La Pascua es para alegrarse, y mucho, por pertenecer a la comunidad de los testigos de Jesús, el Resucitado. Esta es alegría de la buena. Como luz mañanera que nos despierta el corazón y la conciencia; como el ámbar que se derrama al caer la tarde, y nos llena el alma y la memoria de sueños compartidos con tantos santos hermanos durante años; como el sosiego que desborda entrañas, mente y corazón, aunque se sientan heridos y maltratados por la vida o la ambición de los hombres. Hoy aparece ante nuestros ojos asombrados la primera comunidad de hermanos. En ella nos vemos reflejados. Hechos 5: "Azotaron a los Apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los Apóstoles salieron del Consejo, contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús."
No hemos de buscar y rebuscar qué o quién nos provocará la risa; no tenemos qué pagar para que nos diviertan y nos hagan reír forzadamente. La alegría del Evangelio, que ni pasa ni va a pasar, y que crece ante las pruebas, es don, puro don, nacido de la Pascua y a nuestro servicio, de modo gratuito y disponible para los que han unido vida y suerte al Crucificado y Resucitado. Haz tuya la plegaria del Salmo 29: "Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre." Es eterna la gratitud que se despierta en el corazón sufriente y pobre, en el enlutado y humilde, a pesar de las humillaciones y desplantes y que deja que le crezca un alma grande, como la de su Maestro, Jesús, el Nazareno. Señor socorre también a nuestro pueblo. Cambia su luto en danzas. Socorre con leyes justas y con solidaridad desbordante a los pobres, y a cuantos se debaten en el más desnaturalizado y deshumanizado abandono. Es hora de que también la política ponga el corazón en los que se quedan fuera del sistema, y que con leyes justas y fraternas tengan la oportunidad de recuperarse para una vida normalizada: familiar, social, cultural, económica y comunitaria en la fe. Así Cristo Resucitado lo será todo en todos.
¿Cuál ha de ser hoy el modo humano y cristiano que devuelva a Cristo lo que clama Apocalipsis 5? "Decían con voz potente: 'Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.' Cristo recibirá lo que aquí se proclama si devolvemos a nuestros hermanos desubicados o empobrecidos con las cien mil pobrezas del tiempo presente. Cristo Jesús, Resucitado, busca que las virtualidades de las que Él ha sido colmado, lleguen a toda la humanidad que las busca o se ve privada de ellas. Ese es el modo de que haya alegría desbordante en el cielo y en la tierra. Bienaventurado tú porque me sacaste del hambre, de la violencia, del desprecio, de la cruz insufrible, de la ignorancia, o del atolladero, y me devolviste la dignidad, el honor, la fuerza, el don de ser verdadero hijo de Dios y hermano tuyo. Esta es la alegría que no tiene fin, que Dios ha prometido aunque nos estanquemos mirándonos el ombligo, y que, en todo caso, nos ofrecerá al final de los tiempos en su Hijo. Pero, aprovechemos el tiempo presente para establecer la justicia y la paz en la Tierra.
Oí gritar a un joven que él “era feliz, inmensamente feliz”; me quedé aturdido, y me pregunté: ¿Lo podría decir yo con esa contundencia, fortaleza y firmeza? Cada día intentamos susurrar y comunicar la alegría desbordante que proviene de la fe en Jesús. Él conoce nuestra poca fe, que le pedimos nos aumente. Pero, reconozcamos que el Resucitado se nos sigue acercando, del mismo modo y con las mismas armas con las que se acercó a Pedro aquella mañana, en la que un grupo de apóstoles decidieron volver a la pesca. Tres veces le había negado Pedro, por lo que se encontraba huidizo y consternado. ¿Qué sucedería en aquél deseado encuentro? Pues lo que ya sabes: otras tres veces afrontó Jesús el pecado de Pedro con su amor imperecedero y su ternura característica. Jesús ofrece a Pedro la oportunidad de sanar. Y le hace sanar a base de amor y de sólo amor.
Con amor directo y fecundo le dice: ¿Me amas? Y Pedro, ante la reacción de Jesús, ante su desmedida confianza en él, despierta a una nueva vida que culminará en una misión increíble, en una confianza incondicional y en un final igualmente crucificado, como su Maestro. Juan 21: "Por tercera vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: Apacienta mis ovejas."
Si aunque solamente hubieras amado a Cristo una sola vez, has de saber que Él nunca te abandonará. Siempre te esperará y siempre mantendrá su confianza en ti, hasta la eternidad. Alégrate, pues, despierta, y lánzate al agua. ¡Aleluya!
Antonio García Rubio.