Música Sacra - Vol. N°3: Handel "Messiah" - 2 La Pasión - (El Mesias) H...
Cuando te acosan los malos rollos: una separación traumática, el cáncer de tu hijo, un paro prolongado, la traición del amigo, la caída en un hábito negativo, un ataque injusto y furibundo, el desprecio de los que te rodean, el desmoronamiento de tu familia, el sentimiento trágico de la vejez, el alzhéimer de tu madre, te conviertes en víctima de una injusticia, no dispones de bienes, no tienes qué comer, o sufres por las mil historias y dolores de la vida; cuando hoy estás realmente mal, cuando andas incómodo o violentado, es evidente que no necesitas una cena de Pascua a toda prisa, "lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor", como dice Éxodo 12; lo que necesitas es una cena o una comida de hermanos, reposada, pacificadora, pausada, atenta, con escucha, con palabras de vida, con buena comunicación, con silencios significativos y abierta de par en par al Misterio. Necesitas un ambiente acogedor, sanador, sosegado, lleno de cuidados y abrazos. Lo contrario sería continuar violentándote y maltratándote inútilmente. Como ves que sucede a cada paso en esta historia presente.
Jesús conocía bien tus dolores y los sufrimientos de la humanidad. Y conocía también los suyos, que progresivamente se agravaban, y se tornaban difíciles de abordar con aquellos hermanos que le rodeaban y le amaban. A sus discípulos les superaba lo que Él pretendía trasmitirles y comunicarles. Y, como Él lo sabía, quiso hacérselo entender, dárselo masticado, convertírselo en alimento preparado, y dejarles además en ello una herencia eterna. Y preparó un ambiente cálido, lleno de humanidad y familiaridad, del calor de la sana y verdadera amistad, como lo haría el mejor amigo con sus amigos: "Ardientemente he deseado tener esta cena con vosotros". Le salía a borbotones el amor entrañable por sus discípulos de entonces y por nosotros, sus nuevos discípulos del siglo XXI. El drama estaba servido. Lo que iba a suceder era inevitable, pero Él quería dejarles un signo maravilloso y definitivo, que traspasase todas las fronteras y que fuese un don, un preludio de su amor y de lo que les esperaba y nos sigue esperando en el momento presente. Esa última cena, que hoy celebramos con todo el calor del que la Iglesia dispone en su seno, se convertiría en el elemento más vertebrador de vida común, de familiaridad, de fraternidad y de bendición de toda la historia humana. Salmo 115: "El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo."
Traigo a la memoria sacerdotal de este Jueves Santo, junta a Cristo Jesús, a mi compañero, hermano y misionero Luis Miguel Modino, hombre joven entregado, valiente y audaz, que hizo la opción de vivir con los más alejados y abandonados, se marchó a servir a las comunidades del más angosto y profundo Río Negro, en la Amazonía brasileña y allí navega y navega días enteros abriendo cauces de luz y de esperanza, y llevando la Iglesia y la Eucaristía a las casas, e intentando reiniciar la evangelización, como lo hacían los primeros cristianos, ‘partiendo el pan por las casas’. “Si la gente no viene a la Iglesia, llevemos la Iglesia a las casas de la gente pobre.” Lo cual me parece una iniciativa preciosa, y que comienza a dar frutos abundantes, entrañables y participativos.
Algo parecido a lo que sucede en Madrid un jueves al mes, por la noche, en un hogar donde se acoge a los pobres de los pobres, con un grupo de cristianos humildes, que callada y ejemplarmente dedican la vida entera o bastantes horas de misma al servicio de estos hermanos preferidos de Cristo. Allí celebramos la eucaristía, el memorial del Señor Resucitado. En la intimidad del hogar, mientras los pobres reposan de la dureza vital y mental del día a día, del esfuerzo por su supervivencia, nosotros celebramos emocionados y vibramos ardientemente con la Mesa del Señor. Esa Mesa que nos mantiene unidos, amorosamente unidos en medio de incontables calamidades y sufrimientos; pero siempre envueltos en el gozo de escuchar y compartir la Palabra de Dios, acercándola a nuestras pobrezas, de modo que se sepan iluminadas y trascendidas, y convirtiendo el pan y el vino en el mismo Cristo que es alimento revolucionario, que devuelve la alegría, el sentido, la sabiduría y la esperanza en medio del infortunio.
"Ved qué gozo, qué dulzura convivir los hermanos unidos". Pocas cosas comunes y fraternas tan hermosas y continuas como el Memorial de la Cena del Señor, y más si podemos celebrarlo en el corazón humilde y festivo del hogar, de la entrañable casa de la Iglesia. El hijo pródigo vuelve a casa y se encuentra abrazado, levantado, perdonado, restituido en su dignidad, con la mesa adornada y preparada, y la fiesta dispuesta. "Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él." En pocos lugares se puede gustar más y mejor la presencia viva, fecunda, misteriosa, cálida y armoniosa de Cristo. Oh regalo inmenso el que estamos llamados a vivir los servidores, los que vendan las heridas, los que lavan los pies, los que cargan con las camillas, los que acogen sin condiciones, los que enjugan las lágrimas, los que cargan con la cruz y le siguen. Qué bueno. Qué dulce sacramento el que nos dejó el Señor. Qué dicha inconmensurable la que experimentamos al estar juntos y celebrar su presencia. Nada hay comparable. Sólo gratitud destilan los labios de los servidores que se reúnen en el nombre del Señor. La Iglesia y la centralidad eucarística sólo tienen sentido desde la calidez, la acogida, la fraternidad, la vivencia entrañable del Misterio del Amor de Dios manifestado en la amistad incondicional de Cristo.
Tened un Jueves Santo atravesado por la celebración central y crucial de la Mesa del Señor, y de su ejemplo único de servicio, capaz de transformar los gestos más humillantes y convertirlos en una experiencia única de amor. Juan 13: "Se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla”. Cuando esta tarde estéis celebrando, procurad llenar de fraternidad y de ternura vuestra celebración. Convertid vuestro templo en un hogar familiar, lleno de la dulzura y la cálida sensibilidad de Cristo Jesús. Y en la Comunión de los hermanos, presididos por el mismo Cristo, y por el hermano sacerdote que transparenta a Jesús, y que hoy renueva su ser entregado e identificado con Cristo, proclamad su muerte, convertida en pura gracia y una vida nueva y renovada.
Corintios 11: "El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan... lo partió y dijo: 'Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros.' Lo mismo hizo con el cáliz: 'Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto, en memoria mía.' Por eso, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva."
Antonio García Rubio. Es párroco del Pilar en Madrid.
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