Eclesiástico (Si) 15: "Ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja." Esto, está claro en la Palabra, y resulta ser una magnífica orientación. Pero la reflexión y el discernimiento del camino a seguir en cada momento entre estos dos caminos contrarios, sin que acabar cayendo en un dualismo incongruente o ideologizado, no parece tan sencillo. Si así lo fuera, no veríamos como dos cristianos son capaces de elegir y recorrer caminos dispares y muy diferenciados que pueden conducir al extremo de ambos frentes. Sentado el principio de los dos caminos ofrecidos, vida y muerte, necesitamos volver a vivir en las aguas turbulentas de la vida, pues es en ellas donde nos orientaremos bien, y donde aprenderemos a discernir el camino del bien y el camino del mal. Jesús, “que pasó haciendo el bien”, es un impulso permanente para recorrer, con su humilde sabiduría, su camino.
Salmo 118: "Haz bien a tu siervo: viviré y cumpliré tus palabras; ábreme los ojos, y contemplaré las maravillas de tu voluntad." Un aspecto importante de cara a un buen discernimiento es el hecho de haber abierto los ojos a la experiencia de amar y ser amado, de cuidar al otro y de haber sido bien tratado, de experimentar y contemplar ese cuidado de amor entre las brumas y turbulencias del día a día, de la injusticia sistemática y de la inconsciencia generalizada. Y de acabar haciéndolo sin dejar de mirar las maravillas que la voluntad amorosa de Dios ha creado para el hombre, y para cuantos seres vivos le acompañan en esta aventura en el planeta Tierra. Haz bien. Haz siempre el bien. Y si en algún momento te deslizas por la senda del mal, no dudes en cortar de raíz, tanto pidiendo perdón, como arrancando de cuajo lo que te sea un grave estorbo. "Si tu mano te escandaliza, córtatela".
1 Corintios 2: "Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo, enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria." El verdadero discernimiento no se puede hacer con la mente embotada, ni con el corazón petado de apegos, ni con el alma atiborrada de corrupciones, ni tampoco con la frialdad de la indiferencia, ni con la perversión de los prejuicios, ni con la imposición de ideologías manipuladoras o violentas. El discernimiento busca la perfección del amor. Y eso te obliga a trascender tus imperfecciones. Y para ello es preciso que abandones la parte superflua de tu vivir cotidiano, te escondas en lo profundo y lo auténtico, bebas el agua limpia y transparente del misterio de Dios, y gustes de su gloria, que no es otra que la búsqueda del bien, la paz y la justicia para los hombres. El bien de los hombres, y tú bien, es la gloria de Dios, dice San Ireneo.
Mateo 5: "Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda." Jesús ha venido para reconciliar a la humanidad entre sí y con Dios. Nosotros hemos de adentrarnos, con una nueva mentalidad y una nueva conciencia, en el misterio del hombre y en el misterio de Dios, que forman un mismo Misterio. Perdidos en esa inmensidad, y sin dejar de escuchar al Misterio de Amor que nos da unidad y forma, con sinceridad de corazón, y por pura gracia, acabaremos encontrándonos con el don de saber y con el don de discernir. Entrar en el corazón de Dios sólo le es posible al hombre cuando, previamente, se ha dejado herir y tocar su propio corazón por las heridas de los corazones destrozados de sus hermanos: los pobres, los indefensos, los olvidados, los que tienen negados los derechos y las libertades, los enfermos y los privados de su dignidad de hombres y de hijos. Solo el que ve al hombre y lo ama en su dramática situación, tendrá acceso al corazón de Dios. "El que no ama a su hermano, es un homicida." Y los homicidas no ven a Dios, y, de algún modo, buscan también el modo de acabar con Él. No hay ofrenda ni alabanza posibles a Dios, si no defiendes, liberas y atiendes a tu prójimo ignorado y maltratado. El discernimiento está en los ojos de Dios, pero para discernir has de mirar al hombre y compadecerte de su ser y de su estado. Eso, como diría Cristo, es ser un buen samaritano. No lo olvides:
1. La sabiduría está en hacer el bien.
2. Corta de raíz todo conato serio de maldad en tu mente o tu corazón.
3. La gloria de Dios es el bien del hombre. Que esa sea también la búsqueda de tu acción y tu gloria.
4. No realices gestos de alabanza a Dios, si no haces todo lo inimaginable por servir, cuidar, sanar o liberar a tu hermano encadenado.
5. Discierne el camino del bien en lo que haces tú contigo mismo y con tus hermanos. Y, así, discernirás y saborearás la presencia amorosa del Padre Dios en tu vida y en la vida del mundo.
Antonio García Rubio.