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viernes, 10 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO


La dificultad no está en dormirse. Eso es propio de la naturaleza humana. Todos nos dormimos o nos adormilamos,  dependiendo de las épocas y de las situaciones complejas que nos toca vivir. Tanto a la hora de vivir como a la de orar. Es imposible para los hijos de Dios, a pesar de las advertencias que nos hace la Palabra, mantenerse siempre atentos, conscientes y despiertos. El Evangelio de las vírgenes necias y prudentes no pone el acento en que el Señor nos encuentre en vela en el momento preciso. De hecho, las diez vírgenes se duermen. Mateo 25: "Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron."
Dicen que cuando más goza Dios con nosotros es cuando nos encuentra físicamente 'dormidos'. Le pasa a Dios como a los padres y madres que, al finalizar el día, andan cansados y agobiados por la evolución de la vida y la de sus hijos. Qué descanso que, tras hacer los deberes, juguetear con ellos, ducharles, darles la cena, acostarles, contarles un cuento y rezar las oraciones, al fin, se queden dormidos. Y qué gozo, contemplarles con los ojos cerrados, descansando entre sueños felices. Qué alegre sosiego también para Dios el ver a sus hijos durmiendo y descansando. No nos preocuparnos por no estar siempre despiertos. Podéis dormir y descansar, dice Jesús a sus apóstoles en la gran tensión del Huerto de los Olivos.
¿Qué es lo importante en esta parábola? Mantener un buen acopio de aceite, para que las lámparas se mantengan encendidas y poder entrar en el Reino. El libro de la Sabiduría nos ayuda: "La sabiduría es radiante e inmarcesible, se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta." Se nos habla de una tarea a largo plazo, despierta y alegre; realizada de manera disciplinada, costosa, y sufriente. Como el trabajo que realiza la investigadora del cáncer, el limpiador de las oficinas, la deportista olímpica, o el que compone un puzle de 15.000 piezas o una sinfonía.
El sabio nace de una entrega desinteresada y constante, de la aceptación de la cruz, del olvido de sí y de una transformación de la vida en servicio y en defensa del débil, lejos del protagonismo, trabajando la unidad y construyendo y tendiendo puentes, aunque se caigan, en la familia, la sociedad y la Iglesia. El trabajo del discípulo llena las alcuzas de aceite y mantiene energía y gracia suficiente de reserva. Y todo porque se mantiene en íntima y estrecha relación y comunión con Dios. "Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansía de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua." Vive de la oración que anhela y tiene sed de Dios, del alma grande del Padre, de la fuerza del Espíritu, y de la entrega servicial de Jesús.
Esa oración continuada mantiene el acopio de energía que necesitas como bautizado. Te mantiene vivo y alegre en las tormentas, las dificultades, y en tus momentos cruciales. Confirma tu fe vacilante y nocturna, necesaria para vivir con dignidad y para crecer en el amor mutuo. Te mantiene en la certeza que te ofrece la Palabra. Y te abre a la contemplación de lo que nos espera, según san Pablo: "Los que aún vivimos, seremos arrebatados en la nube. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras." ¡Estar siempre con el Señor! Y estar de nuevo transfigurado y renacido con todos, y en amistad eterna con Él. No se puede pedir más. No hay mayor consuelo.
Aunque estés embarrado y cansado por el presente, y el estrés, recupera el gusto para contemplar lo que estamos llamados a ser. Eso que contemplamos al mirar la noche estrellada. Mira alto y no te angusties y enfermes de mirarte el ombligo. Despeja tu mente y tu corazón y déjate conducir por la Palabra hasta que llegue el gozo del Día que nos espera. Contémplalo ahora en el silencio de tu oración y en la eucaristía. Y acopia aceite, gracia con la que mantener encendida tu lámpara. ¡Llega el esposo! Recíbelo. 
Antonio García Rubio. Vicario parroquial de San Blas. Madrid.

DOS NOTAS:
1. En Úbeda, en la Semana Sanjuanista, me obsequiaron con un candil y una alcuza, trabajadas por un alfarero local. Queden como memoria de la tarea de alumbrar y hacer acopio de gracia.


2. El próximo viernes, invitado por la Parroquia del Pilar, emprendo una peregrinación por la Amazonía, visitando comunidades cristianas y pueblos indígenas, junto al misionero Luis Miguel Modino. Intentaré enviaros la reflexión dominical. Os iré contando.

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