La pequeña familia de cada uno nos refiere hoy a la gran familia de la humanidad, y lo hace de un modo crucial, como nunca pensamos que sucedería, en este tiempo de pandemia generalizada y sufriente. Hoy, todos estamos tocados por el mismo drama, por la misma inquietud y preocupación. Y hoy así, apresados y encerrados en el miedo al presente y al futuro, estamos invitados a hacer una reflexión a fondo sobre y desde la gran nave, la gran familia, esta Tierra que se balancea y peligra gravemente en su equilibrio, y en la que navegamos juntos, atravesando cada día un Universo infinito. No nos quedemos reflexionando piadosa o sesudamente en nuestra pequeña familia, no se puede uno quedar a ver cómo ordena su apartamento, cuando está ardiendo su ciudad. Aprovechemos la Fiesta de la Sagrada y peculiar Familia, con la Virgen, el Hijo de Dios y el discreto y servicial San José, para abrir la mente y el corazón a la universalidad de la gran Familia humana, representada en el Misterio entero del Belén, en sus pastores y sus posadas, sus magos y su estrella, su naturaleza viva y su huerto, el humo de sus chimeneas y sus pobres vecinos, su luna y estrellas, sus ángeles y su música, y el portal, su buey y su mula, la madre, su padre y el niño deslumbrante, y ahí, ante él, contemplemos el mundo entero. La infinita pluralidad de familias que se dan en la actualidad, nos lleva a situarnos ante las nuevas visiones y reflexiones, vivencias y contemplaciones, a veces enfermizas o enrarecidas, en las que tenemos atascada la gran familia humana.
Habríamos de valorar la falta de consistencia de todo proyecto o proyectos que no estén bien definidos, orientados y sustentados mediante un eje vertebrador positivo, auténtico, veraz, que sirva para que la vida se oriente con rectitud. Eclesiástico 2: "El que respeta a su madre acumula tesoros...; al que honra a su madre el Señor lo escucha". En la familia tradicional es muy importante el papel de la madre, como vemos en la primera lectura. Para que tengamos una apreciación y comparación positivas del papel y peso de la madre, es bueno recordar la recomendación de San Francisco de Asís a sus hermanos: "Sed madres los unos para los otros". Ahí vemos la clave de comprensión de la gran familia humana. Cuando uno vive sus relaciones con los otros, como las vive la madre con sus hijos, está haciendo que la vida sea cálida, entrañable, tierna, auténtica y fructífera. Todo líder, educador o puente habría de ser así, pues la frialdad actual de los líderes trae malas predicciones para el futuro de muchos.
En el Belén, en la Navidad, Jesús vuelve a hacernos volver la mirada a lo que nos falta. El mundo muere de frio por el individualismo, que provoca la carencia de entrañas maternales. Sobra rigorismo, cientifismo, especulación, violencia, imposición, abuso arbitrario del poder de grupos que aplastan, manipulan y ahogan a la inmensa mayoría del pueblo, a los pobres. Faltan las entrañas de misericordia de la madre, del padre, de la familia, del contexto entrañable que nos trae la Navidad. Entrañas de madre, corazón de madre, manos serviciales de madre. Y eso, que es lo esencial para el cuidado y el mantenimiento de la vida, le falta al mundo. El frío se combate con calor. Y este se encuentra en las entrañas y el corazón de la humanidad, en Cristo Jesús. Colosenses 3: "Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él". Demos gracias al Padre por Él. Jesús niño evoca lo entrañable de su madre, de José, del Padre Dios. Y eso, la ternura entrañable que amasa y da consistencia a la vida, es lo que tantas veces nos falta, y ahora se nos ofrece.
Sólo dando el salto a la ternura entrañable que sugiere María, podremos adentrarnos en la vía estrecha que conduce a una nueva vida, cálida en humanidad, para los pobres, los desheredados y los apartados. Sólo situados en el papel de madres podremos volver a encontrar la paz, la salvación, la libertad, la comunión, la fraternidad, la necesaria comunidad de hermanos que nos levante de este penoso estado en el que se encuentra la vida en la Tierra. Lucas 2: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel".
Y sólo así la inmensa mayoría de los hijos de los hombres, con el don que Dios nos ha otorgado en su Hijo Jesús, podremos ver lo que nos predice hoy el Salmo 127: "Comerás el fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien". Que así sea.
Antonio García Rubio.