Aparecen en la visión: el arca de la alianza, la mujer vestida de sol y el dragón rojo. Apocalipsis 11: "En el santuario de Dios apareció el arca de su alianza. Después una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Apareció otra señal en el cielo: Un enorme dragón rojo." Este texto resulta ser un lienzo moderno, ajustado a los cánones de la cultura y el arte actual. Presenta: un arca, símbolo de alianza universal; una mujer, portadora de luz; y un dragón, expresión de un reino de dominio y exterminio total. Como trasfondo: un niño, portador del anhelo de bien para la humanidad. ¿Vencerá la fuerza bruta e impositiva de la fiera? ¿Servirá la mediación de la mujer? ¿Podrán la mujer y el niño con el dragón? ¿Se establecerá al fin la alianza, el entendimiento, el diálogo y el encuentro entre los hombres? ¿Triunfarán la inocencia, la fe, la ternura, la paz, la belleza, la fraternidad, el amor? ¿Se salvará la humanidad por el niño, por el hijo de hombre, generoso, colgado de la Cruz por amor? ¿Despertará la nueva conciencia entre los hijos de los hombres, los hijos amados de Dios? Aún andamos en el núcleo central de la pelea global que representa el lienzo del Apocalipsis. Han crecido los dragones, los imperios, engreídos, enfrentados, rugientes, disputándose el poder del mundo, olvidándose de que su poder, efímero y caduco, sólo trae dolor y sufrimiento a la humanidad. La mujer y el niño, apartados y marginados del protagonismo, pero portadores y guardianes, con muchos otros, de la llama del amor vivo, de la semilla de la vida eterna, de la fuerza secreta de la fe confiada a los pobres y los humildes.
Acércate y contempla el misterio que esconde la Virgen Madre. Acércate y contempla el más bello atardecer en la tierra oculta, preñada por la esperanza. Contempla una bella historia de amor juvenil, una bella confianza enamorada y sin límites. El Padre, prendado de la belleza del Niño y de la Madre, de la belleza de los confiados, de la belleza de los creyentes. Junto a ellos, contémplate en la belleza de la multitud congregada, liberada, y postrada ante el Niño, su Señor. Salmo 44: "Prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu señor". María, la mujer rodeada de estrellas y misterios, ha posibilitado con su sí, tu vuelta y la de todos, a la vida nueva y eterna. Cristo, el hijo protegido por sus entrañas y su vida, nos ha devuelto la nueva conciencia de hijos liberados y la nueva vida ya eterna, aquí y ahora. 1 Corintios 15: "Por Cristo todos volverán a la vida. Cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza". Los poderes del dragón siguen vivos e hirientes, pero caducos, obsoletos, enrojecidos, enloquecidos. La Mujer canta firme, en pie, con la fortaleza y la representación de los despreciados y barridos por la cola de la fiera. Y lo hace con una voz nueva y potente que clama en el desierto, en el erial provocado por la insensibilidad y la falta de piedad y justicia de los poderosos de la tierra, de los hijos del dragón rojo. Lucas 1: "(El Señor) dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos".
María, ha participado, auténtica, veraz, fresca, primigenia, libre, despierta y consciente en la gran liberación de su Hijo crucificado, envuelto todo él en un Amor desconocido, y ahora ya conocido para el hombre y la mujer de fe. María, con su sí, ha facilitado la apertura, por su Hijo, de las puertas secretas del Paraíso para todos los hijos de Adán. Y ahora, ella, la primera de todos los creyentes, goza ya la plenitud del nuevo Reino del amor y de la luz. Elevada a lo más alto, continúa siendo el faro necesario para todos mientras dure esta ardua y apasionada peregrinación no exenta de peligros. Así la miran los excluidos del sistema impuesto por la bestia, los marginados de los bienes de este mundo, los enfermos sin salidas y sometidos al abandono pestilente, los violentados, los expulsados a los mares o a vagar por las aceras de las grises y contaminadas ciudades, los humildes creyentes, y los humildes ‘no-creyentes’. Gracias, Mujer. Gracias, María. Gracias, Cristo Jesús, tu victoria nos mantiene con fe, con esperanza, constructores de nuevas relaciones de amor, dando contigo a luz la nueva y eterna alianza, la nueva y eterna comunión.
Antonio García Rubio.
Himno: Libra mis ojos de la muerte,
Dales la luz que es su destino,
Yo como el ciego del camino
Pide un milagro para verte...