Isaías 49: "Me dijo: 'Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.' Mientras yo pensaba: 'En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas'." Encontré un hombre que no sabía salir de las lágrimas y la depresión. Estaba jubilado. En los años de su juventud, en una conversación a corazón abierto, le había prometido a Dios entregarle lo mejor de sí. Se casó. Tuvo cuatro hijos. Trabajó por sacar adelante a su familia. Realizó cuanto pudo por los pobres y necesitados. Ayudó a la Iglesia. Le entregó parte de su salario y sus horas libres. Pero, al llegar a la jubilación, se encontró vacío. Tuvo la sensación de no haber hecho nada que mereciera la pena a lo largo de su vida.
Un día gris, lluvioso y con los ojos humedecidos, se me acercó. Me contó su historia como si se tratara de la de un fracasado y un depresivo. Escuchándole con atención, fueron mis ojos los que se humedecieron. Entre sus palabras, suspiros y lamentos me aparecía una vida admirable, sacrificada, entregada, y merecedora de un sonoro aplauso. Le dije: "Si mi corazón, que es el de un pobre hombre, se siente impresionado y magnetizado por tu vida, imagínate lo que Dios verá en ti con sus ojos de Padre. Seguro que cuando te encuentres con Él, te abrazará y te llenará de luz. Y no sólo en el último día, sino ya, aquí y ahora. Cuando salgas por esa puerta y vuelvas a tu casa, dale gracias a Dios por el camino. Y escucha en tu interior la acción de gracias que Dios tiene preparada para ti.
Escucha de su parte algo parecido a esto: "Te amo, hijo. Me siento agradecido contigo por el mucho amor que has puesto para ayudarme en mi obra. Una obra que es vuestra, para servir con generosidad, en mi nombre, a mis hijos, a los tuyos, a tus hermanos. Gracias, gracias, Hijo, mil gracias". Al oír mis palabras, como posibles palabras de Dios, a Daniel, se le mudó el rostro y se le puso a cien el corazón. Y yo, con un impulso de amor, me levanté y le abracé con toda mi alma y mi cuerpo, como si Dios mismo lo hiciera con él.
Qué bueno que él, y yo, y tú ahora, hermano-hermana que lees esta homilía, recemos en algunos instantes de esta semana, con el Salmo 138: "Señor, tú me sondeas y me conoces: me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos... Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Me has escogido portentosamente...Cuando, en lo oculto, me iba formando y entretejiendo en lo profundo de la tierra." Qué bueno que nos paremos en este texto del salmo, en este domingo, Solemnidad del Nacimiento de San Juan Bautista, el precursor, el concebido entre saltos de alegría, el que no se veía ni capaz de desatar las sandalias del Señor.
Qué bueno detenernos a gustar estas sabias y sabrosas palabras durante la semana. El conocimiento amoroso y paternal que Dios tiene sobre cada uno de nosotros, supera con mucho los devaneos más atrevidos de nuestra imaginación. Dejémonos amar como Él ama. Y sintámonos amados por Él. Sólo así experimentaremos la gratitud que Él siente por nosotros. Algo que es, en sí mismo, maravilloso. Esta experiencia nos ayudará a valorarnos en su justo sentido y medida; nos apremiará a comprender, amar y valorar a nuestros hermanos. Y, por último, nos pedirá que lo hagamos con la humildad y el 'no-protagonismo' del Bautista. Hechos 13: "Juan, cuando estaba para acabar su vida, decía: 'Yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno, a quien no merezco desatarle las sandalias'."
Aléjate de lo que no es. Sé peregrino y precursor, discípulo y misionero, como el Bautista, y María. Eso, al menos, es lo que nos pide el Cardenal Osoro, en el inicio del año santo mariano con motivo de las bodas de plata de la Consagración de la Catedral de la Almudena. Y, no te preocupes de no ser capaz de comprender lo que secretamente sucede en tu vida. Y, aunque seas y hagas lo que estás llamado a ser y a hacer, sin que te des cuenta de ello, mantente a la expectativa, siéntete valorado y amado por Él, y, humilde, confía. No te líes la cabeza. Aléjate de la depresión, de la decepción, de la culpabilidad, de la mala conciencia, del malestar. Lucas 1: "¿Qué va a ser este niño? Porque la mano de Dios estaba con él. El niño iba creciendo y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel."
Antonio García Rubio