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viernes, 7 de agosto de 2020

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XIX DOMINGO TIEMPO ORDINARIO


Mateo 14: "Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús". Y tú, hermano bautizado, ¿has caminado alguna vez, como Pedro, sobre las aguas? Este cura me toma el pelo, pensarás. Pero te aseguro que, aunque podría ser una tomadura de algo más que pelo, y con buen humor, sin embargo, no lo es. Vuelvo a preguntarte: como hombre o mujer de fe, ¿has caminado alguna vez sobre las aguas turbulentas de la vida? Si lo has hecho, ¿te asustaste?, ¿se te paralizaron los músculos? O, ¿tu mente decidió, temblando, dar marcha atrás, antes que las sandalias rozaran las aguas bravas?

Elías experimenta, según el Primer Libro de los Reyes 19, algo sobre lo que después volveremos, para ver su conclusión. A veces, vivimos situaciones traumáticas, como consecuencia de los truenos, relámpagos, huracanes, terremotos y los fuegos diversos de la vida, que se manifiestan en la pandemia. Nos asolan graves enfermedades, muertes sin sentido, cierres de empresas y paros inesperados, pobrezas impuestas, o desazón generalizada. Y así, muchos no estamos predispuestos para salir a la calle peligrosa, al mar bravío, a la turbulencia social, o al desdoro de las relaciones; y nos refugiamos en la cueva del dolor, de la conformidad malsana, de la aparente indiferencia, o de las prevenciones. Aunque, alguna vez nos pueda suceder como a Elías: "Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva".

A Pedro le vemos saltando al agua tras la llamada del Maestro. Su Palabra le resulta contundente entre la borrasca neblinosa de la noche, y la recibe como algo sencillo, suave, lento y fácil de ejecutar. Pero, "al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame. En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?" Pedro experimenta el mismo reproche amoroso que te hace tantos días tu conciencia. ¿Por qué dudas? ¿Por qué dejas que se te anule la fe? Pedro grita, reconoce su pecado, afronta su miedo, pide ayuda. "Señor, sálvame". Y tú, ¿cómo resuelves tus miedos, tu indiferencia, tu falta de sinceridad para r tu cansina cobardía?

Pablo reconoce que la vida te puede poner en jaque mate y hacerte dudar o tambalear ante determinadas interferencias: afectos, apegos, condicionamientos, miedos, costumbres, o pecados del ego. Así lo manifiesta en Romanos 9: "Siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo". Hasta ahí llegan sus sentimientos, al revivir su antigua vida de convicción religiosa violencia y de estrechez mental. Quizá tú, mirando a Pablo, hayas de prestarte una atención mayor. A veces, el mayor enemigo está dentro de ti mismo; la duda, la tozudez la desconfianza o el desamor pueden hacerte una mala pasada.

Pero, no olvides que mantienes el don del Resucitado, que te sacará del abismo que eres tú mismo, cuando los miedos te ahoguen o emponzoñen. El miedo es el peor consejero del hombre de fe. ¡Ojo con él! Salmo 84: "La justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo". La llave para que la Palabra de Cristo te convierta en su valiente y confiado discípulo, es ese beso sencillo, humilde, sereno y sosegado, que te ofrecen las cálidas relaciones de amor y de amistad de Cristo y de tus amigos y hermanos. Mantente dispuesto a compartir la vida en los momentos de bonanza o en los de tormenta. El cristiano nace en lo pequeño, en una cuidada y silenciosa relación de amistad, en el encuentro eucarístico dominical, en el trato de amor y de defensa con quien sólo nos puede ofrecer penas y lágrimas para anonadar. Ahí te esperan: justicia y paz; fidelidad y sensibilidad; cielo y tierra; vida y muerte; esperanza y fe decidida; es decir, te espera Jesús que se te presenta en medio de tus noches borrascosas como un humilde susurro, como una brisa suave. "Señor, sálvame". Es la mano de Cristo, asiéndote con delicadeza y firmeza. Cada día la encontrarás dispuesta para ti. No tengas miedo, entrégate.

Antonio García Rubio.