Marcos 10: "En Jericó el ciego Bartimeo, sentado al borde del camino, empezó a gritar: 'Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí. Jesús le dijo: '¿Qué quieres que haga por ti?' El ciego le contestó: 'Maestro, que pueda ver.' Jesús le dijo: 'Anda, tu fe te ha curado.' Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino."
¿Qué vio el ciego Bartimeo, una vez curado y siguiendo a Jesús por el camino? Una pregunta, para matizar, pues los hombres ven conforme a su corazón. No ve lo mismo un niño de tres años, que un joven parado de 30; ni ve lo mismo un niño que corretea desprotegido entre gentes sin escrúpulos en la Cañada Real, que un joven que crece entre riquezas y sirvientes en un chalet de La Moraleja. No veía igual la vida el joven Buda, protegido por sus padres sin salir de las murallas de su palacio, que el joven Jesús, rodeado, en su cotidianidad nazarena, de galileos curtidos en la enfermedad y la miseria, y oprimidos por poderes dominadores y opresores. Con estos matices, nos adentramos en la hondura de la pregunta: ¿Qué vio el ciego? ¿Por qué es importante su primera visión?
En la oscura adultez de su encuentro con Jesús vio todo nuevo, como lo hace un bebé. La palabra que mejor define su visión es: Asombro. Asombrado al ver los palmerales, las higueras y los sicómoros, al contemplar las aguas cristalinas del oasis de Jericó y las flores que iluminaban sus caminos polvorientos. Asombrado de los ojos de los niños que le rodeaban llenos de admiración por su cambio. Asombrado de sus míseros harapos y de las chozas de sus vecinos. Y asombro ante la figura, la persona y el santo poder de amor y sanación de Jesús. Tanto le asombró, que, iluminado por Él, lo siguió por el camino.
Qué bellos tus primeros amores. Qué belleza tus primeros amigos de adolescencia. Qué maravilloso tu primer piso en el que comenzaste a vivir tu matrimonio. Qué impresión tan honda la del nacimiento de tu primer hijo. Qué alegría la de encontrar al fin tu primer trabajo e invitar a tu familia a una primera comida de gratitud. El primer encuentro con Jesús ha sido siempre, en la tradición de la Iglesia, el núcleo fundamental de la fe. Jesús es la revelación y la iluminación inesperada de una presencia que nos encandila el corazón, nos atrae y ata a su corazón y su seguimiento, como el más potente de los imanes. De ese encuentro nació la Iglesia apostólica y nace nuestra fe, nuestro peregrinar creyente, una nueva visión y un nuevo nacimiento.
La tradición profética, en Jeremías 31, clama con fortaleza: "Así dice el Señor: 'Gritad de alegría, proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado al resto de Israel. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua. Seré un padre para Israel.'" El encuentro con Dios reinicia la alegría, y el gozo acompasa el paso vacilante y decidido del resto de Israel. Jesús revela la belleza de Dios y su amorosa pasión por el hombre perdido, por los pobres y afligidos, "ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud". Todos regresan al amor de un Dios que siempre ha estado cerca de su pueblo, al que los humildes, el resto, han atisbado, pero que, en Cristo se nos muestra en toda su hondura, como misericordia entrañable. Dios es el Padre soñado por el pueblo. Y en el encuentro con Jesús nos encontramos con Él.
Canta tú también, hermano, con júbilo el Salmo 125: "Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar." A todos los oprimidos y perdidos, a los pecadores y los abatidos, en la humildad del encuentro con Jesús, les renace una alegría nueva y diferente: "La boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares". Y como recién enamorados, se nos sale por los ojos la gran noticia que llevamos en el alma: "Hasta los gentiles decían: 'El Señor ha estado grande con ellos.' El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres."
Hoy, las lecturas te reconcentran en el motor esencial de tu fe. Ninguno vive para sí, ni es protagonista de esta historia. Hebreos 5: "Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama. 'Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy'. Eres hijo amado y llamado. Es Él quien te ha llama. Sólo Él. Él es el fundamento y todo se mantiene en Él. Es nuestra fe. Él, consciente de la fragilidad y el sufrimiento en el que vives, te ilumina y te devuelve la inocencia de una visión conforme a su amor. Estabas ciego, como Bartimeo, y ahora ves y lo ves todo con asombro. Vive. Alabado sea Aquél que nos guía en la oscuridad amenazante de la noche de esta historia presente.
Antonio García Rubio.