El pasado domingo me escapé mentalmente, con mis ojos y mi mente de niño inquieto, hasta la fragua del abuelo Domingo. Hoy, en esta huida de búsquedas secretas del alma, me vuelvo a atrasar en el tiempo, para situarme en la casa paterna en la que mis padres tenían abierta una taberna a la que asistían gentes diversas, sobre todo en el crudo y serrano invierno. Allí todos participábamos del calor de una gran estufa, que cuidábamos y manteníamos al rojo vivo. Me arde el corazón al recordar aquellos gélidos días. Con permiso del Papa Francisco, cuando habla de los grupos católicos estufa, yo hablo de mi infancia, la taberna, la estufa, mi familia, la gente de mi pueblo, de aquello como un ideal a reinventar. "Ven, Señor, el mundo muere de frío", cantamos en Adviento; el frío del individualismo que nos tiene ateridos en soledad y pequeños intereses, que nos enrosca en hábitos poco saludables y dañinos. La Iglesia, en el frío de la pandemia, la política, la economía, la tristeza, la depresión o la muerte, ha de convertirse, en una comunidad estufa que se abra y aporte calor a los sufrientes, depresivos, tristes, enfermos, alicaídos, el necesario calor para retornar al frío ambiente social, y colaborar en su calentamiento con ternura, justicia, sensibilidad y alegría.
Mi primer recuerdo con lágrimas de emoción, sentado a la estufa, es la cara alegre de los que nos juntábamos en rededor suyo, las risotadas, rostros y gestos de felicidad de los se adentraban en aquél ambiente cálido. Recuerdo conversaciones, chismes, cuentos, villancicos, canciones, música, guitarreros que adelantaban las celebraciones de la Navidad a las tardes-noches de noviembre, y chistes no aptos para 'la ropa tendida'. Era esa alegría desbordante que provoca el calor de dentro, cuando fuera hace un frío intenso, como sucede hoy. De ahí soñar con una Iglesia alegre, confiada, acalorada por el Espíritu de Jesús. ¡Ven, Señor! Domingo de la alegría del Adviento. Ayuda en tu familia, comunidad y parroquia a recuperar la alegría y el fuego que el Espíritu infunde y arde en tu alma. Que renazcan comunidades acogedoras de toda pobreza y frialdad humanas. Esa será su primera tarea pastoral. Isaías 61: "Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo". Isaías manifiesta el domingo de Gaudete. Desborda de gozo con tus hermanos.
Y grita con María, Lucas 1: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava". Curiosa mirada la de Dios, siempre mirando la vida de los pequeños, los desvalidos o desolados. En tus momentos de profunda y recia soledad los pasos de Jesús se deslizan hacia ti de modo cuidadoso. Y basta que, con el Espíritu Santo, lo invoques, aunque esté en lo más escondido, para que se aparezca de maneras diferentes, entre excluidos y hundidos, en el abismo de dolor e injusticia, y te asombre y sorprenda por el rayito de claridad y de paz que emana y te comparte. Proclame, el alma de los ateridos por el frío injusto y prepotente, la grandeza del amor de Dios. Y vuele paciente por tu alma esa otra alegría suya que reposará y exultará en las entrañas confiadas de los pequeños, como María.
1 Tesalonicenses 5: "Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad". Domingo de la alegría. Las lecturas se engarzan unas con otras para cantar por adelantado la venida del Señor. Quédate con lo bueno de la vida; haz el bien como Jesús, con discernimiento y sentido profético. Consuma raudo la copa amarga del mal, sin dejar que te encandile con su plan. Que la oración se haga uno contigo, y permanezca constante. La oración en el Espíritu te hará percibir el fuego que te arde en el alma, en la de la Iglesia, y en la del mundo, aunque sea de noche.
Juan 1: "Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor... ¿Por qué bautizas, si tú no eres el Mesías? Juan les respondió: Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia". Sé siempre la voz que grita en medio del árido desierto. Bautízate o vive tu bautismo en el nombre del que viene a sanar las heridas, incluso sin saberlo. Y vive junto a tus hermanos, junto al calor de la estufa del amor mutuo. Amar es la tarea más bendita y bendecida de todas las que te han sido encomendadas. Es la primera y principal asignatura del nuevo curso litúrgico que inicias con el Adviento. Al final, todos seremos examinados de amor.
Antonio García Rubio.