Hechos 10: "Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección." Con la Resurrección de Jesús comienza el día de los testigos. Un día que se prolonga ya a lo largo de veinte siglos. Los testigos del Resucitado. ‘Si Él no ha resucitado, dice Pablo, somos los más desgraciados de los hombres’. Pero si Cristo ha resucitado, lo nuevo, lo verdaderamente novedoso, ha comenzado, y comienza cada día con la pasión vital, enamorada, y con una conciencia expansiva, en todos sus testigos. Tú, ellos, nosotros, todos seguimos habitando y colmando de luz las entrañas de la humanidad.
Hoy sabemos que en la resurrección de Jesús un rostro nuevo y diferente se unió íntimamente al rostro de la humanidad, a la pluralidad de rostros que han habitado, habitan y habitarán la Tierra. Un rostro que transparenta, tras la más cruel y cruenta prueba, la gloria de Dios y su poder misericordioso y eterno. Un rostro que, como hemos visto en la Semana Santa, ha sido ensalzado y vituperado, amado y despreciado. Y, en último extremo, destrozado, asesinado y desechado por el poder de los hombres. Salmo 117: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular."
Este santo rostro, que transparenta los dones de Dios para el hombre, es decir, la reconciliación y la salvación, el perdón y la paz, supone la recuperación de nuestra humilde belleza, de nuestro ser original y primigenio. Este santo rostro nos hace soñar en el día de hoy con toda la Iglesia, y con todas las Iglesias cristianas, con todos los bautizados, todos los bañados e identificados por el Espíritu con este santo rostro del Resucitado.
El rostro resucitado de Cristo transforma el Domingo de Resurrección en el gran Día de la libertad y de la liberación. Un Día en el que se desatan por dentro las cadenas y los grillos que tienen atada y bien atada a la humanidad sufriente y esclavizada. Un Día que destapa los buenos sueños, reprimidos por poderes oscuros y opresores. Un Día para sentirnos llamados a vivir algo diferente a las cosas de este mundo. Lo dice Colosenses 3: "Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios." En este día nos encontramos escondidos en Dios gracias al Resucitado; aparcados en nuestra propia alma e invitados a no salir de ella, pues es en ella donde está creciendo la perla del Reino que inauguró y desarrolla el Espíritu del Resucitado.
En la Secuencia escuchamos: "Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua." Vuelve tú, amigo, discípulo, con tus hermanos a la Galilea de los inicios de la relación con Jesús, a los primeros amores. Existen suficientes indicios que nos avisan de la necesidad de volver a Galilea: Lo más inmediato es el incendio de la Catedral de Notre Dame, que nos llena de desolación y nos advierte de la necesidad de restaurar y revitalizar nuestra fe adormecida o perdida. Pero hay muchos otros incendios: el incendio para la fe en España que supone leer que la mitad de nuestros jóvenes se declaran ateos; el incendio que provoca la hiriente brecha social entre unos pocos que detentan las inmensas fortunas y la inmensa mayoría abandonada a su mísera suerte; el incendio de la confianza y de la reconciliación frutos de la violencia radical y verbal de algunos líderes políticos. Es necesario que vuelvas a Galilea. Anima a tu pequeña sociedad, atraída por las aventuras e historias de calado apocalíptico, a volver a la reconciliación, a la humildad, la sencillez y la fraternidad, a la amistad, la concordia, la confianza necesaria y la fe simple y auténtica. Vuelve al niño.
Hay gestos o imágenes sencillas, sin efectos especiales, sin doble sentido, sin manipulación que valen más que mil palabras. Eso le pasó a Juan al ver el sepulcro vacío. Lo que no supo ver en los años pasados con Jesús, lo vio y comprendió en 'un si es no es'. Juan 20: "Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos."
1. No te des por vencido. Vuelve a nacer. Vuelve a tu amor primero por Jesús, a tu conversión.
2. Abre bien tus ojos. Mira a tu gente, a los extraños. Descubre en ellos el rostro vivo de Cristo.
3. Rompe lo viejo. El Resucitado es lo nuevo. Recrea el mundo. Sé valiente. Atrévete. Cambia.
Antonio García Rubio.