CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
2 Samuel 7: "Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas. Afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre". En el centro del Adviento, visité, tras abrir el corazón a la confianza con el Señor y con los hombres, a Daniel, Loli y sus siete hijos. Había escuchado de todo sobre ellos. El rey David quiso edificar una casa para el Señor, y Daniel y Loli pretenden reedificarle también una casa desvencijada del Canal, a las afueras de Madrid, para acogerle, atendiendo y cuidando a caminantes que buscan y a africanos que llegan con lo puesto. El Señor les ha sacado del aprisco de su vida, como a David, y ellos, como Padre e hijos, han puesto en jaque su descendencia y se han abierto a entregar su pareja, su amor, su legado y su familia a los buscadores y a los desheredados. Quedé con la boca abierta por el asombro ante semejantes locos de amor, de ternura, y de calidez humana. Ya no es normal encontrar este tipo de profetas que lo arriesgan todo, incluida su credibilidad y estabilidad. Y, de alguna manera, su libertad evangélica, la ternura avistada tras sus locas decisiones, la frescura de tocar de nuevo el Evangelio, su modo comprometido hasta en los últimos detalles con los últimos y más desfavorecidos, todo eso y más, acabaron por cautivarme. Aunque sus errores fueran muchos, Loli y Daniel están metidos en las entrañas del amor, del discernimiento, del Proyecto Emmanuel, de Aquél al que seguimos esperando y que se deja ver y entrever en la radicalidad de algunas entregas silvestres y auténticas. La paternidad y la filiación están aseguradas, la descendencia también. Benditos.
Salmo 88: "David me invocará: 'Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora'. Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable". Conviene darse una vuelta, alguna vez, y conocer a las personas, como David, que no le ponen filtros a Dios, salvo su pecado, que a veces les ciega, pero que con la misma fortaleza se arrepienten y se convierten. Es una relación privilegiada de doble amor, de amor de ida y vuelta. De amor que va y viene. De amor incansable. De amor eterno. Del que estamos llamados a vivir. David, Daniel, Loli, Teresas, Charles, Romero, Vicente, Rosa, Franciscos, Pedro, tantos nombres apasionados, como María, entregada hasta la médula. Hágase. Padre e hijos, e hijas. Un río extenso, turbulento, de amor increíble, de siglos, comunidades abrahámicas, comunidades por Jesús, con sus mismas esencias perfumadas de puro, noble, universal y laudable amor. Un amor que pretende hacer justicia en un mundo descontrolado y de poderíos omnipotentes, pero que acabarán, como todos.
Romanos 16: "Predicando a Cristo Jesús, revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora". Todo era oculto. Sólo los flecos de la profecía han sido mantenidos, los de la vida torrencial de los locos y místicos profetas, recopilados entre las palabras contenidas en la Palabra. Belleza escrita y proclamada que trasciende los tiempos y las memorias y las vidas de unos y otros hijos, iluminando siempre a los de abajo, y siempre referidos al mismo Padre. Siempre predicando y viviendo a Cristo Jesús, revelación contenida y guardada hasta el último día. El secreto manifestado y el secreto guardado durante siglos. Secreto que nos despertó a la posibilidad de una nueva vida dentro de esta vida. A una nueva fraternidad en Cristo Jesús. Qué dulce escuchar su nombre. Que dulce saborear su Palabra cada domingo. Que dulce degustar su Cuerpo del que nos alimentamos y del que formamos parte imprescindible por el amor en el que nos funde su Espíritu.
Lucas 1: "¿Cómo será eso, pues no conozco a varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios". Y ella, María, la primera y última protagonista del Adviento, de este tiempo de luz que se abre paso en el centro de las tinieblas, discierne y acepta. María, acoge la voluntad del Amor, entre las mismas tinieblas y sombras que provocan los poderes tenebrosos, los que imponen la suerte de los esclavos a la inmensa mayoría sufriente y silenciosa. María, que carga con su propia cruz y con la cruz propuesta, da un quiebro a lo que parece imposible, y lo hace posible. El Espíritu Santo la cubre con su sombra, y a nosotros nos cubre a todos con gracia, especialmente a los olvidados e innombrables. Prepárate para vivenciar y actualizar la que recibirás en este ambiente de pandemia como la Buena Noticia. Ese: “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. Y ve preparando, como Daniel y Loli, un hogar para el que llega entre el descarte y la mística. Y ve poniendo música de Navidad.
Antonio García Rubio