Te propongo tres preguntas y un motivo para activar tu fe y tu vida en esta semana:
Primera pregunta: ¿Cuál es el verdadero servicio a realizar por un laico, por un bautizado cristiano como tú? Jesús no deja de invitarte a vivir un estilo de oración continua que atraviese tu vida cotidiana. Lo que cada uno piensa, siente, silencia y hace, ese es el núcleo de su entrega para realizar la voluntad de Dios. Sólo eso. Y ante todo, eso. Tu trabajo has de convertirlo en un servicio a la humanidad. Si lo haces bien, pensando en tus hermanos, y para el bien de ellos, y lo haces bien conectado en amistad al Señor, y para el bien de los hombres y la gloria de Dios, estás abriendo el camino del Reino de Dios en una sociedad injusta, con millones de vidas destruidas, rota, fragmentada, idolatrada. "Haz lo que haces y hazlo bien", que decía santa Carmen Sallés. 1 Corintios 10.11: "Cualquier otra cosa que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios. Y no busquéis vuestro propio bien, sino el de la mayoría". Esto es, busca el bien común, que tu trabajo te dé para comer y alimentar a tu familia. Pero no trabajes para ti mismo o los tuyos, para tu único beneficio; hazlo como tu mejor aportación diaria a la humanidad.
Segunda pregunta: ¿Cuál es la voluntad de Dios en esta pandemia, qué busca y propone el corazón de Dios en este presente histórico? El Padre busca tu reconocimiento. Él lo hace contigo, y espera la misma respuesta. Busca tu postración, tu humildad, tu sencillez de corazón, tu servicio que no protagoniza, tu cariño a los otros que no los doblega, tu naturalidad que nada impone, tu acogida que a todos levanta, tu silencio que a todos comprende, que no huye, sino que con arrojo cuida de los débiles. Y la respuesta de la voluntad de Dios es tu bien, tu sanación, tu grandeza humana, tu belleza, tu santidad, tu entrega. Su Palabra dice: “Quiero”, queda limpio, queda libre, queda contento, permanece feliz. Y, cada día, baja a la humilde libertad de tu ser criatura, junto a la libertad herida de tus hermanos, junto a las heridas causadas por el orgullo, la envidia, la ambición. Y ahí, abajo, fuera de las peanas del ego, sirve, ora, lava, cura, toca, acaricia, da tu mano, coge las manos que llaman, escucha y ama. Quiero, te ayudo a estar limpio, cristalino, transparente, nítido, y con la sonrisa en los labios por el encuentro con la solidaridad de tus hermanos. Marcos 1: "Se acercó a Jesús un leproso, y suplicándole de rodillas decía: Si quieres, puedes limpiarme. Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: Quiero: queda limpio".
Tercera pregunta: ¿Qué espiritualidad precisa el creyente en este tiempo revuelto y de mentes envueltas en tristeza? La desnudez del alma, que suspira por Dios y por el encuentro sincero con los hombres y con los pobres, nace del fracaso. Acepta, pues, el riesgo de vivir en medio de la tormenta, de exponerte al precipicio. No temas. Agárrate bien a las manos del Señor y de tus hermanos. Abandona la falsa normalidad, la comodidad, y aléjate de la seguridad que puedan darte las instituciones. En la película ‘Cadena Perpetua’, en el diálogo de los dos presos, tras cincuenta años en la cárcel, dice uno de ellos: "Nos hemos institucionalizado. Y tengo miedo a intentar otra vida, a salir de la cárcel”. No te acomodes a lo seguro. No tengas miedo a la libertad. Que el Espíritu te inspire un corazón nuevo, confiado, dispuesto al abismo de la no-seguridad. Sólo el Amor te dará la única seguridad cierta, la que atraviesa la vida y la muerte. El perdón de Dios es puro amor, es alegría, provoca la aclamación, te renueva el corazón y te lo vuelve trasparente y sincero. Salmo 31: "Había pecado, lo reconocí, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero".
Y, hoy, un motivo para vivir esta semana: La Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas: que esta Campaña anual, promovida fundamentalmente por las mujeres, te despierte una conciencia luminosa, que nunca pierda de vista que todo ser humano, y especialmente el que sufre, o lo hace indeciblemente, es tu hermano. Sólo eres un hermano entre otros hermanos, tus hermanos de toda raza, lengua y nación. Y que despierte más y más tu conciencia para hacer el bien, y para dejarte la piel haciéndolo. Los llamados hambrientos, que engloban a millones de hijos de Dios, harapientos, despeinados, con o sin mascarilla, y que se saben abandonados, despreciados, empobrecidos, desamparados... Con tu trabajo, seguro, algo podrás hacer. Levítico 13: "El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: "¡Impuro, impuro!". ¿Dónde están hoy y quiénes son los impuros, los que provocan el mal, los que mantienen a los pueblos en el enfrentamiento, en la miseria, en la guerra? Conviene mirar de cerca a nuestro obispo, Juan José Aguirre, en la República Centroafricana, para tener una referencia de un verdadero hombre de Dios, pobre y junto a los pobres más pobres.
Antonio García Rubio.