Cuánta belleza y pasión esconde el aliento de los amigos que te rodean en las grandes decisiones. Cuánta fortaleza comprimida en la mirada de apoyo de quienes te aman. Cuánto fuego ardiente en el palpitar del corazón de los que corren en tu ayuda al verte caído. El apoyo incondicional trae consigo un ruido único, recio, clamoroso, indoloro, no molesto, exultante, comprometedor, como el que producen las olas en el acantilado, el viento en el bosque, el río transformado en catarata o el pino que arde en el fragor de una noche de verano. La exaltación amorosa se adueña de ti. ¡Qué grandeza la del hombre, la naturaleza, el universo o el Espíritu de Dios! ¿Cómo cantará la lengua del ser humano tanta maravilla?
Hechos 2: "De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo... Cada uno los oímos en nuestra propia lengua." Entre los versos de la Secuencia de Pentecostés, apasionan estos: "Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos."
Pentecostés es la gran fiesta del Espíritu y su pueblo. Los ojos se llenan de luz, el corazón de los pobres rebosa alegría, el pueblo humilde, trabajador, profético y apostólico usa palabras nuevas y conmovedoras ante lo que el Espíritu desvela. Esta fiesta descansa, da tregua, alienta, hace gozar y reconforta. Y, lo más sagrado: todos bautizados en el mismo Espíritu, y constituidos por Él en iguales y hermanos hasta la eternidad. Todos hijos amados por la Trinidad encarnada en Cristo, que ofrece su sangre por amor. No se ha de transgredir esta verdad esencial del cristianismo. En ese caso, pecamos contra el Espíritu.
Cuando no hay Espíritu, porque lo matas, o lo ignoras poniendo tu ego enfebrecido en su lugar, el Cuerpo experimenta lo que dice Salmo 103: "Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo". Y, por el contrario, "envías tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra", cuando profetizas con Él, lo llevas como fuego en el corazón, o lo conviertes en servicio a los desheredados.
1 Corintios 12: "Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, así es también Cristo. Todos nosotros, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo." Te sabes partícipe de un sólo Cuerpo por el Paráclito que se te ha dado y del que has bebido. Formas una familia gracias a Él, y por Él adquieres el mayor compromiso que tu persona o tu comunidad pueden imaginar. Un compromiso con el respeto a la diversidad; con la armonía de la naturaleza; con la amistad solidaria con los pobres, siendo un pobre más, e imitando a Cristo humilde, que compartió la vida con ellos por puro amor; y, sobre todo, un compromiso de por vida con Dios: al descubrir el aliento de Dios, su presencia, su mirada de amor, su fuego y su luz, comprenderás que sólo podrás vivir ya para Él. Mantén, pues, con el empuje diario del Espíritu Santo, un vivo y radical amor a Dios, que es la Fuente inseparable de una vida nueva, y el centro de una adoración estable.
Juan 20: "Dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: 'Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos'." Y exhaló su alegría y sensibilidad amorosa, su dulzura y generosidad, su ternura y mirada cómplice, su entrega radical y disposición al aprendizaje, su amabilidad y autenticidad, su ética intachable y amistad eterna, y su perfumado perdón. Retén el perdón hasta el fin, mantenlo latente, y haz ver, al que se aleja del amor, que su Padre le espera y da oportunidades hasta su último aliento.
El Espíritu obra el amor. Y tú, con Él, vives enamorado, y dentro de un Cuerpo de enamorados. Tú te conoces cuando estás enamorado. Todo cambia. El Espíritu te despabila y te enamora de Jesús y del Padre, y te enamora de los sin visibilidad y sin hogar, de los pecadores y los despatriados; te devuelve al estado de enamorado de verdad, del que vive para el bien y la paz. Sin ídolos y sin prejuicios, herido pero sanado, roto pero cosido de amor.
Antonio García Rubio.