La venida de Cristo al mundo supone la gran apuesta del Padre, con el que Jesús mantiene una relación increíble de familiaridad y de amor, por hacerse presente en este mundo del modo más respetuoso y humilde que pudiera imaginarse. Jesús llega para hacer posible el cumplimiento verdadero de las profecías del Antiguo Testamento. Las profecías hacían relación a Él, y por ende a todos sus discípulos, a los muchos que creen en Él explícitamente, y a esa otra inmensa masa de discípulos anónimos, que sin creer en Cristo de un modo oficial, o incluso desconociéndole en su existir, sin embargo, con sus gestos, sus acciones, y su compromiso, poniendo o arriesgando sus vidas con los pobres, los enfermos y los afligidos, están demostrando el cuidado explícito que hacen de Cridto y de su pueblo. Y eso les hace bienaventurados y dichosos, "porque estuve enfermos y me cuidásteis".
Ahora, veinte siglos después, sus discípulos seguimos escuchando a los profetas, hoy, domingo de Ramos, al profeta Isaías 50: "Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído." Ahora sabemos mejor para que ha venido Cristo a este mundo y cual es la misión dada por el Padre y que nos ha dejado a nosotros para desarrollarla:
1. Espabilar, abrir los oídos, y escuchar, entender y aplicar la Palabra de Dios como lo hacen los iniciados, los discípulos elegidos y amados, como lo hacía el mismo Cristo,
2. Hablar con una lengua clara, limpia, comprensible para los pobres y los sufrientes. Una lengua como la suya, capaz de pronunciar palabras de paz, de aliento, y de consuelo a los abatidos que cientos de miles en este momento.
Estamos en el Domingo de Ramos. Pero ni tenemos ramos, ni tenemos plazas donede levantar nuestros ramos y alabar y bendecir al Señor, ni tenemos iglesias en las que celebrar este día santo. Pero, no nos importa. En esta Cuaresma hemos aprendido, en lo secreto de la reclusión en los hospitales y en las casas, del Señor, de eso que Él nos quiere enseñar al venir a este mundo. Y San Pablo nos lo recuerda en Filipenses 2: "No hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz."
El coronavirus nos ha impedido las celebraciones, pero nos ha permitido acercarnos a Cristo desde el mayor abajamiento que habíamos conocido, al menos en Occidente en muchos años. Y eso, en sí mismo es muy importante. Nos vuelve a permitir mirar la fé desde los ojos de Cristo, que optó por ser uno de los últimos. Hasta tal punto es respetuoso Dios con nosotros. Tomó la condición de esclavo y pasó por una de tantos, hasta acabar en la cruz, como un enfermo más, como un desahuciado más, como un desecho más dexestar mundo.
Este deseo de Dios manifestado en Cristo de ultimidad, de aparecer como uno más entre los últimos y sacrificando su propia vida por los demás, como lo hacen ahora los sanitarios, supone para muchos bienpensantes, muchos hombres religiosos, para muchos sabios, poderosos y entendidos, una patraña, un engaño, una injuria, una vergüenza, un atropello, una falacia o una blasfemia. Los que aman el poder y dinero, desde que tomaron conciencia del secreto poder para el bien que arrastraban los discípulos de Cristo, siempre los temieron, y prefirieron, después de perseguirles sin vencerles, hacerles sus aliados. La Iglesia está viendo, dando y recibiendo suficientes ejemplos de una entrega radical de la vida, como hizo Crudto, como hicieron sus discípulos, como siguen haciéndolo tantos en estos días tan trágicos.
Domingo de Ramos. Domingo de contradicciones: de alegría desbordante del pueblo pobre, e fermi y sencillo, el único capaz de reconocerle como el humilde y último Mesías esperado; y de condena a muerte, en la cruz, por parte de la oficialidad del poder político y religioso. Domingo para volver a la lectura de la Pasión y Muerte del Señor, en el pórtico de entrada a la atipica Semana Santa de este 2020, vivida en reclusión, enfermedad y muertos, víctimas de nuestros fracasos y tropiezos. ¿Quién condeno y mató a Jesús? Veinte siglos después seguimos si aclararlo. Yendo de Herodes a Pilato y a Caifás. ¿Quién está enfermando y matando a tantos miles y miles de ciudadanos en esta pandemia? ¿Lo sabremos algún día?
De momento, activamos nuestra mirada y nuestra escucha. Es lo que mejor vamos a poder hacer desde nuestras casas y hospitales. Rezar, escuchar y ver. Y comencemos por ver el dolor de Cristo, junto a Él, por estar a su lado, el dolor de tantos enfermos y familias con harto sufrimiento. Que por doler, como diría Migurl Hernández, nos duele hasta el aliento que nos mantiene en pie. No nos durmamos. No pensemos que estas pasiones y muertes no tienen que ver con nosotros y nuestros modos de ser y de comportarnos. Lee Mateo 26: "¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.' De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: 'Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.' Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados."
Jesús al final abandonado por los hombres a su suerte, como tantos quexesperan la muerte en los hospitales, dirige su mirada al Padre, y ya no l quitará de Él. Él le sostendrá hasta su muerte y más allá de su muerte. Salmo 21: "Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere. Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores." Jesús muere en el abandono. Pero, al final, respetuoso con el hombre hasta el final, viene en auxilio del hijo fiel, del Amado, y al tercer día le devuelve la vida. Y nos la devuelve también a nosotros, por mirarle y escucharle, la vida nueva; y a los que están muriendo cada día en Él, la Resurrcción y la vida eterna.