Veamos cuatro momentos del camino de la fe que nos muestran las lecturas de este domingo:
1.- Busca con sinceridad de corazón a Dios, y adquiere un convencimiento confiado de que Él te espera, y está dispuesto a escucharte: Salmo 68: "Mi oración se dirige a ti, Dios mío; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude. Yo soy un pobre malherido, que tu salvación me levante. Alabaré el nombre. Miradlo, los humildes, y alegraos, buscad al Señor, y vivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a sus pobres." Apasiónate por su búsqueda. Es esencial aunque la tengas limitada a determinados aspectos de tu actividad histórica, económica o cotidiana. El Misterio que te envuelve y conforma ha pasado para muchos a un segundo término en su preocupación y ocupación. ¿Qué rompe tu búsqueda y tu armonía? La ambición, el individualismo, la obsesión por lo inmediato, o una la ideología que niegue la posibilidad del encuentro entre el hombre y Dios.
Como creyente, inmerso en esta cultura, sal del individualismo en tu búsqueda de salvación, y ponte a caminar junto al pobre. Sitúate en el Misterio de Dios. Esta es tu revolución y tu pasión. Recomponte, alejándote de la ambigüedad. Y así, recupera la inocencia de criatura y el gozo de andar con otros peregrinos camino de la Fuente. Sólo la sed nos alumbra, y nos guía caminando junto a la frágil y minoritaria comunidad cristiana. Esta es la vía serena de los bautizados, que se atreven a pensar y a buscar como hombres libres, conducidos por la Palabra y la luz de la conciencia. Estos son los que se atreven a iniciar un camino de contemplación y escucha interior; los que miran y oran trascendiendo la realidad impuesta y abriéndose al encuentro con el amor con Dios.
2.- Convierte tu corazón y cambia de vida: Deuteronomio 30: "Conviértete al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda el alma. Porque este mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo." Una vez que te has sentido escuchado por Dios y tus hermanos, te aparecen heridas que buscan sanar. Ese anhelo provoca un movimiento de verdadera conversión en tu corazón, en tu más íntima intimidad, allí donde se encuentran solos Dios y el hombre. Así se acrecienta la cercanía y se alejan las lágrimas de la ausencia o la lejanía. La conversión te nace en el contacto amoroso, al saberte amado, respetado y aupado. La conversión te hace asimilar la misión de amar encomendada por Él, y te dispone a cumplirla.
3.- Encuéntrate con Cristo Jesús y la plenitud del Misterio de Dios: Colosenses 1: "Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él." En el proceso de la conversión, que dura días, meses o incluso años, - no te impacientes nunca con las cosas de Dios -, irá creciendo en ti la imagen y la presencia luminosa de Cristo Jesús, semejante a la que nos transmite el relato del Monte Tabor. Los encuentros con su Palabra irán desvelándose de día en día, hasta percibir que la nueva vida ya no retornará a tu oscuro pasado. Al contrario, la verás afianzarse gracias al conocimiento y la amistad con Cristo, que, a su vez, se transforma en conocimiento y amistad con los hermanos y los pobres. En Cristo, como creyente, reconocerás tu origen y tu meta. Y eso te llevará a descansará en Él con toda paz.
4.- Ponte en camino. Dedica tu vida y tu tiempo a la misión de la Iglesia en tu familia y tu trabajo, entre enfermos e inmigrantes de otros pueblos que están en tu barrio, entre los pobres y los caídos de la historia, que vagan por las calles: Lucas 10: "¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? El letrado contestó: El que practicó la misericordia con él. Díjole Jesús: Anda, haz tú lo mismo." El relato del buen samaritano te reconcilia con la fe, porque la sitúa, en su desarrollo vital, de un modo práctico y asequible para ti y para todo bautizado. Jesús quiere que su mensaje de fe, de amor y misericordia llegue a ser vivido y realizado, de un modo sencillo, humilde, generoso, comprometido y auténtico por ti y por todos los hijos e hijas de este mundo.
Que nadie se quede fuera. No te hace falta pertenecer a ningún grupo elitista, ni ir a estudiar a Salamanca, ni ser experto en trabajo social, ni tener experiencias místicas especiales. En el amor concreto, samaritano, ni reglado ni preparado, en ese amor libre y espontáneo, verdadero y sin fingimiento, que saca lo mejor de ti mismo, está Dios, está el hombre sincero y está la verdadera religión. Vívelo. Practícalo cada día, pero no te creas bueno por ello. Deja a Dios ser Dios en ti y en los demás. Tú, escucha, conviértete, ponte en marcha y sé servicial ante las estrecheces del prójimo. Haz el bien, reza humilde en tu corazón y ten presente en tu silencio orante a tus hermanos y a los que sufren o padecen dificultades. Ahí, en los caídos de los caminos de la vida, te encontrarás de modo natural con Dios, y con Jesús. No pases también tú de largo. Haz que renazca en la historia un nuevo modo de ser cristiano bautizado; el que Jesús enseña en el Evangelio, y que cada día está por estrenar en ti y en la Iglesia.
Antonio García Rubio.