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viernes, 13 de octubre de 2017

DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO


Filipenses 4: "Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta." Este es un texto central. Algunos, que los hay, se entrenan en la hartura. Pero la mayoría se entrena, a su pesar y por imposición, en la pobreza y las privaciones. Hay cristianos que comparten las privaciones y pobrezas desde la libertad, para dar testimonio de la fuerza del Evangelio, y de la necesidad de hacer posible un mundo diferente.
De la entrega de las vidas, que se mezclan con las pobrezas y las privaciones, nace un ambiente de comunión. En ese ambiente aprenderán los pobres y los pecadores, a descubrir una fe que merecerá la pena vivir. La fe, que se recibe de Dios, se acepta gracias al testimonio de los cristianos. Lo que la fe ve es lo que manifiestan, con la autenticidad de sus vidas, los testigos del Evangelio. Creyentes que escapan de una vida común acomodada, y se arriesgan a compartir el dolor y el sufrimiento del mundo, como Jesús. Son los testigos que pedía el beato Pablo VI. ‘La Iglesia hoy necesita testigos, no maestros.’
Salmo 22: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.” La fidelidad al Señor la garantiza la hondura de la vida del testigo. Él sabe donde habita, escucha y contempla la Palabra. La Casa del Padre es el templo, el propio corazón y lo son los pequeños, los humildes, los enfermos, los solos que no cuentan. Ahí está Dios y la certeza de su encuentro. A esa Casa peregrina el creyente. Y en el Tú a tú con Él, en la comunicación, encuentra el discípulo y testigo el motivo diario para su testimonio, que es una vida humilde, como la de Cristo.
¿Qué sucede en el templo, en el corazón, en el lugar de los pobres? ¿Qué clase de experiencia se da ahí, para resultar cautivadora, y capaz de movilizar la vida? Isaías 25 desvela que contemplación del fin es lo que nos espera. Y que esa experiencia se puede adelantar a hoy, aquí y ahora: el final se convierte en presente: "El Señor preparará para todos los pueblos, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo. La mano del Señor se posará sobre este monte." Palabras proféticas de Isaías. Descripción del fin que vive y se adelanta cada domingo la Mesa de Señor.
La Eucaristía es el anticipo de lo prometido como fin. Desde lo profundo del misterio eucarístico, se abre de par en par la contemplación del don de Dios. En él está la gran obsesión, sana y positiva, del Padre: Convencer al hombre roto y pecador de que Jesús le ha abierto la puerta del banquete, del gran convite. Mateo 22: "Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: ‘Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.’ Los convidados no hicieron caso. Luego dijo a sus criados: ‘La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. ‘Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.’” La decisión de Dios es clara. Los nuevos invitados están entre los excluidos, los que viven en los márgenes de los caminos del llamado ‘progreso’, que está arruinando la vida del hombre y de la Tierra.
Por cansino que pueda resultarte, no puedo dejar de decirte lo que oigo en mi corazón: Acepta con paz ser uno de los escogidos, no sólo de los llamados, pues algunos de estos hacen oídos sordos. Practica la oración y el testimonio de servicio como una disciplina diaria. No te des por satisfecho con lo conseguido ayer. Ábrete cada día a la Palabra, y deja que, en silencio, te zarandee por dentro, te conmueva y te despierte. No te amodorres. No te conformes. Emociónate. Entusiásmate. Ponte en camino. Entra en la sala del Banquete. Entra en la Casa de la sabiduría. Silencia. Escucha. Mira a tus hermanos. Mantente en un sano equilibrio. Póstrate. No entres cada domingo en el templo sólo físicamente. Que sea una entrada en el santuario de tu corazón y en el Cuerpo de Cristo. Y ahí, sábete un pobre, un excluido, invitado a entrar en el banquete del Reino. Y mantente humilde, dispuesto para la oración y el encuentro amoroso con el Señor y con tus hermanos. No te creas superior a nadie. Huye de todo personalismo y protagonismo. Haz bien, y con amor, tu tarea. Todo es obra de Dios, de su Espíritu, que te empuja, te susurra y te sugiere, guía tus manos. Aliméntate de Cristo cada domingo. Decídete por Él y por su servicio santo entre los pequeño


Un padre y una madre no cejan en su tarea mientras no logran que sus hijos se reúnan todos en torno a la mesa familiar. Si entre los hijos o con los padres se han provocado disensiones, enfrentamientos o alejamientos del calor del hogar, de la mesa, del encuentro, de la fiesta familiar, los padres pelean hasta encontrar la reconciliación, el perdón, la comprensión, la concordia, la unidad, la comunión, la victoria del amor fraterno. No hay descanso en una familia dividida. Y si se consuma la división, no hay alegría, no puede haber fiesta. No cejes en tu empeño por la comunión. Pelea por adelantar el banquete del Reino. Y, déjate llamar de nuevo. Pero, sobre todo, déjate escoger para la misión de Cristo. Todo está preparado, desde tiempo inmemorial, para que tú puedas tener una vida abundante, y, a la vez, puedas ofrecérsela a los pobres, excluidos, pecadores y peregrinos, como lo que es, como un banquete de gracia, de vida nueva, fraterna, reconciliada y en comunión por los caminos.
Antonio García Rubio. Vicario Parroquial de San Blas. Madrid.

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