Levítico 19: "Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano. Yo soy el Señor." El Levítico se transforma aquí en apertura a la inmensidad del Misterio escondido que habla, susurra y purifica la conciencia dolorida y pecadora del hombre. La identificación que Cristo culminará entre Dios y el hombre, se tornará luz y esperanza. El pueblo judío, en la noche estrellada del desierto y en su esclavitud deprimente como pueblo, desvela una voz secreta, y una llamada incontenible y seductora, que influenciando a todos, acabó regalando al Salvador. "Seréis santos". ¿Seremos qué? "Santos". "Seréis dioses", dirá Jesús. Seréis “perfectos como vuestro Padre”, -que también es Madre-. "Seréis madres" para el mundo. Madres para los que buscan y los que se aventuran a servir y amar, los pecadores incorregibles y los que mantienen cerradas sus mentes, los abandonados y los amenazados. Pues las madres son las que más se acercan a la perfección de Dios. No odies. Aléjate del mal.
Salmo 102: "Aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles." La santidad de Dios es lo más cercano a la ternura que se experimenta al practicarla, al darla o recibirla con los hermanos y los pobres. Si nos dejáramos ganar por la ternura, y nos alejáramos de la frialdad y la indiferencia... Estaríamos cerca de Dios, en el umbral de la puerta de entrada de su casa. ‘El que no ama es un homicida’, dice Juan. Y, por el contrario, el que ama expande pétalos de rosa y esperanza por las calles; con ellos perfuma y alegra la vida cansada y opresiva de sus hermanos. ¡Ternura, hermanos, ternura! Dios no pesa los pecados, ni la fragilidad, ni la maldad engreída o ansiosa. Da nuevas y fecundas oportunidades, y deja que el mal, que nos afecta, se convierta en conversión o en detritus que hace crecer nuevos frutos de paz y confianza. Confía. Dedica tus horas de relación con Dios y los hermanos a la ternura. La ternura es el calor que devuelve la vida y la gracia a lo más desalmado y gélido del ser y el obrar.
1 Corintios 3: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Que nadie se engañe." Impresiona san Pablo. Una vez le oí a Teresa de Jesús Caminante: que el hogar de los pobres era el sagrario perfecto. En él está el Señor con certeza. Un día también oí a un compañero: ‘que al comulgar nos convertimos en sagrarios andantes por el barrio’. Es maravilloso. Podemos contemplar al pobre, y meditar ante Él. Podemos quedar absortos y meditativos ante nuestra propia pobreza después de comulgar. Somos templos del Espíritu Santo. Habitáculos de Dios. Podemos 'adorarle en espíritu y verdad', como dice Jesús a la Samaritana. ¿Veis por qué somos santos? Él nos quiere así. ¿Cómo puede la economía, la política, la religión tratar tan impune e injustamente a los hijos amados de Dios, a los consagrados a Él, a los habitados por su presencia, a los convertidos en templos de Dios? Cada vez que un hombre, una mujer o un pueblo son privados de sus derechos o de su dignidad, son maltratados por la injusticia, la mentira, el abuso o la frialdad de la indiferencia, está siendo maltratando el mismo Dios, se está destruyendo el templo de Dios, como hicieron los que crucificaron a Cristo Jesús. Somos templos, sagrarios; somos santos. No lo olvidemos.
Mateo 5:"Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre, que hace salir su sol sobre malos y buenos. Porque, si amáis a los que os aman, y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto." La invitación a la santidad acaba este domingo, llamando a la perfección. A seres tan imperfectos, oscuros, contradictorios e injustos, ¿cómo se les puede llamar a vivir la perfección del Padre? Nosotros solos no podemos. Aunque miles de veces lo intentemos, siempre acabamos chocando con nuestra limitación y nuestro pecado. Podemos vivir y relacionarnos con un espíritu abierto con los demás. Pero, pronto aparecen los demonios del miedo, la ambición, la violencia, la depresión o la envidia. ‘Amad a vuestros enemigos’, dice Jesús, rizando el rizo. Eso sí que nos parece una barbaridad. Es imposible. ¿Por qué lo hace Jesús? El hombre, llamado a la santidad, ha de aspirar a la perfección. Sed perfectos como el Padre. Él os ayudará. Pero no os quedéis en lo superfluo, en lo bajo, o en lo ruin. Aspirad a lo mejor. No importa vuestra pequeñez. Aspirad. Suspirad por la perfección. Dejaos llevar por la gracia.
1. Que tu conciencia dolorida y oscurecida, aprenda a buscar y amar el hecho de ser uno con Cristo. Anhela identificarte con Él.
2. Rompe con la indiferencia y la frialdad, y pide la ternura para compartirla.
3. Adora al Señor en silencio, mientras sirves y contemplas a los más pobres y desfavorecidos. Hazte uno con ellos y con Él. En el pobre siempre está presente.
4. Raya la perfección del amor sin obsesionarte. Aunque sea una cuesta empinada, déjate conducir por sendas no violentas. Jesús, crucificado, perdonó y amó hasta el extremo. Intenta la tenaz aventura de respetar y amar a tus enemigos, los diferentes, tus contrarios…
Antonio García Rubio.