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viernes, 3 de julio de 2020

XIV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO


Zacarías 9: "Alégrate. Mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica". La profecía de Zacarías, no aceptada por su pueblo, ni tampoco por nosotros, sigue siendo la verdad plasmada por el que ya vino, Jesús, y está por llegar. Jesús mostró con veracidad, naciendo en un pesebre, montado en un asno, y dejándose colgar en la cruz, que sólo existe la salida del amor humilde, entregado, generoso, alejado del poderío humano, callado, servicial y fraterno. Ese es el querer de Dios, para el que quiera entrar definitivamente en la nueva era. Alégrate si lo comprendes, si lo intentas vivir, si lo prácticas y también tú, en tu fragilidad, lo plasmas en gestos y palabras de vida.

Hasta el gorro estamos la mayoría de sabios, entendidos, engreídos y listos. Hasta el más pobre corre el riesgo de serlo, si no deja que le anide en la intimidad del alma una intensa conversión. La mente, ocupada por miles de flashes y un enorme vacío existencial, es la primera en dejarse engañar y en creerse lo que no es. Y así disponemos siempre de recetas para dar a los otros, y desconocemos el arte de saber escuchar a los hermanos. ¿Cuándo cambiaremos de era, tras la revolución digital y la pandemia, que nos muestra nuestras fragilidades y penurias? ¿Cuándo pasaremos a formar parte de una era de gente normalita, sencilla y humilde? Ya la dio por inaugurada Jesús de Nazaret, hace dos mil años. Mateo 11: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor". Nosotros mismos como Iglesia, históricamente, nos hemos alejado de esa nueva y verdadera era, la de la gente sencilla, que "sólo sabe que no sabe nada", que cada día se abaja para aprender del dolor de los doloridos o para experimentar el drama de los vapuleados por las injusticias y reveses de la existencia. Los cristianos cantamos en las celebraciones, de la mano de la profecía de Isaías, eso de: "Hoy comienza una nueva era, las armas se convierten en podaderas, de las lanzas se hacen arados y los oprimidos son liberados". Es la era de la gente buena, de la que llena de bondad todo lo que toca, de la que hace de la vida diaria un arte de acogida, de la que convive con sumo gusto con gentes de otras razas, credos, culturas, pensamientos o aficiones, de la de los santos de la puerta del al lado.

El apóstol Pablo da la clave para que nazca esa era nueva de la acogida cálida de los unos a los otros, y de cada uno, y de todos como pueblo, a nuestro Padre Dios. Romanos 8: "Si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis". Una nueva era requiere un espíritu nuevo. Un espíritu de completa libertad, que nace en desierto del dolor y del vacío humano. No hablamos de una libertad parcelada o comprada con dinero manchado de sangre, sino de una libertad sin trabas, sin ideologías de buenos y malos, sin adicciones, sin muros, sin soberbias enfrentadas, sin placeres exquisitos de los que sólo gustan las minorías, sin trincheras ni armamentos nucleares, bacteriológicos, amenazantes, sin líderes que vivan pendientes de las encuestas sino que crean en el bien de los ciudadanos. No más muertes provocadas por el odio, la ambición, la exclusión o el racismo. Esperemos, y provoquemos con el Espíritu Santo, la era del Dios vivo en el corazón naciente de esta nueva humanidad fraterna.

Salmo 144: "Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas". Se trata de una era de bendición y de bondad. Todo lo que no es, la cizaña de la que habla el Evangelio, servirá de nutriente consciente para que crezca la bondad, la misericordia entrañable, la bendición. Nace una era de bendición. "Bendecid, sí, no maldigáis. Con los que ríen, reíd, con los lloran, llorad. Tened igualdad de trato unos con otros". Todo está dicho. Solo nos queda creerlo y ponerlo en práctica. No es necesario inventar nada nuevo para que se produzca el cambio a la nueva y definitiva era. Sólo hemos de silenciar, orar, unir, coser, creer, confiar, decidir y poner en práctica el Evangelio y el Reino de Dios. Pero no por imposición, como tantas veces se ha intentado a lo largo de los siglos erróneamente. Sólo el hombre tropieza una y mil veces en la misma piedra. El camino de entrada en esta nueva era vendrá en espíritu y verdad, por sano desvelamiento, por libre convencimiento y por humilde contagio de un amor que todo lo puede.

Antonio García Rubio.