TÚ QUE DUERMES, ¡DESPIÉRTATE!
En el duermevela de la noche, a veces entramos en una profunda angustia espiritual. Nos despierta y hace ver que, aún vivos, permanecemos adormecidos, o profundamente dormidos. Y lo peor, nos creemos despiertos y casi perfectos en nuestro hacer. ¿Es verdad? Si somos limpios y sinceros, andamos adormecidos y desparramados entre las cosas y los acontecimientos, atados a juicios y prejuicios, y a una cierta ideología. Adormecidos. Pero nos creemos despiertos. Tonteamos con la vida, con sus apariencias. Si en el duermevela nos damos cuenta, nos sentimos fatal, pues no nos vemos despertar. "Despierta tú qué duermes", dice la Escritura. Caminando como ciegos profundos: creen ver y no ven; como sordos ante lo esencial: creen oír y no escuchan, y oyen lo que quieren; como personas sin olfato: creen husmear y no huelen lo que está por llegar; como catadores con gustos convencionales: creen gustan, y no saborean lo eterno y vivo; como gente sin el tacto de Dios, de su amor: creen manosear, y no acarician lo infinito o trascendente.
CONMUÉVATE LA CRUZ DEL GUÍA DE TU SALVACIÓN.
Se te pases la vida, a pesar de las pruebas que intentan despertarte, sin despertar, huyendo de la verdad, refugiándote en mentiras superpuestas, en limbos artificiales, en placeres pasajeros, en gustos destructivos, en tactos opresivos, en miradas perniciosas, o en palabras ociosas que provocan división. Hebreos 2: "Por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Dios juzgó conveniente, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación". ¿Quieres mirar, escuchar, leer en la vida de Cristo? O, ¿sigues, como algunos apóstoles y contemporáneos de Jesús, mirando para otro lado, sin dejarte tocar ni conmoverte por los sufrimientos del guía de la Salvación? La presencia de Cristo te supone abrir la puerta al despertar, a la eclosión de una nueva conciencia. Él lo hace conmoviendo tus entrañas y tu corazón, al permitirte contemplarlo en la Cruz, y al contemplar en Él a todo crucificado y todo dañado. Jesús padeció la muerte para bien de todos. Sal de tu duermevela. Entra en la hondura del Misterio de la vida, del universo, del hombre, de Dios. Sal de la opresión de la esclavitud, de la fascinación, de la diversión de lo pequeño, y a veces mezquino, de tus ensoñaciones y tus ambiciones. Despierta a la verdad escondida, a la llamada humilde y sustanciosa de lo que siendo invisible a los ojos, es, sin embargo, lo importante, lo que te da vida, lo saludable y apasionante, lo que te conduce a la salvación. Salmo 127: "Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien". Acércate con cautela a la zarza que arde sin consumirse, al atractivo temor misterioso del amor desconocido, a la dicha que trae el bien por caminos no trillados, pero sí sufridos, crucificados, entregados con sangre y pasión. Dichoso tú si confías y te entregas ante tanto desconfiado y entendido.
PON NOMBRE A CUANTO DESCUBRES DE NUEVO.
Génesis 2: "El hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontraba ninguno como él que lo ayudase". Pon tú nombre a cuanto se te desvela según vas despertando, cuando tu mente y tu conciencia se limpian y ven lo que no podías ver. En la medida que avanzas por el camino alumbrado por el Resucitado, ves que ni lo nuevo te sacia o colma. Igual que el hombre necesita su pareja para sentir la plenitud de la creación, así tú, creyente, necesitas de Dios y tus hermanos para hacer de tu vida una entrega de amor a su servicio. “Despierta tú qué duermes”. Déjate despertar y conmover por las heridas del Amado y de tus hermanos. Por el Ecce Homo. Y descubrirás el misterio de unidad y Comunión que encierra lo que viene de Dios, o lo que se refiere a Él. En Él, en la cruz, no hay dualidad ni separación, ni abismos de desamor, ni heridas insanables, ni rupturas insalvables. Marcos 10: "Ya no son dos, sino una sola carne”. Son diferentes, diversos, distintos, pero son una sola Vida, una sola armonía de amor, aunque aún esté sometida a las sombras, fuerzas y contradicciones; al separador y al destructor.
SIN COMUNIÓN NO HAY CRISTIANISMO.
En la Diócesis de Madrid, este domingo de inicio de octubre, a dos pasos de la convocatoria de la llamada papal a vivir la sinodalidad, se celebra el ‘Domingo por la Comunión’, con el lema: "SIN COMUNIÓN NO HAY CRISTIANISMO". Es una llamada de urgencia, un despertar de conciencias. No te 'adormiles' o perpetúes en lo parcial, en la mesita caliente y el parchís. Mira la gran Mesa, a la que estás llamado e invitado. No faltes, no agües la fiesta, no te descartes, no desmorones más el cristianismo. Sólo la Comunión, que no se ve, merece la pena en este tiempo de cambio radical y de profunda crisis. Cuida de no fallar al Señor. Sé una abeja de esas que están en extinción, y que son esenciales para la vida en el planeta. Fabrica la más preciada miel de la Iglesia, el mejor alimento para la Vida, que es Cristo: su Comunión. Y para ello, ya sabes lo básico. "El que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él". O te haces niño que confía por encima y más allá de lo que ve, o te perderás en la maraña de un mal que divide, fragmenta, y devora. Entra en el Reino de la fraternidad, de la unión fraterna, cuidada y trabajada, en la Comunión dada. Y acógela, acéptala. Es la más pura miel del amor del Hijo amado y de su Espíritu.
Antonio García Rubio.