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viernes, 2 de junio de 2017

DOMINGO DE PENTECOSTÉS. 2017.



Antes de su muerte, Jesús no vio realizado su anhelo de ver ardiendo la tierra: "He venido a prender fuego a la tierra y ojalá estuviera ya ardiendo", había dicho. Esta enigmática frase se vuelve trasparente tras su Resurrección. Jesús, que sufrió y lloró al ver desperdigada a Jerusalén, sabía que había de respetar los ritmos pausados y acompasados del Padre. De nada sirven las prisas humanas. Cada historia tiene su momento; cada palabra su contexto; cada gesto su lugar; y cada manifestación su hora fijada por el Padre.
Dios se hace presente entre los hombres como el que es y ama, respetando el desarrollo de la historia. La aparición de la conciencia se desvela poco a poco, y es la culminación de la cadena de la creación y la evolución. El Padre, que también es Madre, decide intervenir a su manera, con un renovado ALIENTO. Alentó el nacimiento del hombre, y lo hace en PENTECOSTÉS. Sólo será un ALIENTO, un RESPIRO, que se desvela como fuego. Y arde. Y quema. Y purifica la Tierra. Está ardiendo. Es el anhelo de Jesús, que compartió nuestra suerte, el que se ve al fin ardiendo en Pentecostés. El objetivo del misterioso ritmo de Dios está cumplido: "Todos hemos bebido de un solo Espíritu." "Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse."
Los hombres reciben en Pentecostés la fortaleza. Y preñan su historia, sabiéndose en las manos del Padre y participando de su Reino. Llega el tiempo de la madurez humana. Con el Espíritu se encarna a fuego en el hombre la última y definitiva Palabra de Dios. Es el inicio del tiempo de un hombre llegará a ser un humilde bienaventurado, un iluminado. En Babel, el don maravilloso de la diversidad se convirtió en disparidad enfrentada. La causa fue el crecimiento desmedido del ego humano y su endiosamiento. En Pentecostés, gracias a la humilde entrega del Crucificado, que cumple la voluntad del Padre, se devuelve al hombre el gozo de la comunicación: que articula las diferencias, pone en armonía la diversidad, avanza en la comunión, convirtiéndonos todos en Cuerpo, y purifica y renueva la faz de la Tierra.
En Pentecostés se te da una nueva oportunidad para acercarte al anhelo del reencuentro pacífico y sereno entre los diversos; los que se reconocen creados, hijos únicos, y necesitados del Padre y de la fraternidad. Así se completa el mural de las maravillas de Dios: la llegada a la plenitud de ser todos UNO en la Trinidad. Pentecostés hace visible y asequible el aliento con que alcanzar la plenitud del Amor. "Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor... A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común." La diversidad enfrentada empezó a renovarse con la aportación de la humilde María, icono de una humanidad esclavizada y colaboradora. Pentecostés desvela el Plan definitivo del Padre. Y ahora, para su realización, será necesaria la decidida y alentada colaboración de la libertad del hombre, como María.
Silencia y alcanza a comprender la gran oportunidad que te ofrece el Espíritu: hacer posible que la diversidad de dones y carismas sirva para el bien común. La historia de la humanidad ya nunca será la misma. Ahora sabes que te diriges a la plenitud humana en el Padre, de la mano de su aliado, el Espíritu Santo. “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo'. Sopló sobre ellos y les dijo: 'Recibid el Espíritu Santo'". "Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra". La obra del Espíritu consiste en renovar la vida de los creyentes con su ALIENTO, que habita en lo profundo de la humanidad amada; y en repoblar nuestra alma silenciosa y coherente, con el ALIENTO de la Iglesia, que se extiende por toda la faz de la Tierra. Su obra es hoy tu obra:
1  Renueva y repuebla tu mente. En el Espíritu, y desde el silencio y la amistad, sé un hombre libre. No permanezcas más tiempo atado a estructuras caducas.
2  Renueva y repuebla tu casa. Con el Espíritu recrea la coherencia en tu familia. No la dejes a los pies de los caballos. Cuídala y levántala con fe. Apasiona y educa el amor a los diferentes.
3. Renueva y repuebla tu vecindad. Habitado por el Espíritu, saca a la luz del fondo de tu armario la alegría y la esperanza que acumulas entre heridas. Cree posible una vecindad de gente renovada. Regala a los próximos tu fe.
4  Renueva y repuebla tu parroquia. Se te ha dado el Espíritu para que no cantes lo de siempre, ni reces con la rutina de siempre. No te acomodes. Aunque te equivoques, innova. Abre puertas. Y, con descaro evangélico, cántale a una comunidad fraterna.
5. Renueva y repuebla la sociedad. Tienes las primicias del Espíritu. Únete a los que creen posible lo imposible. Cree en los que vienen llenos de honestidad. No te dejes reconcomer por el miedo a perder tu seguridad. Sé solidario y respetuoso con todos. Eres cristiano.
6. Renueva y repuebla la Iglesia. Es el Espíritu el que la constituye y da calor. La Iglesia de verdad no se acaba de ve, pero la encuentras si te pones en pie de comunicación, con el corazón, y de comunión, en el UNO. No atices diferencias. Ámalas.
Y lee y medita la Secuencia de Pentecostés. Te encontrarás con la belleza del Espíritu y su acción. Empápate de ella, y enciende y propaga el fuego regenerador, que ya arde.

Antonio García Rubio. Es párroco de Nuestra Señora del Pilar en Madrid.

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