Este Domingo de Ramos es el domingo de la gran contradicción: la que va del aparente triunfo de Jesús en Jerusalén, montado en un pollino y rodeado de pobres que lo aclaman con palmas y con mantos raídos, al solemne y llamativo fracaso de su Pasión y su Cruz. Una paradoja que nos entrega a Jesús como un apoyo indecible, un amor inigualable, que despierta y despliega en el bautizado una nueva conciencia, la de ser criatura renovada y renacida en Él, en su Amor.
La profecía de Isaías 50 refleja la gracia, y acoge la confianza que, a través de la Pasión del Señor, se adentra en tu cuerpo físico y espiritual, el que eres, y también, y primordialmente, en el Cuerpo común de Cristo que constituyes con los bautizados en su Nombre: "El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado." La fortaleza de Cristo, es tu fortaleza; un amor sin fronteras ni barreras es tu energía vital; una fortaleza que vive frente al aplauso y el éxito, y que no se cree nada, - el poder demostrado por Jesús es anecdótico: se sienta sobre una acémila -; una fortaleza en medio del gran combate contra las fuerzas del mal que le cercan y destruyen en su ser físico, como les pasa a tantísimos otros seres humanos, pero que le eleva como Resucitado al lugar más alto de la potencia de la luz. Sus palabras son de actualidad: "No temáis a los que matan el cuerpo". Jesús, por sólo Amor, se expone y se ofrece para ser exprimido como un limón, sabiendo que su sangre, vertida por nosotros, servirá para vida nueva y salvación de la humanidad. ¡Oh Cristo!
Los oídos amorosos de Dios en Jesús escuchan el grito del resto de Israel, como escuchan hoy el grito de una humanidad destruida y sin fuerzas, y que se expresa bellamente en el Salmo 21: "pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme". Jesús acude solícito en nuestro auxilio. Y el pueblo, al saberse empapado por su luz, al saber la potencia secreta del “sol que nace de lo alto”, canta y narra las maravillas que Dios realiza en sus entrañas: "Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré." Remata la carta a los Filipenses 2: "Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el ‘Nombre-sobre-todo-nombre’."
Dicho esto, aprovecha la Semana Santa para acercarte al Jesús histórico: tócalo, pálpalo, siente sus manos, entrénate tras sus pies, traspasa sus ojos, concéntrate en sus labios, vibra en sus oídos; acomódate a su corazón y comprende su mente expansiva. Y no olvides que es Él quien te ama; es a Él a quien amas; es Él, sobre todo, quien te envuelve, te conmueve, te protege; es Él quien acaba dando la vida por ti y tus hermanos. Celebra su Pasión, su condena, su Cruz, su desapego y su Muerte y así tocarás su Cuerpo, probarás su dolor, beberás su cáliz, y diseñarás unas nuevas señas de identidad en el amor para tu ser, para tu cuerpo y tu alma, para la Iglesia, el Cuerpo común. Busca el modo de hacer algo de lo que sigue:
1. Entra en tu alma. Y desde ella, en silencio, contempla lo que vamos a rememorar. No te salgas del alma.
2. Abraza el ser que eres; es decir, el ser que Dios ha soñado para ti. Se está gestando en tu alma, con la acción de la gracia, un hombre nuevo, resucitado y tocado por la cruz.
3. Respira el aliento que te llega. Corona el final de la Pascua con el aliento de la vida nueva del Espíritu Santo. Vívelo en cada gesto de la Semana Santa.
4. Abandona la zona oscura. Esa que no es Dios y conduce a la muerte. Mírala reflejada en el Crucificado y en sus acusadores. Y no la repitas tú con tus hermanos.
5. Mira al que traspasaron. Detente contemplando el Amor de Cristo. Sólo el Amor hace la obra de Cristo, camino de la Cruz: acepta, perdona, serena.
6. Mira la sola cruz. Cuando le bajen de la cruz, mírala vacía, sin su cuerpo. Ve en ella a los crucificados que conoces. Y reza por cada uno.
7. El dolor contemplado en tus hermanos rodéalo de ternura con oración y con gestos. La oración de fe es expresión de la ternura del corazón de Cristo, que ora y sufre contigo.
8. Qué broten tus lágrimas y se derramen por tus mejillas. Serán la máxima expresión de tu corazón conmocionado.
9. Aliméntate de amor. Cristo es el pan que Dios te da. Alimento puro de Amor. Sólo el amor te sanará y curará. Déjate sanar y alimentar por el Amor de Dios.
10. Comparte este pan. La Eucaristía, la Memoria de la Cena del Señor, es para partir, repartir y compartir. Convierte la Cena del Señor en solidaridad con los abandonados.
11. Lava sus pies. Realiza en esta Semana gestos de auténtica solidaridad, de corazón arrepentido que se transforma en dulzura y caridad para los pobres y despreciados.
12. Espera respuesta. La respuesta es la esperanza. Llena el mundo de esperanza. El amor de Cristo cambia el ritmo de la historia. Ahora lo tiene difícil. Hazlo posible.
Antonio García Rubio.