Entre la infinita gama de tonos espirituales que se dan en cada persona, la presencia de Dios aparece velada a través de las cuatro figuras que brotan de la tierra de la que hemos sido sacados: El agua, el fuego, el aire y el polvo. Ayudan a interpretar el Evangelio de hoy. Siente con hondura, y herido, la presencia de Cristo Crucificado, y de tantos otros crucificados en la oscuridad y las pruebas. Si contemplas los cuatro elementos y los interrelacionas con Cristo, se vuelven palabra viva, expresión inteligente, y sencilla visión. Lee en esta perspectiva la cita del evangelio del quinto domingo de Cuaresma, Juan 12: "Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto". Contempla cómo esto se está realizando en tu propia vida de bautizado.
Contempla el primer elemento: EL AGUA. Agua que brota del costado de Cristo, contemplado en Cuaresma con ternura, con pasión y con amor cercano. En el agua de su costado te han bautizado, te han sumergido y, metafóricamente hablando, te han ahogado. Y lo has sido con el fin de que puedas renacer, resucitado, como Jesús lo hizo. Es el agua que te fecunda, te pudre y te hace rebrotar a una nueva vida de hombre o mujer, a una nueva primavera como la que ves brotar y florecer en los almendros estos días. Imagina la vida, sometida a la gran aventura de volver a nacer, y mírala envuelta y empujada por esa agua de Cristo que vivifica, limpia y libera. En este tiempo previo a la Pascua, aprende las claves de que te ofrece el agua, y con ella la memoria viva de tu ser bautismal. ‘Dame Agua Viva’, pides en Cuaresma con la Samaritana. Y Jesús, sin consultarte, te abre su pecho, para que te bañes, renazcas y te sacies de su ser y su espíritu generoso. Salmo 50: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso".
Contempla ahora el segundo elemento: EL FUEGO. Te purifica. Es la llama viva que te transforma, te atrae y te atrapa si te dejas estar en una sana contemplación. Es una llama que sólo te pide que huyas de las palabras, de los conceptos y de los pensamientos reiterativos y repetitivos; permanece en quietud; mira absorto y cómplice el fuego del Espíritu que arde vigoroso dentro de tu alma, y trastorna tus sentidos hasta hacerte gozar por el hecho de vivir. Es la llama de amor viva, del fuego que arde en el fondo de tu alma. Con ella fuiste bautizado, no sólo en agua, sino también en el fuego del Santo Espíritu. El Espíritu de Jesús se presentó en tu bautismo como un fuego que te arde, te calienta, te enardece, te alienta, te transforma y te renueva. Hebreos 5: "Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas, y en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer". Resulta apasionante que percibas el fuego interior que te produce la aceptación del dolor de Jesús, de su increíble entrega, de los clavos y de la lanza con que le atravesaron, de la ignominia y el desamor con que le coronaron, de las espinas, latigazos y salivazos con que le hirieron. Contempla como le convirtieron en una llama de amor viva, que te devuelve a ti tu libertad perdida, y la esperanza de humanizarte, de renovarte y de resucitar. Él fue escuchado; y tú, que contemplas y escuchas, has sido sanado a fuego en tu bautismo.
Contempla el tercer elemento: EL AIRE. Respira. Recupera la respiración. Es fundamental. Sal del agua, tras la muerte de tu hombre viejo, y como niño recién nacido, vuelve al aliento del Padre que te ha constituido en ser vivo. Respira. Llora y respira. Torna al ser en el que fuiste engendrado. Vuelve a respirar su Ruaj. Él exhaló su aliento y tu barro se convirtió en un ser vivo. Exhaló su último aliento en la cruz, y te entregó su Espíritu, el Paráclito. ‘Conviene que yo me vaya’, había dicho. Y tras su marcha, te llegó de nuevo su Aliento, su Aire, su Viento. Y con Él te vino el nuevo nacimiento. Sé aire, sé viento, ve ligero de equipaje, junto a otro hermano o hermana, id de dos en dos; dispuesto a dejarte fecundar el corazón, las entrañas, y desde ahí, renace como hombre nuevo, que sirve de vehículo a la Palabra viva, que genera aire evocador, eco, sonido, Verbo. Y el Verbo se sigue encarnando en aliento en cada corazón. Y, su último aliento te sanó, y te constituyó junto a tus hermanos en comunidad, en comunión, en pueblo. Jeremías 31: "Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo". Y por tu bautismo participas de una íntima unión y comunión con los otros hermanos bautizados, y con el Dios Trinitario.
Y, por último, contempla el cuarto elemento: EL POLVO de las estrellas, el barro, el cuerpo que eres y que te constituye, y te da presencia, y materia, y figura, y hambre, y sed, y dolor, y placer, y sentidos, y visión, y audición, y olor, y tacto, y gusto, e historia, y relación, y abrazos, y peleas... Y todo viene a convertirse en tu cuerpo, en tu lugar de encuentro, de luz, de pasión, de emoción, de drama, de tragedia, de humor, de ciencia, de fe, de confianza, de miedos, de presión, de libertad, de canción, de poesía, de sangre derramada, de cuerpo ensangrentado, de vino consumido, de pan que alimenta, de óleo que sana y consagra, de manos que bendicen y construyen, de fermento, de sal, de luz, de pies que atraviesan la historia, de creyentes que dejan impreso en el barro y en la tierra la huella de Evangelio. Cuerpo bautizado y enterrado o anegado para que dé noticia del hombre nuevo y resucitado que está germinando en esa tierra. ¿No lo ves, no lo oyes, no lo palpas, no percibes su perfume, no lo gustas? El bautismo llega a transformarte en comunión plena, de Cuerpo, de Pueblo santo, en la celebración de la Eucaristía, que reúne cuerpos y alientos en un espíritu de comunión, y de resucitados. Juan 12: "El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor".
Esta es una reflexión-propuesta para detener el tiempo y contemplar lo humano, que en realidad es también lo sagrado de Dios en nosotros. Antes de llegar a vibrar por los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, interioriza tú, con tu pasión y con la ayuda de la gracia, este misterio que se disuelve en ti, y se realiza en el sacramento de tu bautismo que renovarás en la Pascua. ¡Adelante!
Antonio García Rubio.