.AGNUS DEI - Sacred Choral Music - The Choir of New College, Oxford. E.HI...
Este segundo domingo de Pascua nos abre a la dimensión más interesante del cristianismo: la vida comunitaria. La tentación del individualismo excluyente está acompasada con la del secularismo excluyente. Por un lado, apartar a Dios de la vida en el planeta a zarpazos por parte de unos y a base de graves errores por parte de los otros. Y por otro, apartar al otro, al hermano como tal, de nuestro horizonte acomodado. Y todo eso para instaurar el demencial, falso y acomodaticio individualismo. De esta tentación brutal, en la que nos vemos caer progresivamente, como en un precipicio insalvable, ¡Líbranos Señor! Porque existe un individualismo de los intereses del ego propio; y un individualismo pernicioso, de los intereses de la élite, los grupos de poder, que fomentan nacionalismos trasnochados, manipuladores de la mayoría, a la que se engaña con promesas falaces de participar en la tarta del progreso.
Y, de pronto, irrumpe la Pascua cristiana. Se nos cuela en la escena de sociedad individualista el Resucitado. Se nos desvela como el único justo y limpio entre los hombres, no corrompido por el poder del dinero y los intereses. Él renunció al poder y dominio, y se entregó voluntariamente la muerte, para así despertar como un hombre nuevo, eterno, luminoso, veraz, maestro, guía, y buen pastor de su pueblo. Y comienza Jesús a trabajar con sus discípulos en dos frentes.
Primero: el nacimiento y crecimiento de un hombre nuevo, centrado en Él; en aprendizaje de su enseñanza; que vive como un enamorado de la vida, servidor de sus hermanos, del Padre Dios, del cuidado de la tierra y abierto a la plenitud de la vida eterna.
Segundo: la aparición de la vida comunitaria. El cristianismo nos enseña que vivimos en este planeta para compartir fraternalmente la existencia con el resto de los hermanos, hijos de Dios, llamados a pertenecer a la familia de los hijos. Con el Resucitado ha nacido una humanidad nueva que se ama y se trata como fraternidad. El cristiano, nacido de la Pascua, no vive para sí, sino para sus hermanos, para convivir con ellos pacíficamente, para vivir con ellos en actitud permanente de servicio, para educarse con ellos en la vida común, en la comunión. Hechos 2. "Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones." "Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común." "A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón."
Con el Resucitado aparece, pues, una vida nueva y maravillosa. Se da por concluida la historia de los hombres lobos, los poderosos de la gran Babilonia. Esta se precipita en el abismo de la violencia y el sufrimiento de los indefensos y de todos; tiene sus días contados, a pesar de que siga destruyendo. Con Cristo amanece un tiempo nuevo, una herencia incorruptible. Estamos invitados a construir pacientemente la comunidad y la unidad, con las armas del amor y del Espíritu del bien. Hasta llegar a la meta. 1 Pedro 1. "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible."
No temas ser un hombre pobre e inútil. Se te llama con todas las consecuencias, porque eres pecador, porque estás cansado del camino pedregoso y de engaños, porque estás desechado, apartado, manipulado, triste, corrompido, infeliz, solo, competitivo, sin hermanos y sin amigos. Salmo 117. "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular." Para Dios sirves. Para vivir en una comunidad creyente, en la que serás acogido y abrazado, en la que crecerás y harás crecer, sirves. El Resucitado te llama porque eres hijo, porque eres amado, porque tienes hermanos y porque tu vida está llamada a unir vidas de modo concreto, y a servir a tus hermanos.
Todo nace en una conversión profunda de mente y corazón, de la mano de Cristo. Es Él quien coge tu mano y te demuestra la verdad del amor a través de la acogida de tus hermanos. Y, llorando de emoción, en tu cansancio y en tu obstinación, llena de prejuicios, caes de tu burro. Y te sucede como a Tomás: Juan 20. "Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: 'Paz a vosotros.' Luego dijo a Tomás: 'Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.' Contestó Tomás: '¡Señor mío y Dios mío!'"
¿No es este un cuento de hadas, en medio del horror del sufrimiento humano del siglo XXI? ¿Es fiable Jesucristo? ¿Somos fiables los que hablamos de Él? ¿Se puede aspirar a cuidar y a pertenecer a una comunidad de hermanos? Comprendo las dificultades que puedes tener para confiar y creer. Pero no se trata de que te fíes del aire, sino de Él en una comunidad de hermanos. Es Él quien cautiva tu corazón y tu mente. Los cristianos lo somos, porque nos fiamos de Cristo Resucitado, y lo hacemos en común. Acércate a Él. No temas. Busca una comunidad en la que encontrarle. Da pasos en este arriesgado camino de la confianza y de la búsqueda de una comunidad de vida: "No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable."
Y un ejemplo: No hace mucho visité el Monasterio de la Conversión, de las Agustinas, en el Valle del Tiétar. La madre Prado, con la que anhelaba hablar sobre la nueva semilla allí plantada, me impresionó. Una monja de cuerpo entero. Y me desveló uno de sus secretos: Las hermanas, cuando llegamos a esta casa, nos encontramos rotas, violentadas o traumadas por esta sociedad. Y, ¿qué se encuentran aquí? Una comunidad con un ambiente de comunión, conversión y normalidad vital. La Comunión es la respuesta a la urgente necesidad del hombre de espantar su soledad, su egoísmo e individualismo; necesidad de existir con otros, y, en ese espacio vital, ser amado y amar; necesidad de ser acogido en sus pobrezas y límites, de ser abrazado hasta no formar más que uno, porque así lo quiere Dios para el ser humano.
Antonio García Rubio. Es párroco del Pilar en Madrid.
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