No tengas en cuenta tus filtros, accesorios, estorbos, inquietudes, ventoleras, daños, heridas, callos, negatividades, ideologías, intereses, egoísmos, beneficios grupales, herencia genética, sólidos principios, afecciones, títulos, imposiciones, falsedades, diversiones, lujos, caducidades, coyunturas, vanidades, injusticias, lo pasajero o el trasiego del día a día. Si te hubieras de quedar sólo con lo que permanecerá tras tu muerte. ¿Con qué te quedarías? Isaías 55: "Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo". Lo primero, te queda la Palabra, la que fecunda tu corazón, la Palabra de Dios, el Verbo Encarnado. Cantaba Paco Ibáñez: “Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo tiré como un anillo al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra. Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada. Si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra”. De la herencia cristiana, el Verbo, la Palabra, es el primero que te queda, siempre que estés fecundado por Él. Y los primeros que están fusionados con Él son los pobres, los desheredados, los que lloran y sufren, los de corazón limpio, los mansos, los misericordiosos, los perseguidos por mantener y defender la Palabra viva en la historia. El cristiano con que se queda, es con Jesús, y con la nueva identidad que da el conocerle, amarle, ser bautizado en su nombre, entregarse, seguirle.
Lectura sálmica -Isaías 12-: "Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación. Gritad jubilosos, habitantes de Sión: 'Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel". Qué grande es Dios; y qué magnífico y sobrecogedor Universo te ha puesto Él como horizonte ilimitado para tus miras extensas e infinitas. Grita jubiloso la grandeza del Creador. Saca aguas con gozo de las fuentes de su salvación. Ante la pregunta: ¿Con qué te quedarías? Tras quedarte con el Señor, quédate también con las fuentes de su salvación. ¿Qué fuentes son esas? contempla un instante. Contempla esas fuentes en tu corazón. Y se te desvela el misterio. Son las fuentes en las que te bañó la Iglesia. Las fuentes eternas que te dieron el nombre de Cristo, te purificaron, y transformaron tu conciencia, te devolvieron la salud interna y externa, te situaron en los brazos del Padre y del Hijo Amado, y te constituyeron a ti en hijo amado del Padre. Las fuentes en las que recibiste el don del Espíritu que te capacita para rectificar tus caminos, templarte con el fuego de su amor y trabajar por la civilización de la fraternidad, la comunión en la diferencia, el amor mutuo, entre todos y para todos. El bautismo es lo segundo que te quedas, pues en él tomas conciencia, en este domingo del Bautismo del Señor, de quién y qué eres. El bautismo te iguala, te hace hijo del único Padre y hermano de todos los hijos.
Agua y sangre, bautismo y eucaristía, los dos grandes sacramentos. 1 Juan 5: "¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. Y el Espíritu es quien da testimonio". Hoy es la Fiesta del Bautismo. Rememora tu bautismo, tráelo a tu memoria. Ser bautizado es lo más grande que te ha sucedido. Da gracias, y quédate ahí, prendido del agua y del Espíritu. Refresca tu memoria y tu alma. Has sido elegido y bautizado para ser otro Cristo, para asumir hoy su misión, en medio de la pandemia, junto a ciudadanos que ignoran a Cristo, personas sufrientes, doloridas, heridas por las injusticias que se dejan correr: parados, sin-techo, excluidos, carentes de bienes esenciales como la luz – dos meses sin ella en la Cañada Real-, enfermos, contagiados, abandonados, descartados que ya no imaginan el futuro sin miseria. Y ahí, tú, bautizado, en medio de ellos, como un pobre más, como un último más, sabiéndote enviado y discípulo de Jesús, para vivir y actuar en su nombre. El hijo bautizado y amado que ama en su nombre, y en su nombre cura y libera, consuela, reconcilia y levanta, y se implica en la vida de los pobres en nombre del Hijo Amado. Eres un bautizado. Necesitas que la Iglesia reconozca plenamente tu responsabilidad, tu participación y tu corresponsabilidad, en una Iglesia sinodal y alejada de clericalismos, como pide y clama el Papa Francisco. Te queda la Palabra y el Bautismo. Céntrate en ambos y aprende a crecer en el ser espiritual que perdurará más allá del tiempo y de la muerte. Recupera tu dignidad de bautizado. Desvela dentro de la Iglesia el puesto supremo dado por Dios. Marcos 1: "Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto". Hoy y mañana, recuperando la Palabra y tu bautismo, síguele.
Cuidado con la nieve.
Antonio García Rubio.