Eres un servidor que has experimentado la impotencia, y has fracasado. Junto al pueblo de Dios anhelas vivir el núcleo fecundo y sabroso del Evangelio, y que no sea traicionado. Pides que crezcan junto a ti hombres y mujeres, igualmente servidores, que hayan renacido cristianos entre los crucificados, y puestos a prueba entre los sometidos al fuego de la historia y del Espíritu. Job 7: "El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, como un jornalero; Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mí herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga". No seas de un señorito fino y elegante, acomodado al éxito, y que no sirve para servir. Ante tanto dolor, soledad y abandono, la comunidad cristiana requiere bautizados y pastores que se entreguen, sirvan hasta la extenuación, y arriesguen la vida por la renovación espiritual y evangélica de este pueblo sometido a pandemias y fracasos.
1 Corintios 9: "Siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos". Asume como tuya esta misión dada por Jesús a la Iglesia. La de ayudar a la humanidad a desvelar su gracia, y alejarse del éxito de los ambiciosos y opresores. Escucha la llamada a volver a la fuente limpia de su Palabra. No bebas más en las pozas revueltas de los avaros que provocan enfermedades mortales a cuerpos y espíritus. Pide y recibe el don de entregar con sinceridad de corazón la pobreza que eres. Y todo se renovará. Regala tu libertad recuperada en el bautismo, y todo se iluminará. Vuelve al conocimiento, y verás con claridad la senda de la salvación. En este tiempo de profunda crisis, la comunidad cristiana espera la aparición de nuevos conversos que hayan sido probados en la amargura de saberse afectados y engañados por el mal que se esconde en las injusticias y opresiones sociales, en los pensamientos adictivos, manías, arbitrariedades, apegos, manipulaciones. Como parte de tu participación en esta historia controvertida, y junto a los nuevos cristianos, reconoce tu sanación por Cristo, que te ha abierto al encuentro con el Padre y con una comunidad de frágiles e impotentes como tú. Sánate en la gozosa vida de la comunidad de los hermanos y conviértete en testigo vivo del Resucitado. Estás llamado a ser una persona marcada con una huella profunda, con una vida significativa, después de haber probado la hiel de la derrota y la condena. Y saborea, de la mano de la gracia, la liberación aquí y ahora, y lo que significa la mano siempre tendida de Cristo.
Ayuda a la Iglesia a recuperar en primera línea, a los heridos que han sido sanados; a los que han reencontrado la alegría de la salvación; a los que han danzado con la armonía de la música sanadora del amor de Dios; a los que, con la ternura de sus curas y apósitos, han regenerado la carne herida, el ego enterrado, o el corazón destrozado. Salmo 146: "Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa. Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas. El Señor sostiene a los humildes". Sostén con tu ayuda a los hombres y mujeres humildes, a los náufragos que se levantan con gran esfuerzo, a los que aprenden a respirar bajo el agua, y se apoyan unos en otros. Colabora con los que se sustentan con el poder invisible del Espíritu, y los que se saben sostenidos por el dulce e infatigable amor de Dios. Se con ellos uno de los nuevos bautizados, de los renacidos y consagrados como servidores y discípulos, de los que mantienen una conciencia nueva, lúcida y esperanzada. Con estos hermanos, en alabanza, danza al ritmo armonioso del dolor y la esperanza de los heridos. Y comparte con ellos el secreto de una entrega actualizada cada día por la gracia.
Fíjate en Jesús. Al caer la tarde, cuando nos retiramos al descanso personal, Él se pone en movimiento, renunciando a lo suyo y se dedica a sanar, curar, aliviar la carga, fortalecer la esperanza de pobres y enfermos abducidos por poderes oscuros, de adictos necesitados de paz, libertad o dignidad. Y mirándole a Él, asume tú su misión sanadora, liberadora y reconciliadora. Y luego, como él, tras un descanso, levántate al amanecer y en el descampado, abierto al infinito y trascendente, ponte a orar, a hablar de tú a tú, como Él, con tu Padre. Marcos 1: "Cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar". Encárnate tú, también, como Jesús, en tu pueblo, déjate zarandear por sus dolores, presionar por sus heridas, y haz brotar la sanación y el amor de Dios, que les devuelva la vida robada, violada, violentada, vulnerada, adictiva. Jesús te enseña que eres parte de un pueblo herido, hundido en sus afecciones y errores, fracasado, y necesitado de Dios. Sólo Él puede ayudarte en verdad a salir de un modo viejo y trasnochado de pensar, que te mantiene preso, paralítico. Actualiza tu vida de discípulo, de servidor del Evangelio, de sanador de heridas, de inductor de la nueva y eterna gracia del Evangelio. Entrégate, y gusta la luz de su entrega.
Antonio García Rubio.