Música sacra católica gregoriana medieval eclesiástica en latín
Me he parado a pensar en las manos de Jesús haciendo barro con su saliva y en las aguas de la piscina de Siloé (Enviado), a la que Jesús manda lavarse al ciego. Y me he parado porque el ciego actual, aquél ante el que Jesús hoy se detiene para devolverle la luz, es el hombre despedazado y roto, el injustamente tratado y despreciado, el que se refugia de la guerra a las puertas de Europa, el que no tiene liquidez para llega a mitad de mes, o el que comparte habitación; es el que está en la calle o la que se prostituye, son los niños acosados o las personas perplejas por hambre provocada por las ganancias cuantiosas de unos pocos, son los jóvenes que reciben salarios grotescos para sobrevivir o los muchos que buscan la salud del cuerpo, de la mente o del corazón.
Ante el ciego, Jesús toma la iniciativa de su sanación. Y le devuelve armonía, salud y luz a sus ojos. Y lo hace volviendo al inicio de todo. Jesús restituye en el ciego a su hombre original, al que fue creado por y para la luz. Y para ello lo lleva al principio, a sus dos orígenes, tanto al origen de la vida, como al origen de la fe; a la Creación y a la Redención. Vuelve al barro que unta en sus ojos, al fluido de Dios mezclado por Él con el polvo de las estrellas, dando lugar, en ese barro, al nacimiento del ser humano, imagen del Hijo y aliento del Espíritu, creatura nueva y eterna, armónica y llena de belleza. Y vuelve también, al enviarlo a la piscina de Siloé, al bautismo, al nuevo nacimiento de las aguas, a la piscina del Enviado, del Espíritu, a la pila bautismal, al nuevo y definitivo ser, al hombre nuevo, iluminado, lleno de luz y de visión. Con Jesús el hombre puede volver a nacer. Nada está perdido. Esta es la gran noticia de este cuarto domingo de Cuaresma. Estamos en el camino de la luz. Y ésta es posible. El hombre roto, cansado y hastiado de tanta injuria, sabe que cuenta con Dios y puede volver a empezar. En eso andamos los cristianos.
Entonces, qué es lo que pasa. Porqué los enemigos de Jesús no comprendieron lo que estaba aconteciendo y quisieron acabar con Él; y, porqué los padres del ciego se hicieron los olvidadizos y no se comprometieron. ¿Quién pecó, él o sus padres?, preguntaba la gente, queriendo echar balones fuera.
El pasado sábado acompañé a Pedro y Lola a visitar a su hija adoptada, Raquel, que está recluida en un Centro Terapéutico, una institución que pretende ayudar a los adolescentes a recomponerse de la violencia en la que se refugian, y que transmiten a los que conviven con ellos, especialmente a sus familias. Raquel es una criatura sencilla y encantadora cuando está tranquila. Nació en la cárcel, de una madre toxicómana joven y de un padre casi anciano. Tras unos meses en la cárcel, lo recogió una institución durante un año. Y después fue dada en adopción. Su familia actual le ha ofrecido catorce años de alientos y cuidados, de sublime amor paternal, y sin embargo la niña mostró siempre unas conductas y sentimientos difíciles y contradictorios, hasta provocar en su adolescencia unas relaciones violentas e imposibles en el seno familiar. ¿Quién pecó, ella o sus padres? ¿Quién es el responsable de tantos niños rotos y desestructurados como soporta nuestra sociedad opulenta? Hemos de hacer algo más que culpabilizar. Este mundo ha de encaminarse por los caminos de la reconciliación y la renovación, de la justicia y del crecimiento humano de todos, de los niños y padres, de la sociedad. Me impresionan los padres de Raquel. Su decisión de adoptar, su entrega, su generosidad, su paciencia ilimitada, su ruina económica para soportar tantos meses de terapia con el fin de sanar y restablecer la persona de su hija. ¡Qué implicación, que alegría con su hija, en la visita al Centro, qué fe en su recuperación!
De vuelta a casa, me vienen un aluvión de imágenes: Un niño nace ciego en el hospital de la Princesa en Madrid; otro niño nace y crece miserable, endeudado de por vida en Haití; otro está naciendo en una tribu de la Amazonía brasileña, ignorado por la sociedad consumista; otro malvive en una familia paupérrima del gran suburbio Kibera, en Nairobi, Kenia; otro rebusca entre los deshechos y basuras de Catuera, Paraguay; otro sobrevive sin piernas en Battambang, Camboya, como consecuencia de la explosión de una mina antipersona; ese otro nació para enfrentarse a la muerte al ser un niño soldado en Nigeria, entre los trescientos mil que se calcula que hay en el mundo; y otro más está muriendo desnutrido, ahora mismo, en medio de la terrible hambruna de Sudán del Sur. ¿Quién pecó, ellos o sus padres? ¿Quién es el responsable de tanta ceguera y dolor? Siempre nos encontraremos con la misma y contundente respuesta de Jesús: “Ni pecó él ni sus padres”. Mucho de lo que acontece, y más en los niños inocentes, sucede por muchos motivos que tendrían solución con nuestro trabajo y esfuerzo solidario y de justicia.
Todo, incluido lo que no nos gusta, decía G. Bernanós con la visión de Jesús, es gracia; todo adquiere su significado con perseverancia, con un silencio que escucha, con trabajo y ciencia, con la fe y sentido, con entrega. Y todo acaba dejándonos, con estos ojos nuevos, una estela de luz. En el fondo de sí, toda la realidad, también la dolorosa e injusta, está preñada y constituida por una poderosa luz. El oscuro mal que acontece a la humanidad y a los pobres no es para su destrucción, ni su fracaso. La infame cruz de Jesús, nos ha cambiado la óptica. Se ha convertido en luz para ver e interpretar los males. “Por el madero ha llegado la alegría al mundo entero”, gritaremos los cristianos en la Pascua que se acerca.
Actualiza tu fe, el presente de tu fe. Aquí y ahora. Siempre con tus hermanos. Y di, con el ciego: "Creo, Señor". Aquí y ahora, de tu mano, soy y me reconozco como un hombre nuevo. Aquí y ahora estoy contigo haciendo el bien, y comprometiendo mi vida con la tuya, en favor de la vida de los que aún no han podido actualizarla. "Ahora veo, Señor". Aquí y ahora. Hoy ya no soy ciego. Tú nos sanas, nos devuelves la alegría y las ganas de hacer lo bueno, lo sano, lo que crea fraternidad. Es mi tiempo, Señor. El tuyo. Eres el Agua siempre Viva. La luz que, como la zarza de Moisés, no se apaga. Contigo comienza lo nuevo. Tú eres la luz de mundo. Los pobres y los niños destruidos se alegran contigo. Es tu Espíritu el que convierte a tu Iglesia en luz. Y esta es nuestra misión: invocar y provocar la luz en las tinieblas; hacer que los ciegos vuelvan a ver, que los niños vuelvan a sonreír, que renazca la armonía.
Conviértete, aquí y ahora, y cree en el Evangelio. Y date hoy la oportunidad de cambiar tu mundo y el mundo.
Antonio García Rubio. Es párroco del Pilar en Madrid.
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