HOMBRES TERRESTRES Y CELESTES. Lo lógico ahora es nacer ausente, o incluso ser combatiente, ante el extraño camino de la fe que profesan los convertidos. Lo lógico, en este mundo cambiante, es que muchos no entiendan ni quieran entender nada acerca de un poder celeste y universal en el que muchos creemos, pues percibimos que nos hace partícipes de su ser y su existir. Un poder benéfico que siente ternura y protección por el hombre; que se relaciona de tú a tú con él; que le cuida, y le alienta cada día a transformar su persona y su mundo. Un poder, además, que tiene la intención, la determinación y la perspectiva de hacerle ya, aquí y ahora, y también tras su muerte, partícipe de vida nueva y eterna, de resurrección de entre los muertos, y de felicidad, paz, y retorno en plenitud al Paraíso perdido, y recuperado gracias a Cristo. También se ve con cierta lógica que bastantes de los recibieron de tradición esa fe, se han situado en un modo de ausencia o indiferencia, que es propio de hombres terrenos. Esa misma experiencia de ausencia afecta también a los que se mantienen fieles, pero que corren el riesgo de perderla, sino la cuidan con ternura y saber. La fe de los hombres celestes y espirituales, diferentes, sigue profesándose con su palabra, en la Liturgia de la Iglesia. Urge la renovación profunda de estos hombres que mantienen una fe confiada, entregada y sin condiciones. Pablo habla de la existencia de hombres terrenales y de hombres celestiales. Y los retrata así en 1 Corintios 15: "Como el hombre terrenal, así son los de la tierra; como el celestial, así son los del cielo. Y lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial". El camino creyente, entregado, confiado en el poder del amor de Dios; camino celeste, espiritual y comprometido con el destino pacífico y la salvación de la humanidad, es nuevo, transversal y trascendente; atraviesa la historia de la fragilidad, debilidad y terquedad humana; y ofrece al hombre un camino de salida al laberinto de su ser meramente terrenal.
LAS TORRENTERAS DEL AMOR. El Salmo 102 aporta esta evidencia: "Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles". El misterio de tu vida en la tierra, se une al misterio de tu llamada por un Dios único, que se define por su ternura contigo y te considera su hijo. La comprensión y la vivencia de la ternura de Dios es el camino para tu renacer; el camino que recorren los hombres y las mujeres celestes, espirituales, amados y conscientes de su vocación y de su misión en el Espíritu de Jesús. Sitúate, hermano, en este momento de profundo y significativo cambio para la humanidad, en la ternura abrasadora de tu Padre Dios. Aléjate de la fría racionalidad, y entra en las torrenteras de su amor. Sólo desde la inmensa pluralidad y diversidad de ellas, fluyendo entre tus hermanos, distintos de ti, vivirás con sabiduría, y con el calor propio de su misericordia, que sana corazones, cura heridas, fomenta vida cálida y fraterna, seduce la mente, y cautiva, con palabras y gestos solidarios, a los endurecidos por la desconfianza, a los heridos de muerte.
EL PADRE CAUTIVA CON TERNURA: Aprende, hermano, a ser parte orante y activa de comunidades de gentes sencillas y humildes, deseosas de sinodalidad, de participación y, a su vez, zarandeadas brutalmente por las olas bravas de un tiempo desquiciado e inquieto, de una época insensible e inmisericorde para con la inmensa mayoría del pueblo humilde, al que el Padre cautiva con ternura. Comparte, con una fe renovada y ardiente el sufrimiento de un pueblo abandonado a su suerte, pero respetado y protegido por el Padre Dios. Un pueblo ungido por la fuerza del Espíritu, declarado bienaventurado y amado por Jesús. Y así como David salvó al ungido, Dios ha extendido su mano tierna, y su poder misericordioso, sobre los pequeños, los espirituales, hombres y mujeres nuevos, sobre ti, llamado por Él. 1 Samuel 26: "Él te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor". Te encuentras, hermano bautizado, pobre, herido, y entre los brazos protectores del amor de Dios.
DAD Y SE OS DARÁ. Y ahora, deja caer sobre tu cuerpo, sobre tus sentidos y tus emociones, sobre tu mente, tu corazón, y tu alma renacida, la torrentera de la Palabra de Jesús, del Evangelio de Lucas 6: "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros". No existe otra ducha más refrescante y transformante. Déjate seducir, recrear, y tomar la forma de Cristo. Renace y revive al calor de esta increíble Palabra. Deja que corra, por los conductos de tu ser, la ternura y la misericordia que te son dadas. Y ponte en camino. Pon en práctica estás enseñanzas que son la vida misma de Cristo, la vida misma de Dios, la vida misma que provoca en ti la fe en Jesús y la acción prodigiosa de su Espíritu Santo.
NOTA FINAL.
Todo tiene un inicio y todo tiene un fin. Creo que, tras seis años de puntualidad semanal y extrema a la hora de ofreceros la experiencia de la acción de la Palabra y de la gracia, ha llegado el momento de dar por concluida esta obra. Es bueno retirarse a tiempo, dejar que la semilla del Reino y del Evangelio crezca por la secreta acción del Espíritu, y dé fruto abundante en cada uno de nosotros. Quizá vuelva. No lo sé. Pero ahora conviene callar, silenciar y ver el crecimiento del amor de Dios lenta e instantáneamente, porque así es el amor. Sigo en el juego, pero en otros terrenos. El que me busque, si Dios lo quiere, me encontrará. Gracias a los que habéis perseverado a mi lado en este camino apasionante de dejar hablar a la Palabra. Ahora prefiero hacerlo en vivo y en directo, en el tú a tú de los pequeños grupos de encuentro con el Evangelio. El próximo domingo recibiréis, de momento, mi última homilía. Empecé un primer domingo de cuaresma de hace seis años, y concluyo el domingo VIII del tiempo ordinario, previo al primer domingo de esta cuaresma. Gracias, amigos, hermanos. Gracias, Padre, por la misión encomendada y concluida.
Antonio García Rubio.