Hechos 2: "Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón." Lee este texto pascual de los Hechos de los Apóstoles, y deja hablar a tu voz interior: Has de darle una vuelta a tu vida, humana y cristiana, en estos días de prolongada y cansada pandemia. Busca, me digo, te digo, la sinceridad de corazón entre tu vida y la Palabra de Cristo. No te acomodes a lo que no es. No des todo lo tuyo por bueno. Si te asfixia, no te conformes con mantener el estatus recibido. No te limites a lo protocolario, ni a mantener estructuras para consumo interno, ni A una mentalidad manipuladora o utilitarista para tus pequeños intereses. Tú, hermana, hermano, también me lo digo a mí mismo, eres un humilde discípulo del Resucitado; y, ante este mundo herido y destrozado, estás llamado a dar un primer paso y a facilitar su renovación y su transformación, la que necesita la humanidad, para superar esta gran crisis. Y puede ser la renovación de la misericordia.
Los textos de la Escritura, leídos en el ambiente pascual, son claros como el agua. Y te invitan a realizar la propuesta de amor entregado de Jesús. No te cierres en ti mismo. Pon a disposición de la Iglesia, y de los hombres, tu vida. Únela a las de tus hermanos, en torno a Cristo. Él las transformará en misericordia y en comunión. Ponte el mono de trabajo, la capucha silenciosa de orante y el delantal de servicio. Así se renueva la vida. Pon tus dones y tus medios a trabajar y a dar fruto. Vende lo que no te sea necesario. Arriesga lo tuyo, y anima a tus hermanos a hacer lo mismo con lo de tu comunidad. Y con todo ello, y fomentando redes solidarias, crea estructuras de trabajo, destinadas a los que nada tienen. Junto a tus hermanos, pon a los pobres, los parados y los sufrientes de la pandemia en el centro de tu alma. Con tu pobreza, ayuda a otros a levantarse. No se trata de dar un pez. Con tus hermanos, fabrica cañas para que otros puedan pescar sus peces. Y empieza a prepararte, y a preparar los medios necesarios, para, con renovada fe, y con generosidad de manos y de corazón, generar vida y riqueza común. Empieza tu preparación en este domingo de la misericordia.
Deja a un lado las pequeñas preocupaciones internas de tu mundillo y de tus grupos. Mírate las manos, tantas veces vacías, y prepáralas, como de Cristo que son, para ponerlas a servir a este mundo herido y desprovisto de lo esencial. Sal de las rutinas y las manías de tu mente autorreferencial. Dios se encarga, con su Espíritu de abrirte los caminos. Y únete también a toda la gente de buena voluntad que, desde la sociedad civil, siente la necesidad de un cambio profundo. Sal de los salones y las sacristías, ahora vacías. Sal ahora a través de las redes, y, cuando ya puedas, sal a la calle, al encuentro de la gente de tu barrio. Así lo haría el Señor. Es una sana oportunidad de servir junto a Él.
Salmo 117: "Escuchad: hay cantos de victoria en las tiendas de los justos." Ahora puedes resucitar con Él en tu casa. Puedes escucharle y hablarle, mientras dura la pandemia, en el silencio de tu hogar, o mientras tus hijos duermen. Haz silencio. Hazlo con tu esposa o tu esposo. Nada que no salga de lo profundo de un corazón auténtico y convertido, será beneficioso para la humanidad. No te pongas en marcha, mientras lo que tú sientes, el mundo necesita, y la Palabra ilumina, no estén sanamente arraigados y de acuerdo en tus entrañas. El trabajo a realizar te lo sugiere la Palabra. Y esta también te indica, en primer lugar, el camino interior, del corazón, del silencio que se convierte en sabiduría de Dios, y te despierta y vocaciona para salir en ayuda y en defensa de tus hermanos. Siéntate un día y otro, y otro, en silencio. Y escucha. ¡Escucha! Hasta que oigas los cantos de victoria en tu propio cuarto, en tu casa. Los cantos de victoria son las humildes luces y sinceras convicciones sobre la misión a realizar en este mundo. Escucharás esos cantos de misericordia, perseverando en oración.
1 Pedro 1: "Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo." Has de ser probado, aquilatado al fuego de tu dolor y del dolor de tus hermanos enfermos, empobrecidos, pequeños, abajados del todo, como Cristo. Hazlo todo, siempre, con y como el Señor. Y hazlo alegre, porque la alegría nunca faltará en la casa del que ama; y, ligero de equipaje, sirve y fermenta el bien en la tierra. Déjate hacer por las manos sin guantes y llenas de misericordia de Dios, y por el humilde ejemplo de tantos pobres y enfermos. Con ellos, tú también, eres sal, eres luz.
Juan 20: "Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto." ¿Dudas? A ningún buen creyente le pillan de sorpresa tus dudas. Son también las suyas. Todos vamos en el mismo barco de dolor y soledad, de enfermedad y de muerte. Todos andamos trapicheando en el corazón con la duda, y con la gracia. Ambos polos nos atrapan entre sentimientos contradictorios. Como a Tomás te cuesta, me cuesta, desinstalarte por dentro, que es la desinstalación más dura de realizar. Te será costoso hacerlo luego por fuera. Y no te será fácil confiar y entregarte a realizar la misión del Resucitado, y, además, hacerlo como Él, sin queja alguna. Pero, si uno ama, no se da a medias. Cae de tu pedestal, de tus comodidades. Y acaba como Tomás, con los ojos llenos de lágrimas y con el corazón roto por tu ceguera. Y alegremente, convertido en el silencioso encuentro con Jesús, reza así: "Señor mío y Dios mío". "Misericordia, Señor, misericordia".
Levántate, y mantente dispuesto a realizar esta misión de Misericordia, a la que te llama el Señor, junto a tus hermanos.
El santo de Asís, le oyó decir al Cristo de ‘San Damiano’: "Francisco, restaura mi Iglesia".