Sé consciente de que puedes vivir encerrado en el estrecho margen del mal. Es así si te sientes y padeces atravesado por el hambre, la injusticia, la dolorosa enfermedad, la violencia, la soledad, el desamor. O si te reconoces abandonado o desgraciado. O si te crees expulsado de la posibilidad de un futuro en paz. O si experimentas una vida sin los dones de la gracia y la presencia. Y así, interpretas con dolor la ausencia o el silencio de Dios. Ante tus dramas, tu fragilidad o el desprecio de ser tratado como mercancía humana devaluada, sin precio y sin aprecio, te preguntas: ¿Dónde está Dios? ¿Dónde se esconde, si existe, dices, ante tan miserable dolor o abandono? ¿Por qué callas o dormitas, mientras tus hijos somos vapuleados? "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", gritaba Jesús antes de morir.
Tu vida de fe es un intento constante de aprender a interpretar el silencio mesiánico de Jesús, su negación explicita, según los sinópticos, a ser reconocido como Mesías; y una tentativa de encontrar sentido al silencio eterno de Dios, que respeta tu libertad, al confiarte la vida y la Tierra. Muchos de tus hermanos, ante el poder aplastante de las catástrofes, las pandemias o los injustos, no entienden ese silencio, y les resulta tan insoportable, que se pasan al ateísmo, al pasotismo o a la rabia ante Dios. Otros culpabilizan a la Iglesia, y a su acomodo y alianza con el poder. A otros se les hiela el corazón creyente su ambigüedad y complacencia, y engrosan las filas de la desafección a la Iglesia.
Vivimos una Iglesia sometida como todos, como Jesús, a las tentaciones del mundo. El relato de sus tentaciones nos despierta el oído y el corazón al iniciar la Cuaresma: Mateo 4: "Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: Todo esto te daré, si te postras y me adoras." Esta tentación afecta al que se cree bueno, y busca la santidad o la perfección. Jesús habla de una prueba superada. Pero, ¿cómo la supera la Iglesia? ¿Cómo la superamos nosotros? Este es un punto central del hecho de ser creyente y discípulo de Jesús, y lo es para la credibilidad de la Iglesia en las sociedades del siglo XXI. En la actualidad, que a muchos cristianos se nos considera “sal mojada, que no sirve más que para que la pise la gente”: ¿Cómo reorientar reorientar nuestra sensibilidad, vocación y servicio? ¿Cómo reconducirnos por el amor y la sanación que trae el poder y el don del Espíritu? ¿Cómo hacerlo sin caer en la trampa y la tentación de utilizar el poder de este mundo?
Ese es el centro neurálgico de la credibilidad y el futuro de la Iglesia. No caigamos en esa burda tentación. Despoja la mente, libérala del yugo del poder mundano, vuélvela pacífica, serena, servidora, bondadosa, exquisita con los pobres y humilde entre ellos, fraterna y sinodal para todos, con todos y entre todos. Y ofrece tu ser, tu compromiso y aportación, tu palabra.
Génesis 2: "El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer." Desde el principio, los bienes de la Tierra están a disposición de todos. Y entre todas nuestras comunidades hemos de hacer posible el tiempo nuevo del Reino de Dios. Y ahí, primordialmente, están convocados los excluidos de relación y de decisión. Nadie sobra. Nadie puede quedar fuera por prejuicios humanos o imposición de poderes dudosos. La transparencia de la bondad del Padre, y de la llamada del Espíritu a participar en el nuevo Paraíso, llega a todos. Pero no caben los poderes heredados del pasado mundano. Entre vosotros ha de ser todo de otro modo; el modo del amor del Padre.
Por eso, lo importante para la comunidad eclesial, no es ni la imposición ni la confrontación, como le sucede a la sociedad. Lo nuestro, hermanos, es la conversión, el reconocimiento de la fragilidad, y el alejamiento de las tentaciones mundanas y manipuladoras. Reconoce, perdona, escucha a Dios y a tus hermanos y hermanas. Conviértete, y empieza de nuevo, mirando a los ojos, y escuchando el latido vivo del corazón de tu pueblo, apartado por los manejos confusos del pasado. Escucha el corazón de los pobres, los jóvenes, los que han dejado de creer, las mujeres, y sus gritos. Salmo 50: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu." El camino es Cristo crucificado y resucitado. Él es la renovación.
Escúchale con pasión de amor en esta Cuaresma. Romanos 5: "Por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia." Ese derroche de gracia y reconciliación, te lleva a entrar en un tiempo nuevo, maduro, adulto, iluminado, gratuito. Llega lo nuevo, ¿no lo ves?, ¿no lo reconoces? Esta por todas partes.
El Espíritu se ha desbordado y habla por los poros de la mujer, de los niños, de la nueva humanidad que se desvela. Lee y escucha el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma: “Escuchemos el llamado a dejarnos reconciliar con Dios, fijemos la mirada del corazón en el Misterio pascual y convirtámonos a un diálogo abierto y sincero con el Señor. De este modo podremos ser lo que Cristo dice de sus discípulos: sal de la tierra y luz del mundo”.