de la Fuente del Amor vivo. Sólo así se iniciará en ti y en tu comunidad un tiempo nuevo.
2. Lávate la cara y perfúmate de firmeza y caridad. Sólo el amor de Dios, la Caridad, es firme y fuerte como los diamantes. Lávate mediante el ejercicio de esa Caridad que habita en ti. Y con ella, llega a todo aquel que esté entristecido o destruido como persona y como hijo, por las heridas recibidas en esta sociedad fría, descorazonada, entregada a los ídolos, y deshumanizada. La Caridad es la humanización. Y en ella se haya siempre la firmeza del Encarnado, del que se ha hecho uno con nuestra carne.
3. Y alumbra por tu humildad. La humildad sólo te nace tras el reconocimiento de tu pecado. Alumbra, no deslumbres. Si lo haces, te alejarás del que guardó en secreto su mesianismo; cargó con la cruz sin queja alguna; resucitado, no quiso deslumbrar; y te devolvió la humanización y la confianza, junto a su incondicional amistad y unidad con el Padre. Alumbra, pues, con firme y serena fe, y con caridad. Y ni pretendas deslumbrar con tu ego. Sólo Dios y su sufrido pueblo te bastan.
Antonio García Rubio.