Cuando éramos niños jugábamos al 'hinque'. La plaza del pueblo era propiedad de los niños y las niñas. La compartíamos como un bien inigualable. Allí se inscribían los nombres y sueños infantiles, los de los antepasados, los gozos y canciones, bailes y juegos. Y también nuestras aspiraciones secretas. El 'hinque', en épocas de tierra blanda, tras lluvias y humedades, convertía la plaza de todos en una superficie de secretas ambiciones. Pretendíamos adueñarnos de buena parte de su terreno hincando un clavo. Cuánto más lejos lo clavábamos, más arruinábamos a los otros, y más ricos nos hacíamos en propiedades, que demarcábamos estirando el brazo cuanto más podíamos. Y así la plaza de todos, que nos hacía felices, no lo era tanto cuando jugábamos a mayores y se nos despertaba el ansia de tener y poseer más que los otros. Isaías 22: "Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a la casa paterna". En muchas ocasiones hemos confundido la fe 'de todos, entre todos y con todos', con algo de nuestra sola propiedad. Hemos sido de los que colgaban al cuello, como símbolo de poder, la llave del castillo. Ten cuidado con los clavos que hincas para hacerte dueño de lo de todos, ser el gran protagonista que parte el bacalao, y el que mira a los demás desde arriba. Ten cuidado de no hacerlo ni en la vida social o económica, ni en la religiosa. No es eso, hermano, no es esa la fe en Jesús, la de Comunión, la de hermanos con vocación de ser UNO compartiendo la plaza común, la de seguir siendo el niño inocente, alejado de juegos que inclinan a vivir con las ambiciones desmedidas de adultos corrompidos.
Los buenos juegos los juegas en presencia del Amigo invisible, que goza jugando con la alegría de los niños en la plaza común. Y, sino alcanzas a verle, invócale, y aparecerá. Salmo 137: "Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio". Empieza de nuevo. Sube aguas arriba. En verano, pasea por el pueblo o el parque con sosiego y atención. Entra en el discernimiento. Hazlo con Él. Percibe el momento en que abandonando la alegría primera, infantil, comenzaste a jugar, con la ambición desmedida del adulto, a querer más o quererlo todo para ti. Es mío, mío, sólo mío. No te juzgues, pero mírate. Al entrar en la ambición, diste por concluido el tiempo de lo nuestro, de la común alegría de la creación. Discierne lento y en silencio. Camina junto a Él. Escúchale. Ábrete de nuevo al camino de la felicidad, de compartir libre y sanamente. Y respira. Contempla tu rostro, el de tus amigos, pequeños, felices todos, jugando y viviendo en comunión con la tierra, con la plaza de todos.
Adéntrate en tus entrañas, junto al hueso sacro. Así conocerás el Amor que te soñó, creó y engendró. Romanos 11: "¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!" Alucinan las entrañas del Amor de Dios cuando las desvelas. Haz un alto en tu camino. Siéntate en una piedra, respira, contempla al Padre que habita en ti, que vive dentro de ti. Mira su Amor, su ternura, su misericordia, su plan de belleza escondida, el que tiene para ti. Así todo aparece increíble, rastreable, insondable. Percíbele a Él respirando contigo. Intenta amar con su amor. Quédate el tiempo necesario. Respira, contempla, todo lento, sin prisa. Estás de domingo, de descanso en el Señor. Aprovéchalo. Él está cerca. Participa luego en la eucaristía con los hermanos.
Camino de vuelta a casa, mírate, y mira lo que te rodea. Y ve devolviendo palabras de saludo y sonrisas a los caminantes que se crucen contigo. ¿Quién eres? ¿Quiénes son? Y, tras esconderte en la intimidad y contemplar entre los inocentes, y a su sombra: ¿Quién es Cristo? Mateo 16:"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: 'Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo'. Jesús le respondió: Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo." Siempre es Pedro el que te sacude la conciencia. ¿Qué dices tú del Cristo? Estás en tiempo de silencio, de duda, de parálisis en el lenguaje de la fe, de miedo a decir algo políticamente incorrecto. Andas raquítico para casi todo, con pocas palabras. El dolor que te rodea, y padeces en soledad o en común, te vuelve parco, incluso desconfiado. Pero, sé valiente, al menos hoy para ti mismo, y para Dios. ¿Qué dices de ti, de Jesús, del Padre, del Espíritu? Respira, hombre, mujer. Tómatelo con calma. Sólo el amor es capaz de hablar del Amor. Vuelve, pues, al amor primero, al del niño que no has dejado de ser; quizás por ahí puedas encontrar las respuestas que tanto necesita escuchar tu corazón; quizás te aparezcan las palabras del limpio, libre y alegre corazón de niño que quiere volver a jugar sin clavos que se hinquen egoístas, sin llaves de poder sobre los demás, y sin desear intentar siquiera el dominio de nada ni de nadie. Vuelve a gozar de la plaza común, del Reino que Jesús ofrece desde abajo, y humilde entre los humildes.
Antonio García Rubio.