Os comento un sueño. Recuerdo pocas imágenes, pero significativas. En una estancia, de sopetón, apareció una mujer maravillosa y muy querida, muerta hace años: Mariluz, religiosa. Estaba radiante, alegre, feliz, desbordante de color y viveza, transparente, y con su inmortal sonrisa. Nos abrazamos pletóricos por el encuentro. Instantes después se hizo presente su prima. Al verla se llevó la sorpresa del siglo, y también se abalanzó sobre ella. Pero, en ‘un si es no es’, en el que su prima se dirigió a mí para decirme algo, Mariluz desapareció. Cuando se volvió hacia ella, ya no estaba. Y le dije: ‘Mírala fijamente. De lo contrario, desaparece’. La buscó con una mirada atenta, y Mariluz, con la misma sonrisa, volvió a aparecer para alegría de los tres. Algo hablamos, y algo nos dijo, pero no puedo recordarlo. No sería necesario. Eso sí, los dos actualmente vivos en este planeta, éramos conscientes de que Mariluz había vuelto a la vida para encontrarse con nosotros; y que todo encuentro de amor y de luz, aunque sea en sueños, es una gran noticia y hemos de desentrañarla, para acoger su significado.
Lucas 24: "Ya cerca de la aldea donde iban, el hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: 'Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída." El sueño de Mariluz, me sitúa en antela realidad de nuestra pobre fe. Vivimos tiempos recios. Andamos de la fe a la duda, de la certeza a las aguas movedizas, de la luz al corazón cerrado, oscurecido, de la exaltación a la adoración, de la vivencia solidaria al infierno. Vivimos la vocación y la misión de Cristo como gracia y serenidad, y, a su vez, al ponerla en práctica, como estrés traumático, activismo desmedido, o deseo frustrado de saciar la ansiedad de nuestros egos inseguros.
Andamos, como los de Emaús, inquietos por la vida: queriendo creer y estresados; torpes por las dudas e iluminados por Jesús; incrédulos o ciegos e capaces de ver y comprender. Estos dos discípulos, caminan acompañados por el Señor sin reconocerle, y sólo sentados a la mesa, lo reconocen y se alegran. Y, al contemplarle al partir el pan con ojos atentos y de fe, Él aparece, pero, sin embargo, acaba esfumándose, como Mariluz en el sueño; cuando la reconocimos gozosos, desapareció. Cuando el señor nos aparece, en cualquier experiencia de encuentro con Él, se nos despiertan profundos sentimiento de alegría; y cuando vamos nos sentimos centrados en Él, se nos escapa. Llega, regala fortaleza, da su paz, provoca alegría, y desaparece. Se aparece entre los pobres, los pequeños, los enfermos, los depresivos y los humildes del pueblo. Y cuando nuestros ojos serviciales despiertan, y le ven vivo y presente entre ellos, nos sentimos confortados y centrados en lo que estamos haciendo, y, al momento, desaparece. Y, una y otra vez nos quedamos atónitos, como solos al compartir el drama social que atraviesa a los pobres, los enfermos, o los parados. Él llega, centra, alegra, da confianza, alienta, y agranda la conciencia, pero luego, ha de ser la fe, la confianza y la responsabilidad del hombre, junto al Espíritu que siempre permanece, quien tome las riendas y quien sirva con fidelidad y responsabilidad. La presencia de Cristo hace que ardan nuestros corazones y se afiancen en el amor compartido. Hoy, los bautizados han de colaborar en trabajos en redes con toda la gente y el tejido asociativo para relanzar a este mundo que puede quedar económica y humanamente agónico. Dios es el aliento y el amor, pero el corazón, la inteligencia y las manos, los ha de poner el hombre.
Hechos 2: "Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos… Ahora lo ha derramado." Es sugerente esta expresión. Jesús recibe del Padre el Espíritu, y lo derrama, desparrama, lo vierte y expande sobre sus discípulos, sobre ti, que eres hoy uno de ellos, que caminas sorteando serias dificultades, y que buscas encontrar apoyo y calor para soportar el frío intenso de la pandemia. Es el Espíritu el que te da ojos para ver a Jesús en la humanidad desolada. Es el Espíritu quien te conduce entre las contradicciones del presente. Es Él la confianza y la alegría, que necesitas para peregrinar. Salmo 15: "Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha."
Sobran maestros y faltan testigos. Sobra enseñanza teórica, y falta reflexión, oración y conocimiento, sumergidos en la vida. Los discípulos amados se cimientan en el dolor y en la esperanza de la humanidad. Escuchan la Palabra y la hacen suya. No enseñan desde la altura del que tiene miedo al hombre, al mundo exterior, o al interior, a sus locuras y desviaciones. El discípulo amado, en medio de su perplejidad, de sus contradicciones y de sus heridas, que son las del pueblo, camina con fe, reconociendo la sabiduría del Evangelio, que contrasta e ilumina entre las vidas de sus hermanos, con los que vive y a los que sirve.
Concluimos con la 1 Pedro 1: "Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida."
1. La Palabra que nos ha ofrecido el Padre se dirige a tu conciencia libre, a tu cordura, a tu respeto por la naturaleza, a la imparcialidad de tu amor universal, a tu trato en favor de los desgarrados y amados de Jesús, y a tu responsabilidad en la misión profética de Cristo. Ponte a pensar qué podemos hacer por parados. No sólo dar pan, que también, sino cómo podemos crear puestos de trabajo. Ideas en acción.
2. La Palabra te pide obediencia y te anima a tomar en serio tu proceder, a decir no a la mentira, y sí a la entrega de la vida. A no vivir de modo gris, y no anular ni la fe ni la alegría de creer. Pon pasión por recuperar el Evangelio. Y arriesga por renovar la mentalidad del pasado. Acompaña a los que se identifican con el Cristo sufriente. Busquemos casa a los que carecen de ella.
3. No seas un cristiano funcionario de celebraciones. Vive la espiritualidad, la profecía y el testimonio. Baja a lo bajo. Mánchate. Apuesta por lo nuevo sin temor a equivocarte. Entre miedo y gracia, no dudes. Él te llama por tu nombre. Para hacer el bien. No pongas peros. Pon fe y ganas. Él pone el resto.