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viernes, 21 de julio de 2017

DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO


Existe un plan de Dios para acercar su ser, su paternidad, su amistad, su deseo de reconciliación, su amor personal, a nosotros, a sus hijos, y ofrecernos una respuesta atractiva y esperanzada ante nuestra enigmática y dramática existencia. A veces nos preguntamos si los hombres y mujeres que componemos la humanidad seremos hoy capaces de comprender ese plan de amor incondicional. Se nos almacenan los prejuicios ante Dios y la Iglesia, y nos crece el sentimiento y la certeza de nuestra autonomía y protagonismo.
¿Qué pretende Dios de ti, de mí, de nuestro pueblo? Ojo con la cizaña. "'Al arrancarla, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega.'" ¿Qué hacemos con ella? ¿Dónde está, y qué, quién es? ¿Por qué no arrancarla? ¿Por qué y para qué existe? ¿Por qué respetar su crecimiento? La Sabiduría dice: "Obrando así, diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento." Existe ligazón entre el pecado y la gracia del arrepentimiento. Ambos se necesitan. No concebimos uno sin la otra. Si esto así, hemos planteado mal la pelea entre el pecado y la gracia; lo planteamos como una agonía, y desde nuestras posturas partidistas o maniqueas. No avanzamos en la comprensión del plan luminoso y de pacificación, aliento y justicia fraterna que Dios manifiesta en Jesús.
Vemos la cizaña en los otros, los 'malos'. El Evangelio enseña que la cizaña está en todos nosotros, en ti y en mí. Y al estar sembrada en todos, es necesario empezar por un trabajo de sanación humilde. Y en él descubrir la aportación de Dios. Romanos 8 dice: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad… El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables." Las comunidades cristianas han de crear ambientes sanadores, que ofrezcan la salud material, psicológica, fraterna y espiritual al hombre roto que somos. Hospitales de campaña, que dice el Papa.
El plan reconciliador y sanador del Padre, sin extinguir la cizaña, trajo la muerte de Cristo, que con su cruz se unió a los que sufren como Él. Cada día en la tierra unos juzgan, abusan, violentan o asesinan a los que consideran, como a Cristo, escoria y cizaña, mientras ellos se creen los buenos. Así, el Padre, nos recuerda que la cizaña está en todos. Pero no nos abandona. Viene en ayuda de nuestra debilidad, como árbitro de nuestras negligencias y ansiedades que provocan el mal.
Es importante reconocer el don de Dios. Como no sabemos pedir lo que nos conviene, hemos de solicitar la presencia del Espíritu. Él cambia corazones y reorienta la comprensión del plan del Padre. El Espíritu prorrumpe en nosotros y pronuncia gemidos inefables. Ora, solloza e intercede en nosotros. A Él le pedimos que nos despierte el conocimiento de Cristo, para entender lo que Dios quiere y espera de nosotros, su Iglesia. Sabiduría 12: "Tú juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia." Al pecador le dirige la voluntad moderada e indulgente del Dios que espera y nos invita a ejercitarnos en la espera. Salmo 85: "Grande eres tú, y haces maravillas; tú eres el único Dios." Dios es grande y hace maravillas para sus hijos. Sólo Dios da sentido a nuestra búsqueda contradictoria, mientras somos hostigados por la cizaña. Y eso, hasta que concluya la noche y aparezca el gran día.
Por un misterio que desconocemos el mal o el pecado se interpone entre Dios y el hombre, entre el abismo que nos separa y la reconciliación traída por Cristo, entre el odio y la justicia que hemos de trabajar cada día, entre la belleza de la creación y el sufrimiento espantoso de los descartados.
Escuchemos las dulces parábolas del Reino. Y dejemos que den fruto en nosotros: Mateo 13: "El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente". Creemos el ambiente que haga posible crecer lo bueno. "El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas." Favorezcamos el crecimiento de una gran sombra acogedora que nos cobije del mal, y lo mengue para que crezca la paz y el bien.
Antonio García Rubio.

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