El principio del Libro de los Hechos nos dice que Jesús se presentó a sus apóstoles, “dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y hablándoles del reino de Dios.” Me resulta apasionante este deseo de Jesús de dejarse ver y sentir por parte de sus amigos; de aparecer, con una figura diferente, desconocida para los ojos de la carne, y dándoles pruebas de que estaba vivo, de que era ‘el vivo’. Esto que fue muy importante para la primera comunidad de los discípulos, no deja de ser esencial también para todos nosotros. Es difícil imaginar una vida cristiana auténtica, en la que el Señor no se haya hecho presente, de alguna manera. El cristianismo es Cristo Jesús. Es su persona, su palabra, su Espíritu, son sus gestos. Es él. El cristianismo no se puede enseñar, aunque no sean despreciables sus enseñanzas, todo lo contrario; pero no son enseñanzas, no es catequesis, no es teología, no es aprendizaje. Se puede contar con todo eso, pero lo que no puede faltar es la experiencia de la visión del Señor. “Hemos visto al Señor”.
Esta visión es la clave para comprender lo que pasará. Sin ella, la fe se queda coja y carecerá de su esencia, su sal, su luz y su fermento. A Cristo no se le conoce por estudio o aprendizaje, sino en vivo. Tampoco se conoce a los amigos por el estudio de su perfil. Es necesario el ‘tú a tú’. Cristo lo sabe, y se deja ver de sus discípulos, que necesitarán saberle cercano, compañero y amigo a lo largo de la peregrinación experiencial del cristiano.
Ver a Jesús parece una tarea imposible. Hoy celebramos su Ascensión, y por tanto su ocultamiento a nuestros ojos. “Una nube se lo quitó de la vista”. Tendremos que esperar para volver a verle, o para verle por primera vez en vivo, cuando “vuelva como lo habéis visto marcharse al cielo”. Y sin embargo, es necesario verle, para poder creer en Él. Es evidente que hablamos de un modo de visión diferente de la que tuvieron los apóstoles, como la que le hizo decir al discípulo amado: “Es el Señor”. Y son los ojos de este discípulo, o los ojos de Pablo, que se queda ciego tras su visión, los que nos hacen entender y comprender que todos estamos llamados a buscar ese nuevo modo de visión, espiritual o mística, de la presencia del Señor.
Muchos a lo largo de la historia han narrado sus encuentros con Jesús. Muchos hemos sido tocados por la cálida visión de esa presencia que nos deslumbra lo profundo del alma, y nos hace sentir visitados y amados, con un conocimiento de Cristo diferente de la frialdad intelectual. El Amigo se presenta a sus amigos y los transforma la visión y la vida. Y aquí volvemos al Sacramento esencial, que nos abre la visión de Cristo: el bautismo. “Vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo”. Te convierte en testigo el ser bautizado. En el bautismo despiertan tus ojos para ver al Señor y su fuerza te convierte en testigo. “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos.”
En un día como hoy, cuando el Señor desaparece de la Tierra, recupera tu conciencia bautismal y con ella la verdad de la fe. En ella reside el poder y el desarrollo de una conciencia nueva, de discípulo que se entrega a servir y amar. Pablo lo expresa bien: “El Padre os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros”. Lo nuevo llega cuando conocemos desde el silencio asombrado que ve crecer en sí y en la Iglesia, la semilla del bautismo, del Reino. Jesús dedicó esos cuarenta días de encuentros para hablarles del Reino pedido en el Padrenuestro.
Mateo, te invita a postrarte ante Jesús, a pesar de tus dudas, te muestra que el poder de Jesús se queda contigo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”.
El se va, pero se queda, y nos deja clara la tarea: Haced discípulos, bautizadles, y enseñadles la Palabra. Nunca faltará ni su presencia ni su amistad. Pero, ¿dónde?, ¿cómo?, ¿cuándo se puede ver a Jesús?
1. ARRIESGA. Muévete del sillón, de la poltrona, del círculo, de la prisión, de estanque, de la secta, de la mafia, del confort, de la ideología, del ego, del poder, del dinero, de la fama, de la inteligencia, de lo aprendido …
2. SILENCIA. Cállate. Abandona pensamientos oscuros, dependencias. Purifica tu interior. Barre lo negativo. Transforma la vida con disciplina. Mantén encendida su luz.
3. REGRESA. Vuelve a la fuente, al bautismo. Rocíate la frente con agua bendecida que te devuelva la memoria. Toma conciencia de ser bautizado. Recupera la alegría de ser hijo de Dios. Goza de la presencia de Aquél que te ha dado el aliento de su Espíritu.
4. CONTEMPLA. Mira con el corazón. Es el modo de verle. Mírate el rostro y adivina dónde se esconde en ti. Mira a tu familia y desvela su presencia en sus ojos, su talante, sus hechos. Mira a los pobres de la calle, a los que no miras, en ellos está. Mira el bosque, el cielo, la ciudad y su miseria; mira al barrendero, al trabajador, al anciano, al agricultor. Él está en cada uno.
5. PARTICIPA. En el sacramento de la común-unión. Ahí está vivo y es alimento. Escucha su Palabra. Déjate zarandear por Él. Esta es tu hora, es tu tiempo. Hoy Jesús eres tú para el mundo. Cuida tu ser interior y tu proyección. Si tú te cuidas así, Él aparecerá nítido para el otro. Evangeliza, contagia autenticidad, honestidad, y una fe confiada.
Antonio García Rubio. Es párroco de Nuestra Señora del Pilar en Madrid.
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