Reconozco que me gustaría más un título como: "Jesús, Amigo del Mundo", para cerrar el Año litúrgico. Pero no importa, porque lo importante es que vamos a hablar de Cristo Jesús, y de su inmenso y universal amor, que brota del mismo ser del Dios Padre y Creador, centro y corazón de la existencia, energía del Universo. Para nosotros, su amor eterno nace más allá de lo imaginable: del viento, del soplo, del ruaj de Dios. Espíritu que pulula y alienta, a través de las desconocidas raíces del Todo. Aliento que insufla la vida y suple con creces nuestra fragilidad. Espíritu que nos une amorosamente al Padre y al Hijo; y nos purifica los ojos y los corazones para que vean y entiendan, a pesar de que anden ‘como ausentes’. La acción de la gracia del Dios Trinitario nos vino, y sigue viniendo hoy, por medio de Jesucristo. Y lo hace en nuestro ser, nuestro hacer y nuestra historia, donde Jesús está íntima y amigablemente encarnado, asentado y presente hasta el fin.
Acabamos el año litúrgico, centrados y concentrados en Cristo Jesús. No puede ser de otro modo. Él es el verdadero Pastor de nuestro pueblo y el centro de nuestra vida litúrgica. Durante un año hemos realizado una larga peregrinación. No hemos parado de dar vueltas y vueltas, como los planetas al rededor del sol, en torno a Jesucristo. Él es el 'verdadero sol de justicia, que nace de lo alto', y nos manifiesta el infinito, tierno, entregado, misterioso y maravilloso amor de Dios; hecho hombre, encarnado en nuestro barro, humano como nosotros. Partícipe de nuestra fragilidad, fraterno y entrañable con los desfavorecidos, y con la humanidad que busca la verdad, la justicia, la comunión y la paz.
Jesucristo nos ha evitado todo sufrimiento a la hora de alcanzar la salvación y el intento de ser mujeres y hombres nuevos. En Él no se da asomo alguno de un Dios justiciero. Todo lo contrario, es la más pura, humilde y bella epifanía y manifestación de la ternura divina, de la que forma parte. Este es un maravilloso anticipo de lo que Dios nos ofrece en Jesucristo: 2 Samuel 5: "Hueso y carne tuya somos. Además el Señor te ha prometido: 'Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel'" Todo en Él parece inalcanzable y, sin embargo, todo está al alcance de nuestra mano. Si caminamos con Él, avanzamos con Él; si subimos con Él, celebramos con Él; si vamos en su compañía, gozamos con Él. Lo anticipa el Salmo 121: "Allá suben las tribus, las tribus del Señor. A celebrar el nombre del Señor."
Hay un aprendizaje que sólo se adquiere en el contacto asiduo, amistoso, diario y repetitivo con Jesucristo. Colosenses 1: "Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciéndola la paz por la sangre de su cruz." En Él es posible la reconciliación de todas las heridas oxidadas, y de todos los heridos históricos; en Él la recapitulación y la unidad de todos los cabos sueltos y enmarañados; en Él la comunión de todos los desgajados, los rotos, los atascados, los empecinados; en Él la juntura de todos los descosidos. Su sangre ha vuelto a ensamblar a las personas y los pueblos enfrentados y ensangrentados por el odio o la indiferencia fría y mezquina.
Jesucristo. Invocarlo y actualizar su Palabra, su luminosidad, su buen hacer, su tejer y restañar, su desdoblar y alisar, es darnos una oportunidad para vivir de nuevo, para vivir en paz. La mente y el corazón se aturullan en sus miedos, se amilanan en sus penas, se enroscan en sus pesares, se enervan en sus ideologías, se envalentonan en sus egos crecidos, se enfurecen en sus rancias y manidas razones, se revuelven de ansiedad, entran en pánico, se les desluce la vida... O se endiosan, o se entristecen, o se deprimen, o se enferman, o se desmoralizan, o se violentan, o se hunden en el abismo de sus noches.
Pero, Jesús, el amigo del mundo, el rey testigo de la verdad, ha venido para quedarse junto a nosotros. Muchos no saben cómo encontrar al que nos dijo que "estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo". Pero, hemos de hacer un esfuerzo por encontrarle, escucharle y aprender con Él a trascender la negatividad que se nos cuela en casi todo lo que vivimos.
Invoca al Señor. Párate cinco minutos junto a Él. No más. En esta época de rapidez y prisas que nos atenazan, hemos de ser astutos, y utilizar los modos de esta cultura. Invoca, pues, su presencia, y háblale de lo que te inquieta, te carcome o corroe. Y verás cómo, escuchando y abriendo tu corazón con sencillez y emoción, se da la vuelta a tu preocupación, y atisbas su luz. Esto lo podemos llamar ‘una perforación’ que traspasa en cinco minutos la costra herida u obsesiva o miedosa de tu mente y de tu corazón, y te abre un horizonte positivo, lleno de luz y de gracia, de fuerza y de sentido, de paz y de puesta en marcha de todas tus energías y capacidades. Hazlo repetitiva y reiteradamente partiendo de la vida concreta, de los hechos de vida concretos, de las angustias y tristezas concretas. Observarás los resultados. Verás cómo se derrite o esfuma el poder del mal.
Aquí tienes el gran ejemplo de cómo actúa Jesús ante el que invoca su protección: Lucas 23: "¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso." En un instante de gracia todo puede cambiar. Cree. Confía. Invoca a Jesús, el Amigo, el Señor del Universo. Él vive para ti. Ha muerto en la cruz para ti, y para tu pueblo. Invócale. Invocadle.