HAMBRIENTOS DEL TACTO Y LA VIDA DE LOS SENTIDOS. Si necesitas amor, necesitas tacto y exaltación de los sentidos. En su rodar vertiginoso, la vida te hace sentir necesitado de experimentar ser amado, con un amor que es auténtico, epidérmico, verdadero, íntimo, profundo, corporal y espiritual. Desde tu nacimiento andas hambriento de tacto, manos, brazos y cuerpos que te acojan, acaricien, abracen, achuchen, protejan, duerman y mimen. Y eso envuelto en olores y perfumes, sabores y gustos; susurros, palabras, nanas y cantos de amor. Y así, tu niñez fue viendo y percibiendo un mundo bello en tus padres, hermanos y tu mundo familiar. Así, como bebé, naciste a la vida con la experiencia de despertar, enaltecer tus sentidos, y saberte agasajado. Tu llegada al mundo de la fe estuvo ligada en la familia a tu ser corporal, afectivo y sensorial. En tu nacimiento espiritual te aparecieron otras manos invisibles. Y con ellas te reaparecieron experiencias sensoriales básicas, que se te iban perdiendo en tu crecimiento. Dice el Salmo 137: "El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos". Experimentaste nuevos favores sensoriales y vitales de Alguien, que quería cumplirlos, y completarlos contigo. En tu experiencia de fe se te regala una misericordia que no acaba, eterna, y que fluye como fluyeron tus primeras sensaciones del tacto y la eclosión de tus sentidos como bebé.
EL TACTO ESPIRITUAL DE LAS MANOS DE DIOS. Un amor eterno te llega en las manos de Dios. "No abandones la obra de tus manos". Esas manos, que San Ireneo descubre en el Hijo y el Espíritu; las manos que hicieron lo que existe, incluida la nueva creación del bautismo, con un tacto que unge y perfuma; palabras que sanan; aliento que caldea; agua que despierta; luz que brilla y atrae la mirada; y gusto a sal. Todo lo sensorial y vital está en el rito bautismal del niño y del adulto. Y lo que la vida te iba robando, te lo devuelve la fe confiada en el Padre. Te acoge con amor tierno de madre, antes de encaminarte. Isaías 6: "Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado". Te toca los labios y el ser entero, te arrulla, bendice, cura; te saca la culpa; te reconcilia. Y equilibra, con la ternura del perdón, tus carencias y necesidades. Todo renace. Te vuelves a sentir amado, manoseado por la misericordia que no se agota. Y eres capaz de lanzarte a la aventura. "Aquí estoy". La fuerza del amor despierta tus sentidos, tu escucha: "Entonces escuché la voz del Señor, que decía: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Contesté: Aquí estoy, mándame".
EL AMOR NACE DE LA GRACIA. RENACES. Cuánta penuria, rigidez y equívocos con tus heridas; cuánto abandono en tu adolescencia, o adultez, al experimentar la soledad afectiva y sensorial. Cuánto te falta el amor experiencial, vital, con el que fuiste acogido desde el seno materno y tus primeros años. Mira le experiencia de Pablo, el perseguidor: 1 Corintios 15: "Por último, como a un aborto, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios". Un texto apasionante. Pablo goza de sentirse amado. Él, el aborto, el menor, indigno, rígido, solitario y frío perseguidor. Agotadas sus sensaciones de ternura materna, sólo le quedó la frialdad de la ley. La fe en Cristo, y el bautismo, le devuelven sanación, armonía cálida de amor, que derrite las escamas de sus ojos, recupera la vista, se le desploma su riguroso y gélido fundamentalismo, y nota el remecer de un amor sensorial y espiritual, primigenio; un amor ya entregado, y decapitado; un amor fruto de la acción de la gracia, que no se frustró en él: "Pero por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí"; un amor tan increíble, que él narrará en 1 Corintios 13, con maestría, belleza y grandeza, como nadie lo hizo jamás.
REMA Y SIENTE CON TUS HERMANOS. Todo vuelve a su ser con Cristo Jesús. La palabra y los sentidos, pasado el tiempo, vuelven al frío y la dureza. Y es la Palabra, con su virtualidad y fuerza amorosa, desconocidas hasta entonces, la que te devuelve el calor perdido. Lucas 5: "Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Rema mar adentro y echad las redes para pescar. Simón contestó: Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes". Escucha de las palabras de Jesús; visión de su figura junto al mar de Galilea; olor a mar y pescado en las redes; sabor de las comidas de Jesús con los pecadores y buscadores de perlas; calor corporal del tacto en contacto con los pescadores; retorno fatigado de una estéril y mala noche: Y ahí, en ese entorno, retorna ese otro calor increíble de la presencia y la Palabra de Jesús. Reaparece el calor esencial de la ternura emanada por la maternidad encarnada de Dios. La ternura que ahora brota de su mandato amigo: "Rema mar adentro y echad las redes para pescar". Un mandato que es fuego (Espíritu), que enciende los corazones de los rudos y abnegados pescadores, sus discípulos. En la obediencia a la palabra de Cristo, florece de nuevo la vida y el amor. El calor sensorial y espiritual que tú, hoy, necesitas para remar mar adentro, y echar las redes en este nuevo tiempo, en esta era digital y controvertida, demoledora del pasado, y abierta a lo nuevo. Y ahí bello, tierno, abierto, abrazador y eterno el Santo Evangelio. Rema, amigo, con tus hermanos, y alentado de nuevo por el Espíritu y tus sentidos.
Antonio García Rubio.