La Iglesia, hoy, día del Domund, afronta su misión de universalidad al salir al encuentro del hombre mediante sus misioneros. Son hombres de Dios y servidores del pueblo y del Evangelio. Tenemos un nuevo santo, San Óscar Romero de América, un misionero, obispo, pastor y defensor de su pueblo, asesinado por un poder inmisericorde mientras celebraba la eucaristía. A un gobierno, un ejército y familias poderosas les molestaban sus gestos y sus palabras proféticas. "El profeta, decía, tiene que ser molesto a la sociedad, cuando la sociedad no está con Dios" (Homilía Agosto 14 de 1977.)”
Su palabra, su valentía, su amor a la Iglesia, al Evangelio, a los más pobres y perseguidos, y su martirio, le han convertido en uno de los referentes éticos y creyentes más apreciados de nuestra sociedad; parecido a su Señor, Jesucristo. Isaías 53: "El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación. Por los trabajos de su alma verá la luz." "Mi voz, decía, desaparecerá, pero mi palabra, que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido acoger" (Homilía 17-12-78.)
Muchos seguimos preguntando: ¿Cómo encontrar la Palabra, el pan, la paz y la luz? ¿Cuántos pueblos han de mantenerse aún en la más densa oscuridad del desamor sin conocer a Jesús? ¿Cuántos han de ser oprimidos y masacrados, o han de huir de los horrores de la violencia solicitando refugio y asilo, o emigrando, como Jesús? ¿Cuántos son víctimas del hambre, la guerra o de sobrevivir en el umbral de la pobreza, sintiendo sólo el aliento de Jesús? ¿Cuántos hogares carecen de lo necesario para mantener una vida digna? ¿Cuántos niños han de crecer malnutridos y desprotegidos con nuestra indiferencia o angustia en este contradictorio siglo XXI? Hoy nos faltan misioneros y profetas con las entrañas de Cristo.
"Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte", dice el salmo 32. Ha habido y hay misioneros cristianos que son hitos en el camino de la fe. La Iglesia busca su estela y sus huellas. Encontramos otra en San Pablo VI, que comenzó con arrojo el desarrollo misionero de las grandes intuiciones del Concilio Vaticano II. En Evangelii Nuntiandi dijo: "Ojalá pueda nuestro tiempo recibir la Buena Noticia, no de evangelizadores tristes y desanimados, impacientes y ansiosos, sino de ministros del Evangelio cuya vida irradie fervor, siendo ellos, en primer lugar, receptores de la alegría de Cristo". Pide que despierte en nosotros el anhelo de ser misioneros, al ver a tantos hermanos dando vida, vibrando y despertando la misericordia en la humanidad. Da gracias por su conversión y su libertad de entrega sin ataduras. Así se promueve el cambio que la bondad del Evangelio provoca en el corazón los desheredados y en el de los hombres serviciales.
¿De dónde viene la luz? Hebreos 4 nos señala a Jesús, que se compadeció de nuestras debilidades, y fue "probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado." Por eso, Jesús va delante; es la luz que orienta, libera, y enseña a compartir el dolor y la esperanza de los pequeños; a pesar de las debilidades y fragilidades de los pobres, aleja el miedo de sus corazones, y su valentía y alegría contagian las suyas. Él es el Misionero. Lo sabemos. Y reconocemos que ni misioneros, ni mártires ni grandes creyentes nos libran del desprecio, la opresión o la muerte. Él lo hace. Nosotros carecemos todos de luz propia.
Marcos 10:"Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos." Si prestas atención al proceso de tu conversión, verás que se da un antes y un después.
Hoy, que celebramos la jornada del Domund, se nos invita a "cambiar el mundo". Pues vuelve a mirar a San Óscar Romero. Descubre con él que has nacido para poner tu vida al servicio de la transformación de este mundo; olvida tus miedos, prevenciones y seguridades; deja de mirar tu ombligo bautismal o episcopal; acéptate como un pastor que vives para servir a los pobres y los violentamente excluidos; mira con amor el rostro de los afligidos e infravalorados por un poder insolente; ama a los enfermos y las gentes que no cuentan; y ponte a servir y a enseñar la verdad del amor de Dios para tu pueblo. Ese es Romero. Puedes ser tú.
Mira también, una vez más, el corazón del Dios misericordioso, que enaltece a los humildes, como canta María. Mira los ojos con miedo de tu pueblo abandonado o humillado: el 46% de los hogares madrileños tienen dificultades para llegar a fin de mes, hemos oído. Mira tu entorno desesperanzado, y siente con él. Ahí, por su gracia, renacerá tu conversión. Acércate al camino comunitario que te conducirá a la misión universal de Cristo y de su Iglesia.
Antonio García Rubio.